Capítulo 13

4799 Words
Se encontraron por tercera vez, con esos fantasmas dándoles vueltas en la cabeza, con esas ganas que no podían resolver y los colocaba en veredas distintas. Se miraron con algo de timidez e ingresaron sin decir mucho. Con calma tomaron una cerveza bien fría, acompañadas por unas buenas papas y salieron de allí directo al auto de aquel rubio malhumorado. Es que Tomás no daba la razón que lo hacía poner tan a la defensiva. Sabía, claro que lo sabía, que ese tipo le estaba empezando a gustar bastante, pero no, no era su estilo, no era lo que él proyectaba en sus fantasías, además el forro siempre lo mantenía a prudencial distancia, lo apartaba cuando él no había hecho nada. No, mejor que no fuera su tipo, así terminaba toda esa mierda y ya. Llegaron al hotel envueltos en ese incómodo silencio e ingresaron con las ganas arañándoles la piel, porque sí, ni un beso compartieron, ni una sola caricia hasta no estar encerrados en esa habitación. Se dejaron consumir por las ganas y el deseo, se entregaron a ese ritual que unía más que sus cuerpos, acabaron al mismo tiempo, con la misma fuerza, envueltos en el mismo jadeo, pero incompletos, truncos, asfixiados. Ni bien concretaron Tomás salió disparado al baño, sintiendo esa ira comerle la cabeza y cerrarle la garganta. Sin decir ni una palabra salió de allí y se acercó a la ventana para fumarse un pucho, para bajar la bronca a base de nicotina y puteadas murmuradas. Marco, extrañado por tan singular reacción, indicó que tomaría un baño, esperando que el espacio que concedía fuera suficiente para bajar las malas vibras. ¡Qué equivocado estaba! Ese tiempo de soledad solo consumió más la mente del rubiecito, solo lo enterró aún peor en esa espiral de odio sin objetivo claro, de bronca mal masticada. En cuanto Marco salió de la ducha Tomás ingresó disparado a la misma, cerrando de un portazo, enfurruñado con todo y nada al mismo tiempo. Marco aguardó hasta que ese flaquito volvió a salir y se tiró a su lado en la amplia cama, hasta que, sin siquiera mirarlo, sacó un pucho y se decidió a prenderlo allí, aunque Marco no fumara, aunque no se pudiera hacer aquello dentro de la habitación. —Pará, no se puede acá — susurró con cariño el castaño quitando el pucho de los labios de aquel tipo enojado. —Chupame la pija, quiero fumar un pucho — contestó de mala gana y se lo arrebató de los dedos. —No te digo que no fumes — trató de explicar con calma mientras se incorporaba en la cama —, pero podés hacerlo en la ventana, como recién —propuso. —No se me canta el culo de estar parado al lado de la ventana como un infeliz —gruñó de mal modo y le dió una buena calada a su cigarrillo para luego liberar el humo en la cara de su compañero. Sí, sabía que se comportaba como un forro pero no podía parar, no cuando la bronca ya le había nublado la razón. —¡Pará un poco, flaco!— Se enojó Marco poniéndose de pie a un lado de la cama —. Te estoy hablando bien, no hace falta que seas un forro — dijo indignado. —Soy así, flaco, si te gusta bien, sino ya sabés por dónde irte — le respondió parándose él también, encarando a ese castaño que, enojado, se veía más bonito todavía. —No, vos te estás portando como un pelotudo, no sos así — respondió fastidiado. —¿Qué sabés vos de mí?