Desciendo las escaleras y entro en el gran salón del primer piso. Más que simplemente un lugar para recibir visitas, parece ser un espacio dedicado a la cultura, como sugiere el imponente piano de pared a un costado del lugar. A pesar de que la noche ya ha caído, el salón está bañado en una luminosidad cálida, cortesía de unas bombillas mágicas que recrean la luz del día. Al adentrarme, me encuentro inmerso en un ambiente encantador, donde cada detalle parece susurrar historias pasadas y futuras. Aunque el piano descansa en silencio, el salón está lejos de estar en calma. Otros sonidos llenan el ambiente con vida. En primer lugar, se escuchan las risas bulliciosas de la señorita Aurora y Toñito, quienes son suavemente reprendidos por la señora María por jugar con sus finas porcelanas de