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Sexy tentación

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Blurb

Cuando la madre de Daniela murió, me dejó como tutor legal de su hija. Yo, un soltero que no sabía nada de paternidad, de repente tenía que cargar con una niña. Así que la lleve a un internado, y no nos cruzamos por años.

Pero ahora ha vuelto... ahora con 18, hecha toda una mujercita.

Y no puedo dejar de mirar, es tan joven e inocente.

Pero ese es el problema. Daniela es mi hijastra adolescente, ¡y ningún hombre debería sentirse así por su hija!

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Capitulo 1
Daniela Siempre he sido impopular, la marginada y ser la única latina entre gringos lo resalta un poco mas, soy la que se escondía en la biblioteca, la elegida la última para todos los equipos deportivos. Pero no culpo a mis compañeros. Al fin y al cabo, cualquier equipo en el que estuviera tenía prácticamente garantizada la derrota. —Lánzala a Daniela—, susurraban los rivales. —Pásale la pelota a Daniela, tiene dos manos izquierdas. Y era cierto. Yo era tan desgarbada y torpe que si la pelota iba en mi dirección, me agachaba y corría en lugar de atraparla y lanzarla. Así que me sentía personalmente responsable cada vez que mi equipo perdía, agradecida cuando sonaba la campana que señalaba el final de Educación Física. Pero la educación física era lo de menos. A veces sentía que no servía para nada. Los cuencos que moldeaba en la clase de cerámica eran desiguales y blandos, los artículos que escribía para el periódico escolar nunca parecían publicarse y era prácticamente una marginada, que almorzaba sola la mayoría de los días. De hecho, había semanas enteras en las que agachaba la cabeza y esperaba desaparecer, intentando no molestar a nadie. Pero el último año ha sido revelador porque me han salido curvas, de las buenas, me atrevería a decir. Al principio, sólo me salían las tetas, pero luego me siguieron el culo y los muslos, y muy pronto tuve una figura de reloj de arena como la que se ve en las películas antiguas. Hubo un tiempo en que las heroínas eran de talla grande y estaban orgullosas de serlo, presumiendo de los atributos que les había dado Dios en lugar de esconderlos bajo grandes chaquetas y batas. Y aunque mi figura no sea popular per se, me ha cambiado la vida porque me siento más segura de mí misma, y la gente lo nota. Algunos chicos me han invitado a formar parte de su grupo de estudio, tengo un compañero de laboratorio que me trata decentemente y, lo mejor de todo, he hecho un par de amigas. Vale, puede que todavía no conozca tan bien a estas chicas, pero ¿sabes qué? Es agradable formar parte de un grupo para variar. —Dios mío, ¿viste a Nathan el otro día?—, susurró Naomi, una rubia despampanante con la nariz ligeramente torcida. —Estaba taaaan bueno con su chaqueta. Estábamos pasando el rato junto a la fuente que hay frente a la escuela y Trisha, la jefa de nuestro grupo, resopló, arrugando su perfecta nariz y soltando un gruñido poco propio de una dama. —Lleva su chaqueta todos los días, no es nada nuevo—, comentó con sarcasmo, haciendo girar un mechón de pelo alrededor de su dedo mientras chasqueaba el chicle, con cara de aburrimiento. Trisha ha sido la abeja reina desde el primer año, celebrando la corte después de la escuela todos los días frente a la fuente y yo estaba emocionada de estar allí esa tarde, parte de la camarilla que la rodeaba, de pie en un semicírculo de suplicantes. —Oh, claro—, chilló Naomi. —Bueno, Nathan se ve bien, lo ha hecho genial en fútbol este año, el entrenador dice que va a ser titular. Trisha volvió a resoplar. —No te pongas así porque nunca se sabe lo que puede pasar—, se burló Trisha. —Además, los chicos de secundaría son aburridos. ¿Los chicos de secundaria son aburridos? Eso era nuevo, nunca me había invitado a salir un chico de ninguna edad. Pero yo quería pertenecer, así que dije lo primero que