Capítulo 14

3180 Words
Giró su rostro y vió a sus tres amigos parados en la puerta de su habitación. Gastón la observaba con claro gesto de enfado, Emanuel estaba evidentemente preocupado y Marco, bueno, él no iba a ser amable con ella. —Hola — susurró haciendo que sus amigos acentuaran sus expresiones. —Emma, ¿qué pasó?¿Por qué te fuiste así?— indagó Emanuel acercándose a ella, apoyando sus rodillas en el piso para dejar su rostro a la misma altura que el de su amiga. La castaña desvió fugazmente su mirada hacia Gastón quién se mantenía con ese claro enojo brutal, con el entendimiento cruzando su mirada y la ira burbujeando en su interior. —Nada, una boludez mía, pero estoy bien, golpeada — agregó antes que Marco pudiera hablar —, pero bien. —Boludez un carajo — gruñó Gastón —, esa mina siempre te busca la boca, todos lo sabemos. —Pero no le tendría que haber dado bola — rebatió ella incorporándose para sentarse en la cama. Emanuel, con cuidado, la ayudó a acomodarse y se ubicó a su lado, analizando el rostro un tanto golpeado de su amiga, pero completamente consciente que las heridas mayores estaban en el resto de su cuerpo. —Igual no está bien, no podés aguantar para siempre las provocaciones de esa mina — dijo Marco bastante enojado, es que conocía las infinitas provocaciones de la otra mina y lo pasiva que siempre había sido su amiga. —Ya está, si éramos nosotras dos la dejaba desfigurada, pero estaba con las amigas y yo la cagué — explicó rápidamente. —Manuel y Luciana ya salieron a buscarla — interrumpió su madre trayendo mate consigo, bien sabía ella que su hija siempre recibía aquella bebida que la ayudaba a pensar con calma. —¡Le dije a Luciana que no hiciera nada!¡Qué pendeja! Y el otro a qué mierda va — exclamó enfadada. —Todos conocemos a tu hermana y bien sabés que no iba a quedarse quieta — dijo Gastón recibiendo el mate que la madre de su amiga le pasaba. —Igual — bufó ella con fastidio, agotada de ver a su hermana metida en quilombos, harta de tratar de que hiciera con su vida algo más que solo actuar con impulsividad. —De todas formas ya avisé a unos cuantos que la cuidaran — dijo su madre sabiendo que poco podía hacer en contra del carácter de su segunda hija —, asique ya hay varios que han salido para evitar que se encuentren — aseguró. —Sí, hoy, pero mañana… —Mañana nada, tu hermana es grande, sabe bien en los quilombos que se mete — afirmó la mujer. —Lo importante es que te vea un doctor — sugirió Emanuel —. Tenemos que estar seguro que son solo heridas superficiales — agregó. —Tiene razón. Vamos que te llevo al hospital — ordenó Gastón y su tono no dejaba derecho a réplicas —, después te venís conmigo a mí departamento así podés dormir bien — aclaró sabiendo que a su amiga le tocaba compartir cama noche tras noche. —Esperen que preparo unas cosas, las guardias del hospital son eternas — aseguró la mujer mayor, suponiendo que aquel trío llevaría a su hija a algún hospital público, lugar donde la espera en la guardia se podía extender hasta más de seis horas. Poco podía sospechar esa mujer que Marco pagaría una consulta privada con algún doctor en una clínica. No lo sabía y jamás lo iba a saber, ya que nadie emitiría una sola palabra sobre aquellos servicios que muchas veces le pagaban a su amiga con tal de que fuera a un lugar cómodo a atenderse. —Chicos, en serio, no hace falta — Trató de negarse pero un certero dedo de Emanuel tocando una de sus costillas la hizo encogerse de dolor. Sí, esa era prueba suficiente para no seguir negándose. —Vamos — ordenó Marco tomando el bolso que le daba la madre de su amiga y aquel equipo de mate improvisado con botellas pequeñas de gaseosa. —Te ayudo — susurró Emanuel y la ayudó a ponerse de pie para ir a paso lento hasta aquel vehículo propiedad de su musculoso amigo. ——————————————— Mientras aguardaban en la sala de la clínica, notaron ese gesto de fastidio por parte de Marco. Bueno, era claro que algo pasaba ahí y, sin mucho más por hacer, se giraron para encararlo, bien sabían ellos que si no preguntaban no largaría ni media palabra. —¿Qué pasó anoche que tenés esa cara? —indagó Emma frunciendo apenitas el ceño. Mierda, hasta hacer eso le dolía. —Nada, boluda, una mierda al final — dijo agotado y malhumorado. —¿Qué?