— preguntó dejando que ese tonito de burla se colara entre sus palabras —. Soy bien forro, bien drogón y bastante mierda — le gruñó pegándole la jeta a la cara —. Y para que no queden dudas me voy a tomar el palo, así no te cago a trompadas porque me tenés los huevos al piso con tus formitas de mierda — dijo girándose para tomar la ropa del suelo. —¡Pará! No me podés dejar tirado acá, vine con vos — exclamó Marco al ver las intenciones del otro. —Mirá como sí puedo — respondió el rubio poniéndose el pantalón —. ¿Nunca te dijeron que no confíes en desconocidos? — indagó y salió de allí a toda prisa, dejando a Marco solo, desnudo y confundido. —¿Qué? — susurró el castaño al sentir el motor del auto encenderse antes de escuchar cómo salía de aquel lugar —. ¡El forro me dejó! — gritó indignado. Sí, Tomás lo había abandonado en un telo alejado, a las tres de la mañana y sin medios para regresar. Confundido y dolido se sentó en la cama a pensar cuál era su mejor posibilidad. Finalmente se resignó y llamó a ese flaco que, seguro, le daría una mano. —Gastón — dijo en cuanto su amigo atendió. Se tragó la humillación de tener que explicar lo sucedido y se vistió con calma al saber que vendría por él. Salió caminando hasta la entrada del lugar, abonando el tiempo ocupado en aquella habitación, para luego aguardar hasta que las luces de aquel auto blanco le iluminaron la cara. Gastón no dijo nada, simplemente le palmeó con cariño la espalda y lo dejó que recostara al máximo el asiento. Era claro que su amigo necesitaba espacio. —Dame tu teléfono —pidió Gastón en cuanto llegaron a la puerta de su edificio. Marco, consciente del por qué su amigo quería aquello, le pasó el aparato desbloqueado y esperó que su amigo hiciera lo que él no podría: bloquear al rubio precioso de todas sus redes. —Ahora vamos adentro. Te podés quedar en el sillón o compartimos cama, como quieras — explicó el morocho y él solo pudo hacer una extraña sonrisa a modo de respuesta. Bueno, ya sabía lo que se sentía ser utilizado y humillado. Gracias, pero no repetiría. —------------------ Tomás ingresó con la ira quemándole la piel, tiró las llaves por ahí y salió directo al balcón a fumar un poco más, a bajar esos demonios que lo consumían por dentro, a tratar de justificar la actitud de porquería que había tenido solo por no poder poner en palabras aquello que le molestaba en el alma. Se sentó en la reposera contemplando las montañas, esas que se alzaban más allá del parque y su verde, más allá de los cientos de hogares que trepaban por el pedemonte. Fumó y sintió que se relajaba de a poco, tanto que sus párpados se hicieron pesados y el sueño lo venció por completo. Se despertó por una risa molesta que no dejaba de atormentarlo, por esa mirada que le pesaba más que cualquier otra y por ese puntapié bien acertado en la canilla. —¡Serás pelotudo, Cristian!— gruñó con mal humor sosteniendo la zona afectada. —Solo quería que te despertarás. ¿Qué mierda haces durmiendo afuera?¿Te querés enfermar? —indagó bastante divertido. —¿Qué carajos hacés acá tan temprano? — respondió notando que apenas comenzaba a salir el sol y eso, en pleno Noviembre, significaba que eran cerca de las seis de la mañana, horario demasiado temprano para cualquier mortal. —Salí a correr y me vine para acá — respondió bastante liviano, como si fuese lo más normal estar levantado a horas aún más tempranas sólo para ejercitar el cuerpo. —Bueno, no me rompas las bolas y andate, o quedate, que se yo qué mierda querés — gruñó de mal humor mientras se ponía de pie. —¿A vos qué te pasa? —indagó de mal modo el morocho, sabiendo que si no lo enfrentaba así su amigo no le diría nada. —Fui un pelotudo, eso pasa — gruñó ingresando a la cocina, con su amigo prácticamente pegado a sus talones. —¿Marco? — indagó sabiendo que algo allí no funcionaba, que algo le ocultaba el infeliz de su amigo. —Exacto. Lo dejé tirado anoche en el telo. Ni sé cómo volvió a su casa — gruñó poniendo la cafetera a funcionar, prepararía primero el café que le gustaba al pajero de su amigo y luego haría el de él. —¿Qué?