ARMANDO ALCAZAR Desde antes del alba, la residencia Ortega se siente llena de vida. El personal del servicio se mueve de un lado a otro preparando alimentos, limpiando y alistando el gran salón de la casa para celebrar el gran acontecimiento que tendrá lugar en unas pocas horas. El bautismo de la pequeña Victoria. Los hombres esperamos algo impacientes en el primer piso, mientras las mujeres y los niños tardan lo que ellos consideran una eternidad para bajar. —No entiendo como pueden demorar tanto —dice Roque, mi administrador —Pero si yo fui el que arregló a este travieso y me arreglé yo —y peina con sus dedos el cabello del pequeño Toño, quien aún con rostro adormilado está recostado en el regazo de su padre. Fernando y yo reímos, pues consideramos que es lo normal en una mujer,