Capítulo 11

1731 Words
Bajó rápido las escaleras al escuchar el timbre de su hogar, sonriendo de costado, sabiendo que esa sensación que le cosquilleaba en el cuerpo se debía a la anticipación de una noche que prometía llenarlo de sorpresa. —Bienvenida — dijo con voz grave mientras se apartaba para dejar a la bonita castaña ingresar a su hogar, a ese que había pisado miles de veces pero que, por primera vez, la ponía nerviosa —. Marco no vuelve hasta tarde — avisó mientras cerraba la enorme puerta de madera. —Sí, sabía — respondió sin mirarlo, demasiado inquieta por haber aceptado aquella estupidez. —¿Estás nerviosa?— preguntó e inconscientemente su mano se deslizó a la pequeña mejilla de la mujer, esa sonrojada que le estrujaba de manera adorable el corazón. —Algo — susurró apartando los sentimientos que se revolvían en su pecho, es que esa mano cálida contra su piel la estaba confundiendo de una manera estúpida. —Tranquila, no voy a ir más allá de lo que quieras — susurró y se acercó a ella, pegando su cuerpo al de aquella linda castaña, obligándola con suavidad a levantar el rostro para mirar directo hacia sus oscuros ojos, esos que eran profundos, firmes. Rodrigo evaluó el rostro de esa muchachita. Sí, era preciosa, no solo por ese brillo en la mirada, sino por todo el conjunto de sus facciones, por esas espesas pestañas, los labios rosados, llenos, apetecibles, esa naricita pequeñita, como un botoncito que sobresalía apenitas de su rostro. Era hermosa, no lo negaría jamás, pero tenía un algo, una cuestión oculta que a él lo atraía como un idiota. No se contuvo más y acercó sus labios a esos que lo llamaban a gritos, que pedían por él. Selló la boca de esa pequeña mujer con la suya y se detuvo unos segundos para analizarla. Sí, eran precisamente como los había imaginado, tenían un suave sabor a menta que lo hizo sonreír mientras pegaba más a la muchachita contra su cuerpo. Presionó más sus labios contra los de ella y se dejó llevar, ya no quería seguir analizando todo, quería que su mente se desconectara, que su cuerpo tomara el control de la situación. Emma se mantuvo inmóvil unos instantes, sorprendida por tanta delicadeza, por tanto cuidado, hasta que los días de ganas acumuladas aparecieron como un torrente incontrolable. Se apretó más contra aquel cuerpo fibroso, envolviendo el cuello del tipo con sus brazos, gimiendo bajito cuando él introdujo su lengua dentro de su boca y la saboreó por completo, acariciando cada parte de su cavidad con detallada concentración, con torturante calma. —Deliciosa — susurró Rodrigo contra sus labios, justo antes de volver a saborearla con más ganas, con nuevas ganas. Sin decir nada más la tomó con fuerza para obligarla a envolver su cintura con las finas piernas de ella, encajándola en ese lugar que ocuparía el resto de la noche. A paso lento subió las escaleras, sin bajar a esa minita hermosa, sin poder dejar de besarla, de despegarse un segundo de aquellos deliciosos labios. Ingresó a su habitación con ella prendida a su cuerpo, con esa lengua explorándolo hasta lo más profundo. Cerró de una patada la puerta y siguió su camino hasta la enorme cama ubicada en el centro del espacio. Solo allí, una vez que la dejó posada en su gigantesco colchón, Emma pudo evaluar su entorno, esa habitación en la que nunca había ingresado pero lucía como lo imaginaba, con ese orden estructurado y los colores oscuros invadiendo cada rincón. Podía apreciar con gran claridad el aroma del perfume de aquel hombre flotando por el aire, llenándolo todo a su alrededor. —¿Terminaste de analizar mi cuarto?— indagó él acostado sobre su cuerpo, con esa sonrisa idiota clavada en el rostro y la respiración un tanto agitada, presionando esa suave erección contra el centro de la muchacha, empujando un poco sus caderas en busca de mayor contacto. —Perdón — susurró ella por tan descarado análisis, por tanta invasión a la privacidad de aquel hombre. Nunca largó aquella palabra para alterar al tipo, nunca pensó que su repentina vergüenza lo iba a encantar y, por la misma razón, comenzaría a devorarle la boca con demasiadas ganas, con mucho deseo. Rodrigo gimió en cuanto su erección se refregó contra la hermosa muchacha, cuando ella elevó sus caderas en busca de mayor contacto, en busca de eso que tanto anhelaba. De a poco sacaron sus prendas, con él despegándose con pocas ganas de ella para ponerse de pie y poder quitar sus pantalones y ropa interior, sin ser consciente de que Emma hacía lo mismo sobre la cama, sin esperar quedarse atontado por la repentina imagen de ella, perfecta, desnuda, sobre su cama, analizándolo con esos ojos oscurecidos por la lujuria, con las mejillas encendidas de vergüenza, con los labios apenas entreabiertos invitándolo a volver a apoderarse de ellos. Gruñó bajo mientras se volvía a acomodar sobre su compañera, incrustándose entre esas piernas que se abrían para él, bajando su boca directo a esos pezones marrones, erectos, hermosos. Comió de cada uno un poco y se deleitó