¿Me estás jodiendo? —No, me calenté por un mambo mío y la cagué — explicó sin mirarlo, buscando las tazas entre los estantes y algunas facturas que creía haber dejado la tarde anterior. —¿Por qué te calentaste?— indagó porque era la única forma que le dijera toda la verdad. Tomás suspiró agotado, revolviéndose el pelo con evidente frustración, antes de girar sobre sus talones y encarar a su amigo, a ese que no lo juzgaría pero, seguro, lo putearía con ganas. Inhaló despacio y se dedicó a explicar, lo más resumido posible, todo aquello que le comía la cabeza, que le decía pelotudeces de hombres demasiados buenos para él y actitudes de nulo interés. Le explicó que, no sabía por qué, ese flaco le ganaba la voluntad, le compraba las ganas solo con una sonrisa y lo tenía a sus pies apenas con un mensaje. Comentó que estaba harto, agotado, de las actitudes lejanas, de las caricias frías y el sexo vacío, que ese flaquito le había encendido un algo por dentro que se veía incapaz de apagar y, mucho menos, de aceptar. Se enojó con su propio ser por actuar como un imbécil, pero encontró justificación al saber que solo con Cristian podría abrirse así, solo con él porque era su amigo de siempre, su hermano del alma, solo con él y nadie más, ni siquiera el lindo de Marco. —Decile esto. Explicale — propuso Cristian —. Te va a entender, es un buen chabón, va a entender — aseguró. —Puta. Bueno, a ver — dijo luego de casi tres horas de debate. El rubio sacó su teléfono del bolsillo y lo buscó entre sus contactos. Sí, lo había bloqueado en todos lados, lo había apartado como correspondía. —Tomá, mandale del mío — propuso el morocho extendiendo su propio teléfono. Sin aguardar un segundo, sin dar tiempo a la duda a susurrarle algo, tomó aquel aparato y envió un audio de miles de perdones, de explicaciones a medias y miedos completos. Le aseguró que no lo haría jamás, que ya sabía que no merecía una oportunidad pero se la rogaba, le imploraba solo una pequeña ventana por la que pudiera colarse. No obtuvo respuesta ni ese ni ningún día. Sabía que Marco lo había escuchado, la misma aplicación lo mostraba, pero había decidido no decir nada. Bueno, no se iba a desanimar, iba a conseguir, de alguna forma, que ese tipito precioso lo dejara intentarlo de nuevo. Sí, él no era su tipo, no lo era para nada, pero no por eso había evitado que le robara un pedacito de su alma, nunca, jamás, se había visto tan desesperado por obtener una oportunidad con alguien, jamás se había visto tan desdichado por ser apartado por la única persona que él quería a su lado. Bueno, mejor que Marquito se preparara, porque ahora iría con todo por él. —----------------------- Rodrigo suspiró aliviado al pasar dos días sin noticias de la amiga de su hermano, sin nada que lo hiciera pensar en ella. Lamentablemente al tercer día un mensaje de **, una boludez cualquiera, le llegó por privado. No, no estaba dispuesto a nada con esa mina asique ignoró ese mensaje y otros dos más que le llegaron. Bien sabía él que la mina podía ver los mensajes leídos y esperaba que aquello le sirviera de señal sobre sus propios deseos. Se contentó al saber que, efectivamente, la castaña había comprendido su mensaje, pero enfureció al ver esas fotos que compartía su hermano, fotos donde ella estaba demasiado cerca de Gastón, del pelotudo con cuerpo trabajado gracias a su carrera en el Profesorado de Educación Física. No podía creer que la chabona siguiera eligiendo tan mal sus compañeros, que no buscara algo mejor y se conformara con tan poco. Gruñó un insulto y texteó un mensaje rápido. Sonrió en cuanto vió la respuesta y se puso de pie para salir de su oficina que parecía querer asfixiarlo. Emma llevaba cerca de media hora