¿Por qué? El flaco parecía re interesado en vos, ¿qué pasó? — preguntó Gastón realmente asombrado. Es que sí, ese Alan había estado casi acosando a su amigo solo para conseguir esa cita que, al parecer, no había llegado a buen puerto. —Tomás pasó — gruñó con bronca. —¿Qué hizo ese imbécil?— indagó Emma comenzando a enfadarse. —No sé si fue casualidad o lo sabía de antemano, pero cayó al bar donde yo estaba con Alan, haciendo esa estupidez de macho alfa, no sé qué mierda, pero al final lo terminó espantando al chabón y yo me quedé sin nada porque lo cagué puteando al imbécil. ¡Qué me deje en paz!— exclamó realmente fastidiado. —¿Y vos qué le dijiste? Digo, cuando te encaró, ¿qué le dijiste? —En realidad… En realidad él no me encaró, solo llegó y se sentó en una mesa enfrente mío, yo lo podía ver de frente pero Alan no porque le daba la espalda. Tomás no me sacó la vista en toda la noche hasta que me harté y me fui a su mesa. —Boludo — dijo entre risas Emanuel. —Sí, ya sé, pero no me contuve, ya saben cómo soy — respondió hastiado de su propia forma de ser, agotado de no poder controlar sus impulsos. —¿Qué le dijiste?— Ahora era Gastón quien se aguantaba la gracia. —Que me dejara en paz, que él no había querido nada conmigo asique ahora no me jodiera. —¿Qué te respondió? —Que flasheaba cualquiera, que nada que ver lo que le decía si él solamente se estaba tomando una birra ahí, tranqui. —Y bueno, tenía razón en esa —afirmó Emanuel. —¡Ya sé!— exclamó fastidiado —. Pero me mambié solo pensando… Que se yo… — bufó con enfado. —¿Y Alan? — Cuando me dí cuenta ya se había tomado el palo. Igual lo entiendo, nada que ver el escándalo de puto que hice en medio del bar — masculló con mal humor, dejándose caer nuevamente en la silla. Marco no lo sabía y jamás lo iba a saber, no se enteraría que sí, Tomás había estado en ese lugar por cuestiones del destino, por una tarde de calor y pocas cosas para hacer, mismas razones que lo habían llevado a dejar su solitario departamento para encaminarse hacia ese bar de buenas birras y ambiente tranquilo, bar que se ubicaba a dos cuadras de su hogar, bar que, justo, era visitado por ese chaboncito que le nublaba la razón, que le robaba la inteligencia y no se inmutaba ante sus frases cargadas de veneno. En cuanto lo vió, muy bien acompañado de aquel morocho de sonrisa enorme, sintió los celos comerle la cabeza, susurrarle pelotudeces al oído y hacerlo actuar como jamás imaginó, obligándolo a plantarse frente a la jeta del chaboncito, sin poder hallar las fuerzas suficientes para apartarle la mirada, para dejar de vigilarlo y asegurarse que el otro idiota no quisiera robarle un beso, no buscara probar esos labios que a él lo llevaron al delirio. Sonrió para su interior cuando vio a Marco acercarse a su puesto, plantearle cosas que fácilmente le podía rebatir y, después, ver al otro tipito irse por la puerta sin decirle una sola palabra. Se regocijó con placer al saber que Marco no volvería a casa acompañado, que él no se pasaría la noche dando vueltas para saber si el castaño de cabellos cortos y perfectamente peinados, estaba revolcándose con un idiota cualquiera, si otro tipo estaba probando la piel blanca de ese flaquito que no paraba de gritarle cosas en la cara. Sí, se equivocaba al pensar que lo había espiado, no estaba tan loco para hacer aquello, pero no mentía al decir que se había sentado allí a propósito, solo para molestarlo desde la distancia. —El idiota que te acompañaba se fue. Seguro ni te dejó guita para la birra — dijo señalando la mesa que ocupaba el otro par. Vió el momento exacto que Marco giró con rapidez la cabeza en busca de aquel compañero que lo abandonó en plena cita y gruñó un insulto bajo al notar la veracidad en las palabras de aquel rubio. Se tuvo que tragar la bronca cuando notó ese brillo de tristeza que atravesó a Marco al saberse dejado por aquel imbécil que no supo aprovechar el golpe de suerte que había tenido al conseguir una cita con ese pendejo inteligente, divertido y excelente bailarín. Se detestó por sentir un impulso primitivo que lo obligaba a tomar al castaño y arrastrarlo lejos de todos, encerrándolo solo para él, solo para su deleite personal. —La puta madre — susurró Marco antes de dejarlo solo, en esa mesita de aquel bar que ahora le recordaría por siempre el momento de mierda. Emma rió como desquiciada ante la historia de su amigo, no pudiendo creer que Marco, el chabón al que nadie le afectaba demasiado, había montado tremenda escena en su bar favorito. —¡Basta, Emma!