me vino a la mente. —Sí, estoy de acuerdo, los adolescentes pueden ser muy aburridos—, dije casi en un susurro, mirando a mi alrededor, ni siquiera segura de que alguien pudiera oírme. Y parecía que nadie lo había hecho, continuando con sus propias conversaciones, hablando animadamente de esto o aquello. Excepto Trisha. Me lanzó una mirada extraña antes de soltar: —Sí, no me gusta Pokémon o lo que sea la nueva mierda con estos chicos—, dijo. —Me gustan los hombres de verdad. Le sonreí. —A mi también, los hombres de verdad—, dije un poco más atrevida. Entonces Trisha me miró aún más fijamente. —¿Quién eres tu?—, preguntó. Para entonces, más chicas se habían vuelto hacia nosotras y nos escuchaban, observándonos ávidamente. Dudé un momento. —Soy Daniela Silva, tengo inglés con un grupo de ustedes—, dije, tragando saliva de repente. Nunca había sentido toda la fuerza de la mirada del grupo sobre mí y era incómodo, como estar en un potente rayo tractor, incapaz de moverme. Pero Trisha volvió a chasquear el chicle y me miró pensativa antes de sonreír con satisfacción. —Pues estás a punto de tener tu oportunidad porque viene un hombre de verdad—, sonrió lascivamente. —Daniela Silva, ¿por qué no vas a hablar con el Sr. Robinson? Dijiste que estabas en inglés con nosotras ¿verdad? Está a la vuelta de la esquina, ve a entablar conversación. Y me sonrojé. Porque John Robinson es un profesor nuevo en el distrito, un recién licenciado que no puede tener más de veinte años. Era estupendo en su trabajo, explicando libros a un montón de niños que no tenían ningún interés en el desarrollo de la trama ni en otros recursos literarios. Pero el Sr. Robinson sin duda atraía la atención de sus alumnas porque estaba hecho un tanque con músculos por todas partes. Personalmente, no me parecía atractivo, sus músculos tenían músculos, pero sin duda había un contingente de chicas adolescentes que se desmayaban cada vez que pasaba a su lado. —Sí, ve a hablar con él—, chilló María, otra colgada. —¡Ve! ¡Ve! Ya viene, ya viene. Y prácticamente me empujó a la pasarela, mi cuerpo redondo dando tumbos hacia delante, las tetas rebotando arriba y abajo. Sacudí la cabeza frenéticamente, haciendo el camino de vuelta al grupo cuando la voz de Trisha cortó como un cuchillo el aire. —Toma su bolígrafo especial—, se burló su voz en mis oídos, —o piérdete. Y me di la vuelta, con los ojos desorbitados. ¿Su bolígrafo especial? Por desgracia, sabía perfectamente de qué estaba hablando. El Sr. Robinson tenía un bolígrafo azul con el que hacía de todo, desde corregir trabajos hasta redactar resúmenes. No tenía nada de especial, salvo que llevaba inscrita la fecha de su graduación universitaria. Lo llevaba consigo a todas partes, haciéndolo girar en el aire, pasándolo entre los dedos como un bastón. Incluso ahora podía verlo asomando por el bolsillo de su pecho, con la punta azul como un pequeño punto sobre su pecho excesivamente musculoso. —¡No puedo!— Jadeé, —Se daría cuenta inmediatamente. No puedo quitárselo. Pero Trisha se limitó a sonreír de nuevo. —O vuelves o no vuelves—, dijo con maldad, girando sobre sí misma como una princesa altiva, con la melena rubia al viento. Y las otras chicas hicieron lo mismo, riéndose entre dientes antes de darse la vuelta y fingir que no las veían. Me atraganté un poco. Esto era la Dimensión Desconocida, estaba atrapada en una especie de rito de iniciación ridículo, que me hacía atravesar el fuego para formar parte del grupo. ¿Las otras chicas habían sufrido lo mismo? ¿Todas habían tenido que probarse a sí mismas de alguna manera, ofrecerse como corderos de sacrificio antes de "encajar"? Me sonrojé. No quería hacerlo, aún era nueva en mi piel, insegura de mí misma y no quería hablar con nadie delante de los ojos juzgadores. Pero, por otro lado, la Abeja Reina acababa de hablarme por primera vez, y yo tenía que responderle. Era cuestión de vida o muerte, toda mi carrera social estaba al borde del