insultándose, no podía creer lo idiota que era, el poco orgullo que tenía. No supo qué mierda la llevó a tirar su amor propio a la basura y buscar llamar la atención de aquel tipo, de ese idiota que se debía estar riendo de ella como un imbécil. Ahora, nueve días después de aquel encuentro, se encontraba sentada en la reposera de su amigo, junto a esa enorme piscina que los refrescaba en pleno Diciembre, mientras que escuchaban algo de Manguala en el parlante que Emanuel había traído. Se giró cuando sintió unos pasos detrás de ella y casi escupe al verlo ahí, de pie, con una maya negra y una pelirroja agarrada de la mano. Intentó no sentir aquel pinchazo en el pecho, pero le fue imposible ignorarlo. Eso le había disparado directo al orgullo, porque Rodrigo jamás, en lo que llevaba de conocerlo, se había presentado con una mujer en su propia casa. —Hola — saludó Marco bastante extrañado con la actitud de su hermano. —Buenas — respondió el mayor —. Les presento a Josefina, ellos son Marco y unos amigos de él — dijo sin siquiera mirar a la castaña que mantenía su vista clavada en él. —Hola — saludó la pelirroja un tanto avergonzada. —Vamos a usar la pile, si no les molesta — explicó Rodrigo y el cuarteto lo miró completamente extrañado. Es que Rodrigo jamás actuaba tan amable y ahora se había convertido en el señor cuidadoso con los sentimientos de los demás, intentando no molestar. No, eso nadie se lo podía creer. —Tranquilo, usen lo que quieran — respondió en un tono extraño Marco, viendo cómo su hermano tiraba de la pelirroja hasta ubicarse ambos al otro lado del agua, justo enfrente de ellos. Emma debió tragar aquello asqueroso que sentía en el centro de su alma y fingir que nada la afectaba, que ella era inmune al idiota y aquella acompañante sacada de una revista de moda. No pudo seguir hundiéndose en su malestar porque Gastón, tan perceptivo como era, la tomó por la cintura y la arrojó al agua, logrando mojar a la feliz pareja que conversaba amenamente al otro lado de la pileta. Rodrigo aguantó el mal humor, soportó el insulto que escalaba por su garganta e invitó a su compañera al interior de la vivienda, asegurándole que ingresarían al agua una vez que terminaran de beber unos tragos que él mismo prepararía. Ambos, con elegancia, se pusieron de pie y abandonaron el jardín para ir a la cómoda sala. —Después me vas a tener que contar todo — susurró Gastón sosteniéndola por la cintura, pegándola bien a su fuerte cuerpo, sabiendo que aquel idiota los estaba controlando a través del enorme ventanal de la sala, uniendo cabos rápidamente para imaginar a qué venía tan extraña interacción. —¿Y vos me vas a contar la mierda que le hiciste a Ema?— preguntó sujetándose del cuello de su amigo, mirándolo directo a los ojos, obligándolo a jurar que haría aquello. —Lo hablamos después, cuando estemos a solas — afirmó y dejó a su amiga sola dentro de la piscina. —Che, ¿hago unos mates?— preguntó Emma desde la pileta. —¡Dale!— aceptó Emanuel con esa preciosa sonrisa que siempre forzaba cuando todo iba para la mierda en su vida. Emma contempló a su amigo con ternura y decidió dejarlo tranquilo, ya tendría tiempo de hablar con él una vez que Gastón le contara su parte de la historia, por ahora sólo se encargaría de cebar esos mates que su amigo amaba, que siempre le levantaban el ánimo. La muchacha ingresó a aquella amplia cocina en busca de todo ese equipo que necesitaba para acompañar la tarde, se había colocado un liviano vestido que le cubría hasta los muslos, repentinamente avergonzada por estar en bikini, por no contar con el cuerpo que tenía aquella otra mujer que bebía dentro de la sala. Rápidamente encontró lo que buscaba y se dispuso a calentar el agua. Mientras esperaba una imponente figura hizo acto de presencia en aquel espacio que pareció reducirse de repente. Tragó pesado al saberse enfrentada con aquel tipo que la observaba desde el otro lado de la isla, con los brazos cruzados a la altura de su pecho y sus oscuros ojos sobre ella. —¿Qué?