Capitulo 3

2489 Words
Tanner Todo salió a la luz una noche en la cena, ante un filete medium rare. El chef lo había hecho bien, la carne jugosa y roja, tan sabrosa que se deshacía en la boca. Y podía sentir a Daniela observando cada uno de mis movimientos, esos ojos marrones cálidos y deliciosos. Pero comí como si nada. —¿Qué tal las clases?— pregunté despreocupadamente mientras masticaba un buen bocado. —¿Le pasa algo a tu comida?— Comenté, mirando su filete sin tocar. La chica se mordió ligeramente el labio, esos labios suaves y blandos. Cómo me gustaría tomarlos entre los míos, saborear su carnosidad, pasar la lengua por la costura antes de penetrarla, probar el calor de su interior. Pero me estremecí. ¿Qué tan jodido era eso? Yo era veinte años mayor que ella, estaba mal. Daniela sacudió la cabeza en silencio, con ojos nerviosos. —No, la comida es buena—, dijo en voz baja, mirando sus manos cruzadas. —¿Qué tal el trabajo hoy?—, preguntó. Seguí comiendo. —Bien, salí temprano y decidí volver a casa en lugar de ir a cenar con un cliente. No puedes comer todas las comidas fuera, te matará—, dije suavemente, sirviéndome un poco de puré. Era raro que me diera el gusto de comer cualquier tipo de carbohidratos, no es bueno para mantener la masa muscular, pero oye, todo tipo tiene que tener debilidades, ¿no? Y la morena sonrió. —Tienes razón—, dijo ella. —He estado enseñando a la señora Palmer a cocinar sano, incluso ese puré que te estás comiendo es mejor para ti de lo que crees—, dijo con una sonrisa juguetona. —No están hechos con mantequilla, en su lugar están hechos con aceite de oliva extra virgen , elimina muchas de las grasas saturadas. ¿Se nota? Y gemí, cerrando los ojos por un instante. Odio las manías de la salud, odio eliminar la mantequilla, el azúcar, todo lo bueno. Todo con moderación es mi lema, y no hay necesidad de volverse loco eliminando esto y aquello por completo, es tan innecesariamente extremo. ¿No se puede disfrutar de una buena comida? Así que le lancé una mirada penetrante a Daniela. —¿Estuviste experimentando con mi puré? Pero Daniela no se sintió intimidada en absoluto. —Lo hice—, se rio, —y tampoco se notaba, no lo habrías sabido a menos que lo mencionara. Además, el aceite es importado de un lugar especial de Italia conocido por la cremosidad de sus aceitunas, por eso las papas saben exactamente igual. Cuesta un ojo de la cara, pero sé que te lo puedes permitir—, añadió con descaro. Y solté un gran suspiro. Al ver que el postre era un decadente pastel de chocolate sin harina, casi temía oír con qué estaba hecho, cómo Daniela y la señora Palmer habían manipulado la receta. Así que cambié bruscamente de tema. Mejor que tener las papilas gustativas arrugadas por la desesperación. —Háblame de tus clases—, le ordené. Daniela me miró sorprendida. Creo que nunca me había interesado por sus estudios ni por ningún aspecto de su vida. Pero desde que apareció en mi radar, me he sentido atraído por ella, pensando en lo que hacía, a qué dedicaba su tiempo y con quién se juntaba, aunque nunca lo había expresado. Así que Daniela empezó despacio. —Bueno, estoy tomando un par de buenas clases—, dijo tentativamente. —Inglés, Álgebra, Biología e Historia, entre otras—, dijo, relamiéndose los labios nerviosamente. Mi atención se distrajo con el parpadeo de aquella lengua rosada, pero me obligué a concentrarme. —¿Y cuál es tu favorito?— Dije con calma, volviendo a mi filete. Aquí, la chica se sonrojó de nuevo, aún sin tocar su plato. —Es inglés—, murmuró, bajando la mirada. Fue una reacción extraña cuando le pregunté cuál era su mejor asignatura. La mayoría de las veces esperaría que una persona se volviera loca, parloteando sin parar sobre sí misma, aprovechando la invitación de la conversación para vomitar todo la información que quiera. Pero Daniela era diferente, callada y contenida. Así que seguí adelante, intrigado. —¿Y por qué inglés es tu favorito?— pregunté despreocupadamente, reclinándome en la silla aunque con el cuerpo tenso, observando cada uno de sus movimientos. —Bueno—, dijo lentamente, —tenemos un profesor realmente genial. Me relajé momentáneamente. Es cierto que un instructor puede marcar la diferencia. He tenido más de un mentor en mi carrera y me han cambiado la vida, me han ayudado a ver las cosas desde otra perspectiva, a replantearme decisiones empresariales difíciles. —¿Y quién es este profesor?