colapso antes incluso de empezar. Así que respiré hondo y me preparé. —Hola, Sr. Robinson—, dije, interponiéndome en el camino del hombretón, poniendo una sonrisa brillante en mi cara. Casi esperaba que pasara a mi lado, ignorándome, mi autoestima era así de baja. Pero mi nuevo cuerpo es como un imán para los hombres, incluso para los que supuestamente están prohibidos. —Hola—, dijo el musculitos, con los ojos azules asomando de aquella cara demasiado bronceada. ¿Había usado el Sr. Robinson algún tipo de loción bronceadora? Mi nariz se arrugó involuntariamente, impregnada de un aroma a coco y algún tipo de cítrico. Pero no era el momento de perder el tiempo, tenía trabajo que hacer, así que respiré hondo de nuevo y fui a por él. —Me gusta mucho el libro que estamos leyendo en clase, Orgullo y...— Me tropecé. Mierda, ¿cómo se llamaba ese libro? Era algún clásico, bastante bueno en realidad, pero no podía recordar cuál era el título. Era —Orgullo y algo—. ¿Orgullo y mendigo? ¿Orgullo y el Príncipe? Oh mierda, oh mierda, mis mejillas se sonrojaron y me mordí el labio. Pero el Sr. Robinson parecía más divertido que otra cosa. —¿Orgullo y prejuicio?—, dijo con una sonrisa irónica. —Hay una nueva versión ahora mismo en los cines, creí que habías dicho que la habías visto. Volví a sonrojarme. Lo había hecho, pero ser el centro de atención me desconcertó. Intenté actuar despreocupadamente, guiñando un ojo, riendo ligeramente como si no pasara nada. —Sí, vi la película, era muy buena—, me apresuré a decir. —Me sentí muy mal, la protagonista era de familia pobre y necesitaba casarse con ricos. ¿No es horrible que las mujeres tuvieran que hacer eso en aquella época? Me alegro tanto de que esos días hayan pasado. El Sr. Robinson me miró divertido. —Bueno, nuestra heroína acabó con el hombre adecuado, supongo que eso cuenta—, dijo con ironía. —Pero eso ya lo sabías, ¿verdad, Daniela? Porque leíste el libro, ¿verdad? Asentí con fervor. —Absolutamente, terminé el libro, era muy bueno—, balbuceé. —Sólo me preguntaba... Se me cortó la voz. ¿Cómo conseguir ese bolígrafo? ¿Cómo mezclar Orgullo y Prejuicio con ese maldito bolígrafo? Mi mente trabajaba furiosamente, buscando en todas direcciones. —¿Te preguntabas qué?—, retumbó, esta vez sin molestarse en ocultar su mirada errante. Recorrió mis curvas de arriba abajo, pero lo único que sentí fue rechazo y se me erizó la piel. ¿Cómo podía alguien pensar que un gorila superdesarrollado estaba bueno? Claro que el Sr. Robinson era alto y musculoso, con el pelo escarchado y una sonrisa relampagueante, pero ese era el problema. Las mechas eran demasiado evidentes y la sonrisa demasiado blanca. No me atraía en absoluto. Pero aun así, estaba desesperada por encajar y mi mente se aferraba a cualquier cosa para mantener la conversación. —Mi tutor está interesado en donar dinero al departamento de inglés—, solté, —Tanner Morgan, mi tutor, está interesado en hacer una contribución. ¿Podría venir y hablar con él, explicarle cómo podría ayudar?—. Me apresuré. Casi me golpeo la frente. ¿En qué estaba pensando? Mi tutor era un hombre frío, dominante, duro, remoto y fuera de mi alcance. Y yo me había comportado como una imbécil, ofreciendo voluntariamente el tiempo y el dinero de Tanner en beneficio de mi instituto. No había nada que le interesara menos al señor Morgan. Mi mente daba vueltas furiosamente, intentando pensar en formas de dar marcha atrás, de enmendar mi metedura de pata. Pero era demasiado tarde porque el Sr. Robinson asintió. —Claro, me encantaría charlar con él—, dijo con una sonrisa irónica. —¿Qué tal esta noche?—, dijo despreocupadamente. Me quedé inmóvil, atónita. —¿Esta noche?