— gruñó fastidiada ante tanta silenciosa inspección. —Pensé que ibas a elegir mejor, pero veo que no. ¿En serio vas a estar con Gastón?— preguntó con clara ironía en el tono de voz. —¿De qué mierda hablás?— escupió enfadada. —Supuse que ya no estarías con pelotudos, pero me equivoqué, de todos decidiste quedarte con Gastón. ¿Sabés que sos el premio consuelo, no?— pinchó con maldad. —Yo no… yo no soy… —Mirá, Emma, todo bien, es tu vida, pero si querés salir de la vida de mierda que tenés es hora que empieces a pensar un poco más — aconsejó con soberbia. —¿Y a vos qué carajos te importa lo que haga?¡Ni siquiera me respondiste un puto mensaje!¡Vos fuiste una elección de mierda!— le gritó ya completamente enojada. —No, querida — susurró acercándose a ella, rodeando la isla hasta plantarse frente a la castaña —, vos no elegiste una mierda, simplemente hiciste lo que yo quería, seguiste exactamente mi capricho y sacaste mis ganas de cogerte, nada más — explicó mirándola directamente a los ojos, notando el momento exacto en el que comprendía el sentido de sus palabras, la evidente maldad detrás de ellas. —Sos una porquería, yo pensé… —¿Qué pensaste?— interrumpió con frialdad —. ¿Qué de verdad me interesabas?¿Qué iba a querer algo más con vos?— preguntó antes de dejar escapar una risa soberbia. —¿Qué?— susurró confundida. Claro que no pensaba que él quisiera más que una buena revolcada, pero notaba que detrás de aquellas palabras había algo más, mucho más oscuro, mucho peor de lo que dejaba ver. —Que sos patética, pobre, hija de una prostituta. Nunca, jamás, me interesaría en alguien como vos. Yo, si busco una relación, lo voy a hacer con una mina de mi clase, que tenga mi estilo de vida. Vos — dijo presionando su dedo en el pecho de la muchacha — solo fuiste un juego para mí, pensé que iba a ser más difícil convencerte, pero al final no me llevó más de un día tenerte en mi cama, gimiendo mi nombre — explicó con la mirada endurecida. —¿Para qué me decís esto? Nunca te pregunté nada, nunca te dije nada, ¿qué ganás con decirme esto?— preguntó sintiendo el dolor colarse en sus palabras. —Quiero que bajes esos humos de mierda que tenés, esas contestaciones de cuarta que me das y te ubiques en tu lugar, en ese que te corresponde bien al fondo de la sociedad. Me tenés cansado con tu porte desafiante y la miradita de pelotuda que cargás. Me gustaría no verte más la cara, porque, en serio, ya no te tolero, ya tuve todo lo que quería de vos y no tengo ganas de soportarte en mi casa — dijo remarcando el posesivo. —Me lo podías decir de otra forma, no hacía falta que fueras tan mierda — susurró sintiendo las lágrimas pincharle los ojos y la voz quebrada por tanto orgullo pisoteado. —Es que no entenderías sino, no te da la cabeza para las indirectas — dijo apuntando con su dedo índice los cabellos revueltos de la mina. Emma le mantuvo la mirada, lo analizó en busca de una explicación más allá de la simple maldad que parecía disfrutar. Trató de encontrar aunque sea un vestigio de aquel tipo que la había acariciado con tanta suavidad. Nada, no encontró nada. —Decile a los chicos que me tuve que ir — pidió casi en un susurro dolorido, sin ser capaz de evitar aquel destello de dolor que cruzó su mirada, ese mismo brillo que le indicó al hombre que había dañado algo muy profundo dentro de esa mujer, alguna cosa que no podría volver