— pregunté suavemente. —El Sr. Robinson es mi profesor de inglés—, dijo Daniela en voz baja. —El señor Robinson es nuevo, y es veterano, estuvo un tiempo en el ejército antes de dedicarse a la enseñanza. Pero está bien porque estamos leyendo literatura victoriana y él sabe lo que hace. ¿Qué demonios? ¿Un ex-militar le estaba enseñando libros? ¿Quién era este tipo? Pero no dejé que se me escapara, el rostro impasible. —¿Sr. Robinson?— Pregunté —Cuéntame más. —Es realmente genial—, dijo rápidamente. —Estamos hablando de Orgullo y prejuicio en clase y está muy informado, me recuerda al señor Darcy, un personaje del libro, excepto que no es nada engreído. Y busqué en mis bancos de memoria. ¿No era el Sr. Darcy el héroe del libro, el tipo alto y guapo? ¿Por qué demonios Daniela estaba comparando a su profesor de instituto con el señor semental? Se me erizaron los pelos, la amenaza de otro hombre me hizo gruñir sutilmente. Pero no serviría de nada delatarlo tan pronto, así que endurecí el rostro para mostrarme impasible. —Ya veo—, dije despreocupadamente. —Este tipo parece bastante culto, ¿es algo especial para ti? Y Daniela volvió a sonrojarse. —Oh, no—, se apresuró a decir, agitando la mano, —el señor Robinson es sólo un profesor. Pero...— dijo tentativamente. —¿Pero qué?— pregunté. —Pero va a venir la semana que viene y me ha dicho que le gustaría conocerte, quizá para hablar de una donación—, se apresuró a decir, mirándome con ojos avergonzados. —¿Te importaría reunirte con él, quizá sólo cinco minutos para charlar un poco?—, preguntó en voz baja. Casi me parto de risa. Porque claro, me encantaría conocer a ese tipo, me encantaría darle una paliza si de verdad era un "nice guy", darle un susto de muerte. Pero lo hice como si necesitara un favor a cambio. —Esto es algo inesperado—, dije, mirando a lo lejos mientras masticaba mi filete. —No sé si tengo tiempo en mi agenda, ¿Qué día era? No sé, viajo a Italia y a Sudamérica la semana que viene, será difícil—, dije, bajando las cejas como si visualizara mi apretada agenda. Daniela guardó silencio un momento. —Por favor, Sr. Morgan—, dijo ella. —Sólo un ratito. Me volví para mirarla, aquella mirada acaramelada llena de sinceridad, los labios fruncidos, la expresión esperanzada. Pero no llegué a Director General sin perfeccionar mis tácticas de negociación. —¿Qué gano yo?—. pregunté con indiferencia. —La gente siempre busca sacar tajada de mi dinero, ¿Qué gano yo por reunirme con este tipejo? Daniela se mordió el labio. —Bueno, ¿quizá me pondría mejor nota en clase?—, dijo en voz baja. Resoplé. —Será mejor que lo haga—, le dije. —Es lo menos que puede hacer por cinco minutos de mi tiempo. No, niñita—, dije suavemente. —Dime... ¿Qué me vas a dar?. Y aquí, Daniela se mordió el labio. —No estoy segura de lo que quiere decir—, dijo tímidamente, con el calor subiendo de nuevo a sus mejillas, retorciéndose un poco en su silla. Estábamos solos en el gran comedor, pero miró a su alrededor como si buscara ayuda, una salida en alguna parte. —Estoy seguro de que sabes lo que quiero decir—, dije suavemente, reclinándome en mi silla, un animal masculino relajado, peligrosamente depredador. —No has llevado bragas Daniela, has estado enseñando ese coño por toda la casa, tentándome. Daniela soltó un grito ahogado, con los ojos desorbitados. —Sr. Morgan, no es para nada así,— respiró ella. —Se lo juro. —¿No es así?— exclamé, con el cuerpo relajado aunque la energía me recorría en oleadas. —Mi cuerpo ha cambiado y ya no tengo ropa interior que me quede bien—, dijo. —Mis caderas son un poco más anchas ahora y mis viejas bragas, las compré cuando estaba mas delgada—, dijo tímidamente, casi avergonzada. —Subí algunas tallas y la última vez que intenté ponerme mis viejas bragas, se... Su voz se entrecorta. —¿Qué?— Presioné suavemente. La morena bajó la mirada, humillada, completamente inmóvil. —Se rasgaron—, casi susurró. —Mis bragas ya no me cabían, se partieron en dos. Mi pene saltó entonces a toda potencia. Oh, mierda, oh, mierda. La muchachita tenía curvas, las caderas anchas y atrevidas, con unas tetas para hacer llorar a un hombre. Pensar en aquel algodón dulce y suave apretando su cintura, en la tela tensándose y finalmente rompiéndose, hizo que mi polla se agitara y, de repente, no pude resistirme más. —Muéstrame—, le ordené con dureza, con los ojos clavados en su figura. El aire entre nosotros era eléctrico, tenso de energía s****l, y el filete ya olvidado. —¿Mostrarle?