— la regañó con el ceño fruncido para luego fulminar al otro par que se aguantaba la risa. —Bueno, es que no te imagino en esa situación, perdón — dijo terminando de reír. —Ya está, de todas formas no pienso darle más bola de la que merece. —Ah, qué problema porque Alejo nos invitó a su cumple, y teniendo en cuenta que es el mejor amigo de Cristian… — dijo dejando suspendida aquella idea que flotaba entre ellos. —Bueno, ya veré qué hago, de última siempre puedo recurrir a Ema — dijo sonriendo de lado mientras contemplaba a su amigo que le regalaba un guiño de ojo, esos que antes lo hacían suspirar y ahora solo le sabían a complicidad. Sí, el bueno de Emanuel, con su extrema belleza, siempre era una buena herramienta para espantar a quienes no le interesaban. Nadie, en sus más locos sueños, competiría contra ese chabón hermoso y carismático, tan bueno como tímido, tan modelo que absolutamente todos se giraban para mirarlo, para absorber por un ratito su infinita belleza. —El bueno de Ema siempre es nuestra respuesta — dijo la muchacha sonriendo con ganas mientras abrazaba al nombrado. —-------------------- Llegó agotado de tanto trabajo físico y de tanto pensar una y otra vez en lo mismo, en la conversación de porquería que había tenido horas atrás. Torció el gesto cuando vio las luces de su casa apagadas, revisó su teléfono en busca de alguna pista de su hermanito y bufó fastidiado al no contar con un solo mensaje de él. Ingresó y fue directo a la cocina. ¿Qué hora era? Según el microondas las doce de la noche, por lo tanto Marco debía estar por llegar, ya que si se quedaba a dormir fuera siempre le avisaba. Bebió con ganas un enorme vaso de agua y puteó de nuevo a Alejo que lo había tenido toda la tarde cortando el pasto y arreglando el jardín para la fiesta que daría en su casa dos noches después. El imbécil bien podía pagarle a algunos pibes para que lo hicieran por él, pero no, quería hacerlo con sus propias manos vaya a saber por qué mierda. Por suerte Cristian también había estado ayudando y, por lo que pudo saber, se quedaría unos días en la quinta hasta que pasara el festejo, por eso había llegado con un enorme bolso lleno de ropa colgado de su hombro. En cuanto se dispuso a subir hasta su habitación escuchó el ruido de un auto estacionado en la puerta. Miró por la pequeña ventana ubicada al lado de la entrada y divisó el auto blanco de Gastón. Pudo observar a su hermanito bajar del mismo, saludar a quienes sea que lo acompañaban e ingresar a su casa con aspecto cansado. —¿Dónde andabas?— preguntó apenas el menor puso un pie dentro del hogar. —No se te van a ir más tus modos guardianes — respondió con una sonrisa de lado. —No. Ahora respondeme — ordenó. —Fui a acompañar a Emma al doctor — explicó vagamente mientras comenzaba a subir las escaleras. —¿Y por qué la tenés que acompañar?¿Acaso tiene dos años?— indagó intentando no parecer particularmente interesado por aquella visita, aunque algo inquieto se encontraba ya que la muchacha no parecía enferma durante la tarde. —No, boludo, la re cagaron a palos en su barrio, cuando llegó después de que se fue de acá — dijo enfadado, aún no podía dar con la razón que llevó a su amiga a abandonar así su casa, aunque, sospechaba, su hermano debía tener algo que ver. —¿Qué?— preguntó y bajó ese escalón que lo separaba de Marco. —Nada, una boluda que siempre la busca, pero ahora la agarraron entre cuatro y la re cagaron a patadas. Por suerte el doctor dijo que está bien asique solo le dió unos calmantes y desinflamantes para los golpes. Se fue a lo de Gastón a dormir porque en su casa no hay lugar — explicó deteniéndose en las diferentes emociones que atravesaban el rostro de su hermano, expresiones que podían engañar a todos, absolutamente a todos, pero a él no, no cuando lo conocía tan bien. —¿Me estás jodiendo?