— repetí débilmente. —Eso es un poco pronto. Pero el Sr. Robinson no aceptaba un no por respuesta. —La semana que viene entonces—, dijo rápidamente. —Y también te ayudaré a preparar el próximo examen—, añadió. —Dado que no sabías el nombre del libro que estamos leyendo, te vendrá muy bien—, añadió con un sugerente movimiento de cejas. Dios, ¿este tipo también se escarchaba las cejas? Parecían sospechosamente doradas y brillantes, como si las hubiera untado en vaselina. Así que sonreí débilmente. —Um, vale, déjeme consultarlo con Tanner primero, está muy ocupado—, murmuré, moviéndome un poco, —pero suena bien por ahora—. Esto era como el despegue de un tren desbocado, estaba muy por encima de mis posibilidades, pero mi boca seguía hablando como si estuviera desconectada de mi cerebro. —¿Quedamos en su clase o en la biblioteca?—. pregunté, balbuceando todavía. —Tal vez si Tanner ve las instalaciones, tendrá algunas ideas de lo que se necesita. Pero el Sr. Robinson negó con la cabeza. —No, tu casa está bien—, dijo con un guiño. —Además, siempre he querido echar un vistazo a la finca Morgan. Y me detuve en seco. Mierda, me había olvidado de que todo el mundo sabía quién era mi tutor, un millonario que aparecía constantemente en los periódicos por algún que otro negocio, a veces incluso había fotógrafos acampados frente a nuestra propiedad, listos para tomarle una foto entrando y saliendo de su auto. Estaba segura de que él no vería con buenos ojos esta invasión de su intimidad. Pero la bola de nieve siguió rodando hasta convertirse en una auténtica avalancha. —De acuerdo, la semana que viene en tu casa—, dijo el Sr. Robinson con una sonrisa antes de marcharse, balanceándose de un lado a otro, casi con las piernas arqueadas de lo fornido que estaba. ¿Pero qué demonios? ¿En qué me había metido? Tenía la mandíbula floja, el cuerpo agotado de energía, y sólo pude decir un pequeño adiós que nadie oyó antes de que la pandilla de chicas se me echara encima, con voces cacofónicas que resonaban dolorosamente en mis oídos. —¡Dios mío, estaba tan bueno!—, chilló Madison. —¿Conseguiste el bolígrafo?—, preguntó Charlotte, —me pareció verte buscarlo en su bolsillo. Trisha les cortó. —Ella no lo consiguió, yo estaba mirando—, dijo la rubia con autoridad. —Pero—, añadió con una sonrisa socarrona, —Daniela tiene una cita con el Sr. Robinson ahora. Será mejor que le pongas empeño, chica—, gritó. Y las otras empezaron a reírse también, soltando pequeños chillidos y jadeos de expectación. —¡Dios mío, una cita con el profesor más sexy de aquí!—, rió Charlotte. —Agarra su PEN entonces. ¿Lo pillas? PEN—, dijo significativamente, haciendo ojitos a sus amigas. Y todo el grupo soltó una carcajada aguda y chirriante para mis oídos. Así que al menos tenía que intentar ponerle fin. —Es... es más bien una reunión de negocios—, dije titubeando. —El señor Robinson viene a hablar con mi tutor sobre una posible donación. —Oh, por favor, Daniela—, dijo Trisha con autoridad, poniendo los ojos en blanco. —Todo era tan simple. No me digas que tu tutor se va a meter en esto. ¿Qué es eso del tutor?—, dijo con desdén. —Haz que el Sr. Robinson venga cuando no haya nadie y luego tócalo por todo el cuerpo en busca de ese bolígrafo—, dijo lascivamente, haciendo ruidos desagradables con la boca. El grupito era prácticamente un grupo de hienas chillonas en este punto, las insinuaciones fuera de control, cada una llevando las cosas al siguiente nivel. —Eh—, empecé inútilmente. Pero el creciente ruido ahogó mis protestas. —Daniela y el Sr. Robinson, sentados en un árbol—, canturreaba Charlotte. —¡Haznos saber cómo va!—, cantó Trisha, balanceando su bolso de diseño sobre el hombro. —O nos lo cuentas o te vuelves por donde has venido—, dijo enérgicamente, echándose el pelo platino por encima del hombro en cascada. Y se alejó majestuosamente, con las otras chicas siguiéndole la estela. —¡Háznoslo saber!—, repitió Madison, como un loco. —¡Háznoslo saber, Háznoslo saber, Háznoslo saber! Mierda, si antes estaba en problemas, ahora lo estaba aún más. Porque mi profesor de inglés no era rival para mi guardián, mi enamorado, mi amor secreto... Tanner Morgan, millonario alfa.

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