a arreglar, una cuestión que jamás volvería a unirse. —Yo… Y no pudo terminar de hablar porque la pequeña mujer pasó rápidamente a su lado, caminando directo a la puerta sin mirar atrás, dejando como una evidencia de su presencia aquella fragancia a maracuyá, a ese perfume comprado en algún catálogo barato. Caminó sintiéndose una mierda a cada paso y se ubicó en la entrada de la sala, en ese espacio donde aquella pelirroja revisaba su celular sin reparar en su presencia. —Jose, ¿no te jode si te llevo a tu casa? Tengo que ir a la oficina a arreglar unas cosas — mintió sin ser capaz de apartar de su mente aquellos ojitos que aguantaban el llanto, aquella mirada que parecía a punto de hundirlo en la desesperación, que le pedía correr detrás de la castaña y explicarle todo, contarle sus miedos, dejarle su alma expuesta, saber que ella entendería sus palabras y le aseguraría que todo estaba bien, que no tenía nada que temer. Se aguantó sus propias quejas solo para concentrarse en el ahora, en devolver a aquella mina a su casa y de ahí… Bueno, no tenía idea. —Nos hablamos — saludó la pelirroja tomándolo por las mejillas para depositarle un soso beso en los labios antes de bajarse del auto en la que la había llevado a su hogar. —Dale — respondió y vió a la mujer caminar directo a las enormes puertas de aquel edificio en el que vivía —. Basta, por favor, basta — susurró apoyando su frente en el volante. Necesitaba dejar de pensar, necesitaba que aquella conversación se borrara de su mente, abandonara sus recuerdos y lo liberara de tanta culpa. Supo que quejándose para sí mismo nada conseguiría, por lo cual llamó a su amigo, al único que lo toleraba vaya a saber Dios por qué. —Dale, venite, necesito ayuda para terminar de arreglar la quinta — explicó el morocho al otro lado de la llamada. — Ah, cierto. Dale, nos vemos allá — dijo y se resignó a esperar, no iba a cagarle el cumpleaños a su amigo, mejor se aguantaba como niño grande sus mierdas y después, cuando el festejo hubiera finalizado, hablaría con Alejo de la porquería que acababa de hacer. —-------------- Algo que caracterizaba a Emma era que enfrentaba a cualquier idiota que la quisiera pisotear, eso había acabado ese mismo día, cuando Rodrigo decidió aplastarle el amor propio escupiéndole en la cara unas cuantas verdades que siempre trataba de ignorar, porque sí, se sentía una hipócrita al tratar de mezclarse con gente que vivía muy diferente a lo que ella lo hacía, porque en el barrio siempre le decían que era una careta, una negadora del barrio, una vergüenza para toda La Gloria. Bajó del colectivo y comenzó a caminar hacia su hogar, atravesando esas calles que conocía de memoria con la mirada clavada en el suelo, ignorando a cualquiera que se le cruzara. Estaba harta, agotada de no sentirse parte de nada, porque fingía ser parte del barrio, fingía ser parte del estilo de vida de sus amigos, fingía en la facultad, fingía en el café, siempre fingía. —¿Y a esta culiada qué le pasa?— La voz de Britany le llegó como una oleada de furia. —No me jodas — masculló con mal humor, clavando su mirada en la idiota esa que siempre le buscaba la boca. —Ay, perdoname, como no tengo guita no me hablás — respondió haciendo reír al trío de forras que siempre le festejaba las bromas. —Andá a cagar, pelotuda — dijo y en cuanto esas palabras abandonaron sus labios lo supo, había sido una imbécil que cayó en la provocación de una boluda gigantesca. —Vos a mí no me hablás así — rebatió la otra acercándose con los hombros tirados hacia atrás y la barbilla bien en alto. —Mirá, no tengo ganas de pelear asique mejor déjame en paz antes que te rompa la jeta de una piña, ¿entendiste?