Capítulo 10

3569 Words
Entró al nuevo café de su amigo y la vió detrás de la barra preparando café con cierta prisa mientras no paraba de tararear esa canción de Gauchito Club, la de la pibita que era bastante picante. Sonrió de lado y se sentó en una de las altas sillas de la barra, apoyando sus codos en la oscura madera, sabiendo que ella era completamente consciente de lo que estaba haciendo ese tipo, pero ignorándolo de todos modos. —Buen día — saludó Rodrigo con ese tonito de mierda que a ella la sacaba de sus casillas en menos de un segundo. Emma lo sabía, estaba segura que el idiota se había enterado del fin de su relación con Tadeo, relación que duró más de un año y medio y que finalizó por una cuestión del chabón, un mambo de él y su vida de mierda en la que se creía un filósofo barato, un payaso patético a mirada del mayor de los Acuña Pereyra. —Buen día — saludó ella sin mirarlo, terminando de acomodar aquellas tazas de café sobre la bandeja que Pilar vendría a buscar en cualquier momento. —¿Me servís un café fuerte, sin azúcar?— preguntó demasiado amable. Emma miró por fin en su dirección, con los ojos entrecerrados, analizando al imbécil del hermano de su amigo en busca de alguna cosita que le indicara la finalidad de haber llevado su persona hasta el café de Alejo, café que sólo visitó en su apertura, hace cinco meses, y al que nunca más regresó hasta el día de hoy. ¿Con qué finalidad? No tenía idea, pero seguro no era nada bueno. En los últimos años Emma y Rodrigo habían establecido un acuerdo tácito de paz. Ambos se ignoraban y sólo conversaban si se veían forzados a hacerlo, sino, cada uno por su camino y listo, no les interesaba absolutamente nada del otro, poco les importaba qué pasaba en la vida de esa otra persona con la que compartían algunos lazos demasiados superficiales. Fuera de algunas situaciones puntuales que habían acontecido en el pasado, nada los ligaba, nada los ataba al otro. Y mejor así, se dijo Emma luego de algunos meses de confusión, porque Rodrigo era un hombre indescifrable, tan hermético como serio, asique mejor dejarlo que se apartara y no insistir en nada más. Bien, el trato había funcionado relativamente bien hasta que Emma llegó a la casa de los hermanos Acuña acompañada de Tadeo, un muchacho unos años mayor que ella, con mirada tierna y cabellos revueltos. Rodrigo, apenas tuvo al imbécil enfrente lo supo, ese tipo era un idiota con todas las letras. Para ese momento la castaña ya llevaba casi un año con el infeliz, dato que sorprendió en demasía a Rodrigo quien no sabía nada sobre la vida de aquella muchacha, no mucho más que estudiaba Traductorado de Inglés en la Universidad Nacional de Cuyo y trabajaba para su mejor amigo hace años, fuera de eso, poco sabía de ella. —¿Asique terminaste la relación papelonera que tenías con el intento de filántropo?— preguntó comenzando a beber de su café. Sí, exactamente así era como le encantaba. —Se iba de intercambio a Costa Rica y no estaba seguro de si volvería, asique decidimos que era lo mejor — explicó ignorando todas las otras estupideces que el pelotudo le había dicho. —Bueno, por lo menos va a ocupar aire de otra nación y no va a seguir al pedo acá — respondió y con una estúpida sonrisa en los labios bebió de su café, sin dejar de mirar a esa minita que se notaba irritada, irritada, pero no dolida, no triste, mucho menos deprimida –.¿No deberías estar mal por esto?— preguntó verdaderamente confundido —. Digo, era tu novio. —No, iba a pasar tarde o temprano — respondió encogiéndose de hombros mientras limpiaba un poco su puesto de trabajo. —¿Asique estaban condenados a fracasar?¿Acaso no lo amabas? —Al principio, después, que se yo, me acostumbré a estar con él — explicó recibiendo el pedido de uno de los mozos y girándose para comenzar a preparar aquellas bebidas que le habían encargado. —¿Y entonces por qué seguiste? Digo, y no quiero que lo tomés a mal, sos una mina linda, podrías haberlo dejado y buscado algo mejor. —¿Me estás halagando?