— gruñó el mayor y Marco no pudo saber si era respecto a la pelea, el hecho que estuviera en lo de Gastón o el que en la casa de la castaña no cabía ni un alfiler. —No, todo es verdad — dijo palmeando el hombro de su hermano, subiendo rápidamente la escalera para dejar al mayor solo, enfadado, confundido y dolido. —Mierda — exclamó con bronca y se giró para ir hacia su habitación. No debía, no tenía que escribirle, pero estaba seguro que no dormiría hasta no contar con una palabra de ella que le alejara los monstruos que comenzaban a reírse de él en su cara. ————————————— Emma observó su teléfono un instante y decidió dejarlo de lado. ¿Ahora se hacia el que le importaba? Bueno, bien se podía ir a la mierda. —Ahora vamos a ir por parte — dijo con seriedad Gastón sentándose a su lado, ignorando la cara de fastidio de su amiga, sabiendo que, si quería respuestas, iba a tener que presionar. —No me jodas — escupió enojada. —Sí te jodo y me vas a explicar qué mierda pasa con Rodrigo — ordenó con firmeza. —Gastón — pidió con sus ojitos de ternura. —Una mierda, sabés que no caigo en esa, ahora decime — insistió y supo en el momento exacto que su amiga se resignaba. —Te cuento, pero ni una palabra a nadie — advirtió. —Soy una tumba — prometió y se preparó para escuchar el relato de su amiga, relato que lo comenzaba llenar de ira de a poco, que comenzó a enfurecerlo como pocas cosas lo hacían. Resulta que Emma era como una hermana para el enorme muchacho, una hermana que cuidaba a toda costa, una que no estaba dispuesto a ver sufrir, pero el imbécil de Rodrigo poco sabía de aquello y había supuesto pelotudeces que no tenían ni pies ni cabeza. Bueno, si él quería que fueran una pareja, bien podrían actuar como una, poco le importaba fingir estar estúpidamente enamorado de su mejor amiga, ser el novio perfecto a los ojos de quien sea, elaborar una bella historia inexistente pero que alejaría al idiota y sus palabras de mierda. —En la fiesta de Alejo le vamos a hacer creer a ese infeliz lo de nuestra relación. Se va a tener que tragar esas mierdas que dice — aseguró con bronca, con el odio proponiendo miles de planes. Poco le importaba la imagen que aquel infeliz tenía de él, lo que le revolvía las tripas era lo despectivo que resultaba ser con Emma, con su amiga que laburaba hasta el cansancio y estudiaba hasta acabar con sus energías, sólo para tener un futuro mejor. No, él no iba a permitir que un pelotudo cualquiera llegara a decir cosas que no tenía idea. —No sé, estoy un toque harta de fingir — respondió la castaña haciendo que el muchacho frunciera el entrecejo. —¿A qué te referís?— Y sus ojitos brillantes de dolor casi lo hacen perder la calma. Ese idiota la había dañado tan profundo, tan dentro, peor que el idiota de Santiago, peor que el imbécil de Tadeo, la había lastimado como nunca nadie lo hizo jamás. —Vamos, Gastón, finjo que soy parte de su círculo, finjo que soy de mi barrio, finjo que me gusta el laburo, finjo que la facultad no me cuesta tanto. Fingir es todo lo que hago — confirmó con las lágrimas a punto de salir de sus ojitos. —Nunca más, en tu puta vida, vuelvas a decir eso — ordenó con los dientes apretados —. Lo que el pelotudo ese te dijo se lo vamos a hacer tragar, porque no tiene idea, no sabe nada — aseguró con la determinación de un guerrero, de un tipo que la había peleado desde abajo, sin ningún tipo de apoyo para conseguir sus objetivos, logrando estar en el lugar que hoy se encontraba gracias a su propio esfuerzo. —Gastón — susurró con la voz quebrada de tanto dolor, de tanto aguantar mierdas que le tiraban de todos lados, como si ella, por mostrarse fuerte, fuera capaz de aguantar, sin sufrir daños, cualquier golpe que le dieran. El morocho sintió que mataría al idiota, pero no ahora, no en ese momento que lo único que necesitaba su amiga era un buen abrazo que la contenga, que le permitiera descargar sus penas, que le sacara, por un ratito, la máscara de fortaleza que se obligaba a llevar. —Todo va a estar bien, vos tranquila — susurró con su amiga rompiéndose entre sus brazos —. Tranquila — le repitió contra sus rulos alborotados.
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