— indagó masticando la bronca de no poder tragarse las palabras. —Escuchá lo que dice la pelotudita ésta— exclamó con ironía la minita que estaba a dos pasos de su cara. —Dejá de romperme las pelotas — gruñó clavando sus ojos fieros en ella. —¿O si no qué?— preguntó la otra acercándose un poco más —. ¿Vas a llamar a los caretas con lo que te juntás?¿Te pagan por chuparles la pija?— preguntó con malicia. —Te fuiste al carajo — gruñó y se abalanzó contra esa idiota, descargando contra ella todo el odio que se acumulaba en su pequeño cuerpo, golpeando a la mina en la cara una y otra vez hasta que sintió a las otras tres avanzar hacia ella con clara intención de proteger a su amiga, a esa que sangraba en el piso mientras largaba unas cuantas trompadas que no golpeaban jamás a la castaña. —Te vamos a matar — gruñó una de las minas que le acertó una buena trompada en la cara, aturdiéndola lo suficiente como para que dejara de golpear a la otra. Emma sabía defenderse, Manuel y Joel se habían encargado de enseñarle bien, pero ella sola contra cuatro era casi imposible. Sabiéndose superada comenzó a correr a toda velocidad a su hogar, sintiendo los pasos de las otras casi sobre los suyos, sabiendo que si frenaba estaba perdida, la iban a cagar a piñas hasta dejarla inconsciente. No lo vió, en serio que aquel pequeño perrito había aparecido de la nada, haciéndola caer en el asfalto, raspando sus manos y piernas mientras rodaba por el suelo. Ahí lo supo, ahora sí estaba realmente jodida. No pudo ni ponerse de pie cuando varios pies ya estaban impactando contra su cuerpo, cuando sus brazos, de manera inconsciente, se elevaron para tapar su cabeza, cuando el aire escapó de sus pulmones al impactar una zapatilla contra la boca de su estómago. No supo cuánto duró, pero de repente las voces de varios pibes y unas cuantas mujeres lograron que los golpes se detuvieran. Pudo ver los ojos marrones de Manuel a escasos centímetros de su rostro y luego enfocó a su madre con el rostro contraído por la bronca y el dolor. Escuchó bien clara la voz de Brisa puteando a todas las minas que ahora eran sostenidas por unos cuantos pibes del barrio, esos mismos que a veces la invitaban a tomar una cerveza en la esquina. Se puso de pie con bastante dificultad y se dejó guiar hasta su casa, a ese hogar que le sonó a protección. Suspiró cuando la dejaron caer sobre su cama y cerró los ojos para apartar las lágrimas. Ya no más, ya no aguantaba seguir así, ya no más, se susurró una y otra vez mientras la desvestían con cuidado y comenzaban a curarle las heridas. —Hola, bonito — escuchó que su madre le decía a quien fuera que llamaba insistentemente a su teléfono, aquel que se negaba a atender, ese mismo que su amigo le había reemplazado hace años y ya casi ni funcionaba, aunque no se quejaría, primero quería regalarle uno a su hermanita Azul y luego, si podía, cambiaría el suyo —. No puede ahora atender — dijo su madre y no pudo seguir oyendo ya que abandonó la habitación. —La voy a re cagar a trompadas a la pendeja esa — gruñó Luciana curando el corte en su costado izquierdo. —Tranqui, yo fui la pelotuda que le respondió — intentó calmarla pero sabía que poco podía hacer contra el mal carácter de su hermana. —Me importa tres pitos, yo la voy a cagar a trompadas en cuanto la vea por el barrio, mejor que se cuide — amenazó y logró sacar una sonrisa resignada a su hermana. Mierda, ni siquiera tenía ganas de soltar su discurso de mierda sobre ser mejores, buscar salir de ese barrio peligroso, algo que las llevara a tener otro estilo de vida, lejos de los enfrentamientos y la cosa oscura, lejos de todo lo que pudiera dañarlas.
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