— preguntó sin mirarlo pero dejando que la diversión de aquella idea se colara en sus palabras. —Vamos, Emma, podemos no llevarnos bien pero no por eso voy a negar lo evidente — respondió casi fastidiado. —Lo seguí viendo porque bueno...— susurró y sus mejillas se tiñeron de un dulce color rojo. Rodrigo tragó despacito, admirando la perfecta imagen de esa minita preparando café con las mejillas suavemente coloreadas. Sí, Emma avergonzada no era algo de todos los días. —¿Bueno, qué?— indagó. —Tengo necesidades — explicó comenzando a ubicar las bebidas sobre la bandeja —, y no soy buena para lo casual asique… —Asique estabas con el idiota solo porque te cogía — afirmó un tanto sorprendido por aquello. Emma se avergonzó aún más y mordió tentadoramente su labio inferior, obligando a Rodrigo a mantener sus ojos fijos en aquella boca carnosa, rosadita, preciosa, que lo comenzaba a marear de a poco. —No… Bueno, sí. —¿Sabés que hay aplicaciones que podés usar para conocer gente? No hacía falta que soportaras al imbécil — explicó un tanto perturbado por sus propias fantasías que comenzaban a atormentarlo sin piedad. —No soy buena para lo casual, no me gusta — dijo y le sonrió al mozo que retiró aquella bandeja —. Me puede tocar un tipo peligroso. No, prefiero que sea alguien que, por lo menos, sepa que no me va a dañar — explicó girando su cuerpo para encarar a Rodrigo, a ese tipo que la observaba desde el otro lado de la barra con una mirada que no supo descifrar, con la vergüenza comiéndole los pies. —¿Y ahora cómo hacés?— indagó el castaño. —No te voy a decir — se escandalizó abriendo sus preciosos ojitos bien grandes ante tal pregunta. —Vamos, Emma, tenés veinticuatro, no me digás que te dá vergüenza. —¡Sí, idiota!— exclamó y lo golpeó suavemente con el trapo que tenía en sus manitos. —Juro que no digo nada — afirmó acercándose un poco por encima de la barra, torciendo esa sonrisa que a Emma solo le sabían a malas intenciones. —No te voy a decir — murmuró con mal humor. —Imagino que te masturbás, ahora tengo curiosidad de si usás juguetitos o… Y la cara completamente avergonzada de la muchacha lo hizo reír con ganas. Rodrigo jamás pudo imaginar que conviviendo con seis mujeres más, en una casa del tamaño de una caja de zapatos, apenas si encontraba algún momento para atenderse, es más, poco podía sospechar que llevaba casi un mes sin demasiada acción porque su madre estaba alojando a una de sus compañeras de trabajo en la casa, una mujer de casi treinta que dormía en la misma cama que ella. —¡Basta!— exclamó completamente sobrepasada por aquella conversación. —Bueno, solo quería saber. De todos modos — dijo cambiando el tono a uno mucha más bajo y serio —, si necesitás ayuda yo te puedo dar una mano — afirmó y guiñó el ojo obligando a Emma a insultarlo por lo bajo —. Soy un cliente, no está bien que me insultes — explicó aguantando la risa. —¡¿Pero quién va a querer algo con vos?!— exclamó demasiado avergonzada. —Soy bueno en la cama, puedo dar fe de ello — explicó apoyándose de manera soberbia en el respaldo de la silla. —¡Callate!— gritó Emma demasiado fuerte. —Seguro que el idiota de tu ex no era tan bueno como yo, seguro que no cogía bien culpa de ese pensamiento pelotudo que tenía. —¡Que se yo si lo hacía bien!