por los sonidos que hacía, se apretó contra la intimidad de ella, sin penetrarla, sin llenarla aún, anhelando hacerlo, pero alargando ese momento porque, primero, la haría llegar al cielo con su lengua. Bajó de a poco por aquel precioso cuerpo y sonrió al estar de rodillas, entre aquellas piernas, con esa mirada clavada en él, invitándolo a ir más allá. Sacó la lengua y la hundió entre aquellos pliegues, saboreando aquella humedad abundante, buscando aquel botón que la volvería loca, que torturaría hasta el cansancio y mucho más. Emma se aferró con fuerza a las sábanas y desconectó su mente. No quería analizar que era Rodrigo, el insoportable de Rodrigo, quien la estaba dejando atontada. En cuanto lo sintió apoderarse de su clítoris no supo si llorar o gritar, le producía tantas emociones contradictorias que no podía procesar nada. Se dejó llevar en pocos minutos, alcanzando el orgasmo con ese hombre entre sus piernas. Se desplomó sobre el cómodo colchón en cuanto salió de la bruma de placer y sonrió al sentir ese peso sobre su cuerpo, esos besos a lo largo de su cuello y aquel pene alinearse con su entrada. Inhaló profundo al sentir llenarla, se aferró con fuerza a él cuando notó que aquel grosor era demasiado para su cuerpo. —¿Duele?— susurró con real preocupación al notar la tensión en aquel pequeño cuerpo. —Un poco — respondió un tanto adolorida —. Ya está pasando — dijo sabiendo que él aún no se enterraba por completo. —No me engañes — regañó conteniendo su impulso de seguir hundiéndose en ese interior que lo comenzaba a volver loco. —En serio — dijo y se empujó un poco más contra él, logrando que algunos centímetros más la invadieran. —No juegues — volvió a regañar apretando los dientes. —No juego, en serio que ya no duele — aseguró y se movió un poco más, logrando que aquella erección terminara de llenarla por completo, aguantando el quejido por tan repentina irrupción en su cuerpo, escuchando con claridad el gruñido de Rodrigo en su oído. —Emma, con cuidado — susurró sabiendo que aquello le había causado dolor —. Dios, tan pequeña sos que me apretás demasiado bien. —Por favor, por favor — rogó ella extasiada por cómo lo sentía dentro suyo, demente por tanta cosa que le provocaba. —Ahora, bonita, primero date tiempo — explicó con suavidad. —Ya no duele, lo prometo — dijo y clavó sus precioso ojos en él, hundiéndolo en algo que no podía saber qué era, que no tenía ganas de descubrir. —Me avisás si duele — advirtió apartando sus pensamientos molestos y concentrándose en el ahora. —Te aviso— confirmó y sintió ese suave movimiento que le encantó, ese vaivén que la apartaba de este mundo, de familias numerosas y casa abarrotadas, de trabajos extenuantes y facultades exigentes, de todo lo que la sobrepasaba y la oprimía. Rodrigo analizó las facciones de la muchacha y terminó por aceptar que debía confiar en ella, que le diría ante cualquier inconveniente para que él se detuviera. Sin más comenzó a mecerse sobre ella, sintiendo como lo estrujaba encantadoramente, cómo gemía con suavidad directo en su oído, cómo se sentía encantado por todo. Aumentó la velocidad y se despegó un poco para poder contemplarla, para absorber ese gesto precioso que hacía cada vez que él se hundía en ella, como mantenía sus ojitos cerrados y los labios apenitas despegados. Se mantuvo con sus oscuros ojos fijos en ese cuerpo tan pequeñito, bajando su mano hasta el clítoris de la muchacha, comenzando a masajearlo con suavidad, notando cómo la castaña gemía con más fuerza. Se empujó aún más y la llevó a un devastador segundo orgasmo, orgasmo que a él lo embobó por completo, que lo deleitó hasta la médula. Se llenó de aquel escenario de ella con la espalda arqueada hacia arriba, con los ojos cerrados y los dedos clavados contra sus fuertes brazos. Sabía que aquella era una imagen que nunca abandonaría sus recuerdos, pero también era plenamente consciente que tampoco la volvería a ver en directo. Sonrió de lado cuando ella clavó sus ojos en él y comenzó a empujarse con más fuerza, liberándose dentro de aquel preservativo que se llenaba con su semilla. Gimió con fuerza y dejó caer su cabeza en aquel huequito que olía a maracuyá, a ella, a Emma por completo. —¿Estás bien?— preguntó sin salir de aquel lugar, con sus labios rozando la suave piel de aquella muchacha. —Perfecta — respondió con una sonrisa y la mirada clavada en el techo. —Voy a salir — avisó y sujetó la punta del preservativo para mantenerlo en su lugar mientras abandonaba aquel cuerpo calentito. Rápidamente se puso de pie y caminó al baño de su cuarto, buscando ese espacio que le permitiera asearse y despejar su mente. Necesitaba, con suma urgencia, empujar bien lejos todo lo que se removía en su interior, sentimientos que se negaba a analizar, pero sobre todo a experimentar en su total despliegue. No, él, Rodrigo Acuña Pereyra, no caería en estúpidas cursilerías, se repitió una y otra vez hasta convencerse de aquello.
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