—, repitió en voz baja, sacudiendo la cabeza, confusa. —No puedo Sr. Morgan, tiré esas bragas. Tiré todas mis bragas—, confesó. —Ya no me queda ninguna. La idea me hizo chorrear un poco en los pantalones. Dios, esto era territorio peligroso, pero tenía que seguir. —Eso no, te conseguiré bragas nuevas—, ronqué, los ojos calientes, la polla ardiendo. —Muéstrame ese hermoso coño, está desnudo y húmedo, ¿no? Y con los ojos muy abiertos, Daniela asintió, retorciéndose ligeramente en su asiento de nuevo. —S..si—, murmuró. —Cuando... cuando estoy cerca de usted lo es, Sr. Morgan. No podía soportarlo más. —Arriba—, le ordené. —Inclínate, la falda arriba. Temblorosa, la chica se levantó, deslizando su silla hacia atrás. —¿Aquí mismo? ¿En el comedor?—, susurró, con la barbilla temblorosa. —Aquí mismo—, gruñí, con los ojos clavados en sus voluptuosas curvas. Y lentamente, la chica se dio la vuelta y se inclinó, el dobladillo de su falda subiendo centímetro a centímetro, muslos carnosos saliendo a la vista, pálidos, cremosos y oh tan sabrosos, como codillos de jamón que podrías morder, obtener un enorme bocado y disfrutar. —¿Así, Sr. Morgan?—, preguntó sin aliento, con una vocecita que salía de entre sus rodillas. —Sólo un poco más—, grité, y la chica me obedeció. Lentamente, se inclinó aún más hasta que el fondo de su coño rosado se deslizó a la vista, inocente, palpitante y húmedo. Prácticamente me corrí en ese momento, con la polla palpitante, las venas palpitantes y la punta goteando de lujuria. —Por Dios, pequeña—, miré fijamente su trasero, con ojos voraces. —Mierda—, grité con dureza. Y la chica se puso a ello. —¿Qué le parece?—, preguntó moviendo un poco las caderas. Observé hipnotizado cómo chorreaba jugo de coño de sus pliegues, uno de los cuales llegó a golpear mi pene. Con voracidad, masajeé la salpicadura de humedad en mi pene, cremosa y deliciosa. —Por Dios, eres preciosa—, grité. —Pero quiero más—, y con un rápido movimiento de muñeca, le levanté la falda por encima de las caderas para dejar al descubierto todo su chocho, aquel jugoso coño carnoso, humeante, latiendo con un pulso visible mientras yo miraba aquellos labios de peluche, el pequeño clítoris asomando. —Oh Tanner,— Daniela chilló desde abajo. —¡Eres tan malo! Pero no contesté porque estaba hipnotizado, golpeando ya mi bastón como un loco. Mierda, me enfurecí, es tu pupila, para, para, esto está muy mal. Pero estaba bien, todo en esta jodida situación estaba bien, desde la forma en que ese coño rosa goteaba hasta la forma en que Daniela respiraba con dificultad, temblando de placer. Y como nunca he sido un hombre que se contenga, la solté. Con un gruñido, empecé a tirar de mi polla, bombeando como si no hubiera mañana. Oh mierda, se sentía tan bien y Daniela era tan jodidamente hermosa, su coño desnudo justo delante de mí, temblando, temblando de lujuria. —Ooooh Tanner—, gimió, y eso fue todo lo que hizo falta. Con un gemido, una sacudida y un rugido descomunal, eyaculé, con la polla chorreando como una manguera, cuerda tras cuerda de cremoso semen golpeando los muslos de la adolescente, goteando por sus largas y deliciosas piernas, marcando aquella dulce carne. —Ooohh—, volvió a gemir Daniela. —Más alto, más alto—, suplicó. Y apuntando mi polla hacia arriba, dejé que un par de chorros de semen salpicaran su coño, filtrándose en su agujero, pulsando contra su clítoris. Fue tan jodidamente erróneo, ver el coño de mi pupila bañarse en mi semilla, y me corrí aún más fuerte, mis bolas prácticamente explotando, el semen volando como un géiser enloquecido. Oh mierda, oh mierda, ¿estaba realmente haciendo esto? ¿Estaba salpicando el coño de mi joven pupila con semen caliente? Oh mierda, era un asqueroso hijo de puta, esto tenía que parar. Pero, por supuesto, no me detuve. El orgasmo se apoderó de mí, con las caderas sacudiéndose, el pecho agitado mientras gruñía de placer, los jugos brotando de mi polla con una venganza. Mierda, parecía tanto, litros y litros de masa blanca y cremosa rociada por todo el coño de Daniela. Pero nada tan bueno dura para siempre, y con unas pocas pulsaciones más, algunas salpicaduras calientes, finalmente el espectáculo terminó. Volví a gruñir, con la punta de la polla goteando ahora. —Sr. Morgan—, murmuró, con su vocecita. —¿Más?—, arrulló tímidamente, separando las nalgas, mostrándome aquel coño reluciente, cómo temblaba y se agitaba, pegajoso bajo una capa de semen. Y yo estaba acabado. La zorrita me tenía envuelto alrededor de su dedo, bolas doloridas descansando en sus palmas. Estaba absolutamente acabado, excepto que Daniela es mi pupila... y definitivamente estaba sucediendo de nuevo.
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