— exclamó y notó al momento el horror de aquellas palabras. Mierda, quería morir allí, dejar de existir para siempre y evitarse la situación de porquería en la que se había puesto. —Encima cogía mal — afirmó Rodrigo entre risas, completamente encantado por la situación. —No sé, no seas boludo si solo estuve con él, porque el otro no cuenta — murmuró bajito, sin poder mirar al idiota ese que se reía a su costa. —Bueno, con más razón — susurró el castaño —. Me dejás que te enseñe cómo se hace para que tengas buenas referencias y dejes de elegir tipos de mierda — explicó completamente seguro de sus capacidades en el sexo. —Si estoy con vos sería elegir un tipo de mierda — confirmó clavando sus ojos en ese idiota que no dejaba de decir cosas que la avergonzaban demasiado. —Sería una sola noche, nada más — afirmó. —¿Y quién en su perra vida querría algo con vos? Idiota — escupió con enfado. —Bueno, pensalo — dijo levantándose de su silla y depositando unos cuantos billetes sobre la barra —. No soy un desconocido y no tenemos relación, asique soy la opción perfecta para que puedas descargar tus ganas — explicó —. Estoy seguro que hace bastante no tenés un buen orgasmo — susurró muy cerca del oído de la muchacha que se había acercado a la barra a recoger la paga de aquel café, dándole al imbécil la oportunidad justa para detenerla y decirle estupideces al oído. —Andá a cagar — masculló con odio, matando al idiota con su mirada, estando a solo unos centímetros de aquellos labios que se abrían en una sonrisa de costado. —Ya sabés cómo encontrarme — dijo y se separó de ella antes que su cuerpo actuara solo y lo obligara a apoderarse de esos labios llenos y tentadores, de esa boca que no paraba de insultarlo. Emma observó aquella amplia espalda alejarse con paso firme y soberbio, con toda esa aura de poder que emanaba el idiota. No pudo evitar que sus ojos bajaran hasta el culo del tipo, metido en esos pantalones de jean oscuro que solo hacían resaltar más aquel atributo del idiota. Se odió por pensar que aquella figura era exactamente cómo le gustaba, con esos hombros anchos y aquella espalda que se afinaba mientras descendía hasta esa cadera estrecha. Lo odiaba, en serio que cada día lo odiaba un poquito más. —Mierda que esta vez sí se puso intenso — susurró Pilar a su lado haciéndola brincar del susto. —Tarada, no sabía qué estabas acá — exclamó y la golpeó con suavidad en el brazo. —¿Qué es eso que te propuso?— indagó la muchacha mientras extendía una extraña sonrisa. ¡Claro que sabía todo! Lo había escuchado desde casi el comienzo, pero no por eso era menos divertido intentar que Emma lo explicara con sus palabras, sabiendo lo nerviosa que se ponía su amiga cada vez que le tocaba hablar de sexo. —Nada, debe ser una estupidez para molestarme — respondió, pero de todas formas le comentó aquello que el castaño le deslizó, esa propuesta extraña, esa que, al parecer, le aseguraba un rato de buen sexo. —Y, yo agarro viaje — afirmó seria Pilar. Emma abrió bien grande sus ojos, incapaz de creer que Pili, la minita eternamente enamorada de su ex y que no se acostaba con nadie por la misma razón, le dijera eso. —¿Me estás jodiendo?— preguntó en shock. —No, boluda, en serio. A ver, hay que aceptar que el tipo está bueno y experiencia seguro tiene, asique, ¿por qué no?— indagó encogiéndose de hombros. —Porque es Rodrigo, conmigo — respondió lo obvio. —Mejor. No es tu amigo asique no perdés ninguna relación y ganás una buena cogida — afirmó segura. —No puedo creer que me digas esto — susurró sin dejar de mirar a su amiga, a esa que tenía un color de cabello similar al suyo pero un poco más claro. —No sé, fíjate, porque tus otras opciones son Alejo o Gastón, y no creo que quieras con ninguno — bromeó. —Ni en pedo — respondió con cara de asco antes de girarse para seguir en lo suyo. El resto de la mañana se la pasó dándole vueltas al asunto. Bueno, debía aceptar que Pilar tenía razón, de última con Rodrigo no perdía nada, rara vez se lo cruzaba y poco hablaban, además estaba segura que el tipo no tenía ninguna enfermedad de transmisión s****l y que daño no le iba a hacer. Tal vez sí era una opción hacerlo con él, por lo menos descargar ese mes de tensión acumulada que no había podido sacar de su sistema gracias a una casa abarrotada de gente. Bajó del micro aún metida en aquel análisis, saludando a cuanta persona se le cruzara en el camino a su hogar, viendo a esos pibitos del barrio, esos que también le podrían hacer el favor. Los descartó al momento, no, mejor no meterse con ellos porque prefería mantener una relación amistosa y nada más, no vaya a ser que después uno se le terminara enamorando y ella tuviera que patearle el culo para hacerlo entrar en razón. No, mejor con los del barrio no. Los de la facultad estaban descartados porque todos, o llevaban una relación seria con alguien, o eran homosexuales, asique ahí se le terminaban las opciones rápido. Alejo, por supuesto que no, era uno de sus amigos más queridos y ya había metido su pene en demasiadas mujeres, al igual que Gastón, aunque sospechaba que éste último llevaba un tiempo buscando a Emanuel con más que finalidades de amistad. Llegó a su hogar, dejó sus cosas y se fue directo a la habitación. Luego de echar a todas sus hermanas de allí se tiró sobre la pequeña cama y cayó inmediatamente dormida. Sí, el compartir espacio noche tras noche con una mina le estaba pasando factura. Poco podía dormir cuando se hallaba terriblemente apretada en ese pequeño colchón duro, muchos menos cuando el calor de la pequeña habitación se hacía insoportable y no había ventilador que cambiara el panorama. No supo cuánto durmió, solo estaba segura que, al despertar, se hallaba más excitada que nunca. Mierda, los gritos de sus hermanas por toda la casa, al igual que la puerta de su habitación abriéndose de repente, le prometían una tarde de insatisfacción s****l, de poca liberación y mucho estrés. Bufando, fastidiada por todo, buscó su teléfono. "Ya fue", se dijo y buscó en ** el perfil de aquel idiota arrogante de mierda. Mejor que fuese bueno o lo molería a palos. Escribió rápido el mensaje y se dejó caer sobre la cama a espera de una pronta respuesta, respuesta que llegó antes de los esperado con una afirmación egocéntrica y estúpida. Rápidamente se puso de pie y corrió al baño, mejor apurarse antes que las agallas la abandonaran y debiera enfrentar los miles de chistes de mierda que le tiraría por ser cobarde. Poco podía sospechar Emma que Rodrigo sonreía como un idiota, con la mirada fija en la pantalla, en ese mensaje de pocas palabras y mucho mal humor. Bueno, al final su día se había convertido en algo bastante interesante. —------------------------- Mientras su amiga se debatía si coger o no con Rodrigo, él se encontraba en su habitación intentando ignorar la sonrisa estúpida de Emanuel. —Basta, no seas pajero — regañó muy divertido Ema —, mandale un mensaje y ya, no pasa nada — alentó a su castaño amigo. —No sé ni qué ponerle, Emanuel. Hace dos días que nos vimos y ninguno habló. Ya fue, no quiero — se encaprichó el muchacho. —Si querés porque te morís por volver a coger con él — regañó con ternura —, asique sé directo, decile que querés coger y ya. —No es tan fácil. Me parece que no está ni ahí con repetir conmigo —murmuró casi de manera infantil mientras abrazaba su almohada. —Dame, yo le escribo como si fuese vos y listo — ordenó con firmeza. Emanuel sabía, era consciente, que lo que detenía a su amigo era la verguenza, esa que siempre mostraba cuando en cuestiones de amor se trataba, porque para lo demás poca tenía, era como Emma y su situación con el sexo. —Bueno, pero no te vayas muy a la mierda — susurró dándole el aparato desbloqueado. En menos de dos minutos su amigo había escrito un mensaje y recibido una afirmativa respuesta. Con esa hermosa sonrisa de lado, le devolvió el aparato a Marco y aguardó la puteada que le esperaba. —¡La concha de tu hermana, Emanuel!— gritó espantado Marco mientras se ponía de pie, con su mirada clavada en ese sticker que no tenía idea que guardaba, ese de un perrito que sostenía una flor y deslizaba invitaciones sin ningún tipo de pudor. —Bueno, pero el flaco agarró viaje — respondió el otro entre risas, esquivando la almohada que su amigo le arrojaba en la cara por desubicado de mierda. —Qué pelotudo sos — bufó con falso enojo y las mejillas encendidas de vergüenza. Bueno, por lo menos Tomás lo había tomado con gracia y aceptó sin más complicaciones el plan de su amigo. —Me voy, Maquito, así ponés ese culito a punto que esta noche tiene fiesta — dijo agarrándolo por las mejillas. —Salí, estúpido — dijo entre manotazos y risas nerviosas —. Se supone que sos tímido, pajero de mierda — regañó mientras lo empujaba a la puerta de la habitación. —Con mis cosas sí — respondió antes de ver cómo su amigo le cerraba la puerta en la jeta. Emanuel rió bajito y salió de aquel hogar entre risas suaves. Bueno, por lo menos Marco lo había ayudado a despegar su cabeza un rato de Gastón y la mierda que resultó ser como amante. A las nueve en punto se encontraron en aquel bar, tomaron un par de birras y fueron directo a ese hotel de la vez anterior. De nuevo se dejaron llevar por tantas ganas acumuladas, por tantos recuerdos calientes y por esa química inexplicable. Terminaron agotados, transpirados y sonrientes, uno al lado del otro, sin tocarse casi nada, sin mirarse al hablar, ni mucho menos con caricias que acortaran distancias. Se saludaron en la puerta del hotel y cada uno tomó el rumbo que le correspondía, con esa sensación asfixiante en el pecho, con esas ganas de decir y preguntar tantas cosas, cosas que ninguno se animaba, que no sabían cómo exteriorizar. Es que Tomás no acostumbraba a ser cariñoso, pero, por lo general, las personas que lo acompañaban en la cama se encargaban de pegarse a él y casi obligarlos a acariciar esas pieles que antes había devorado. Con Marco no sabía qué sentir, no podía descifrar qué le provocaba, qué era eso que se revolvía en su interior cuando lo tenía enfrente, al alcance de la mano, cuando lo podía besar y perderse en esa boca hermosa y cálida que lo lograban perder en un mundo donde solo Marco y su preciosa sonrisa existían. Pero algo no le cerraba, algo lo confundía demasiado, es que el flaco, amable y suave como pocos, nunca se acurrucó contra él, nunca buscó su brazo como reemplazo de la almohada y jamás le regaló unas suaves caricias sobre su cuerpo. No, él actuaba como si solo le importase el acto s****l, como si el resto careciera de relevancia en el escenario general. Jamás sospecharía el rubio, que Marco actuaba según las características de su compañero, leyendo entre líneas las formas del otro, intentando no imponer jamás nada, porque estaba agotado, harto, cansado, que lo basureen solo por parecer sensible, había aprendido, a fuerza de malas lecciones, a no dejarse llevar jamás, a saber que si su compañero era frío él también lo sería, y si, por el contrario, se trataba de una persona cariñosa, bien podía responder de aquella forma. Él no se podía definir a sí mismo como uno ni el otro, jamás había sentido la necesidad de hacerlo, casi le daba lo mismo las reacciones post sexo, pero con Tomás, mierda, con él se agarraba de las sábanas para no enroscársele con ganas, para no treparse a su cuerpo y acariciarlo hasta el cansancio, para no regalarle cientos de besos que recorrieran cada centímetro de piel. Se aguantaba las ganas porque ese rubiecito era igual a su hermano, era frío y distante, aborreciente de cualquier gesto de cariño, gesto que lo incomodaba hasta la médula en caso de venir de un conocido, de alguien que estimaba, gesto que detestaba si se materializaba en manos de un desconocido, de alguien con quien apenas cruzaba palabra. Por eso mismo el menor de los Acuña se guardaba las ganas, se las tragaba a base de voluntad y orgullo, porque no iba a permitir que ese rubio hermoso creara una imagen de él de tipo pesado, denso, meloso. No, mejor se aguantaba y no lo tocaba fuera de lo estrictamente s****l. Sí, mejor así.
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