Capítulo 5

2929 Words
Un año completo volvió a pasar como si nada para todo el mundo salvo para aquel cuarteto extraño, bueno es que el último año de la secundaria había llegado a su fin y, por fin, los seis años habían finalizado, saliendo ellos un año más tarde que el resto de los de su edad, pero con un título de Técnicos en la mano. Por eso es que se hallaban todos en la enorme casa de Marco, festejando la culminación de una etapa y el inicio de sus vidas adultas, de una nueva experiencia con más responsabilidades y estudio. Y cuando digo todos no me refiero al pequeño grupo de amigos, no, eran los dos sextos, casi ochentas pibes y pibas, deambulando por la gigantesca casa del castaño, continuando con el festejo que había comenzado la noche anterior en un elegante salón ubicado a unos cuantos minutos de la ciudad, y ahora se extendía a aquel hogar particular, con música, pileta y comida incluidos. En todo ese año, doce meses casi completos, ni Emma ni Rodrigo volvieron a hablar de aquella poco amigable conversación que tuvieron, simplemente se conformaron con ignorarse, con fingir que el otro no existía. El plan había funcionado a la perfección, logrando armonizar la vida de todos, pero el problema que debían enfrentar actualmente era que no podía ignorarse cuando solo estaban ellos dos, ellos y nadie más. En realidad sí podrían ignorarse, pero el hombre se vió acorralado en cuanto notó aquella extraña actitud en Emma. Resulta que Rodrigo arribó a su hogar luego de interminables horas de trabajo. Sabía, porque su hermano le había informado, que se llevaría acabo aquel festejo, por eso decidió darse una vuelta por lo de Alejo antes de llegar a su hogar, arribando al mismo cuando la noche comenzaba a caer y la mayoría de los adolescentes dormían desparramados en distintas superficies del hogar. No contaba con encontrarse a Emma, alejada de todos, sentada en el borde de aquella pared que daba al garaje y unía el mismo con el patio trasero de su hogar. En un rincón, con una extraña actitud, la castaña revisaba, como buena masoquista, las fotos que se había tomado con aquel muchacho de pelo achocolatado y ojos verdes. Sí, era una imbécil a toda ley, pero no podía arrancarse los sentimientos de un día para el otro, podía fingir, claro que sí, pero no podía mentirse a ella misma. Algo aún sentía por ese imbécil que le destrozó mucho más que el corazón. Rodrigo caminó a paso más lento mientras extraía un cigarrillo de aquella cajita, llevándolo a sus labios para luego prenderlo con completa tranquilidad, ubicándose cerca de la muchacha que miraba en dirección contraria a donde él se encontraba. —¿Todo bien?— preguntó el castaño luego de un interminable momento de incómodo silencio. —Sí, todo bien — respondió sin mirarlo pero con un tono de voz ajeno a ella. —¿Y por qué estás acá?—preguntó inhalando aquel humo mientras analizaba con su mirada a esa minita que parecía pequeñita, muy chiquitita en comparación a lo que siempre había sido. —Nada, quería salir un rato a tomar aire. Estoy cansada — se excusó y sintió al tipo sentarse en la misma pared que estaba ella. —Bueno. Ahora decime la verdad — dijo y volvió a darle una pitada a su cigarrillo. Emma sonrió un tanto afectada, con sus ojitos clavados en la punta de sus pies y la cabeza en miles de recuerdos que la atormentaban. —Vas a pensar que es una boludez, pero… —Si no me decís no te puedo asegurar que sea una boludez — la interrumpió al notar que trataría de evitar aquello. Inhaló un poco más de humo y lo liberó lentamente, manteniendo sus oscuros ojos en esa chica de rizos preciosos —. No soy tu amigo, si me parece que es una boludez lo que te pasa te lo digo, sino, también. No tengo por qué fingir con vos — le dijo y volvió a darle una pitada lenta a su cigarrillo. —Mmmm, puede ser — respondió bien bajito. —A veces es mejor la mirada de un extraño, de alguien que no sepa mucho de vos, así sabés que es más objetiva — presionó sin saber por qué le despertaba tanta curiosidad aquella situación, ese algo que había empujado a la muchachita a tal estado de ensimismamiento. —Sí, puede ser — respondió y analizó sus opciones. Bueno, mejor hablarlo con alguien antes de volverse loca, aunque ese alguien fuese el mismo imbécil que dijo las pelotudeces aquellas sobre el trabajo de su madre —. ¿Ubicás a Santiago, el amigo del hermano de Alejo? — preguntó sin dirigirle ni una sola mirada. Rodrigo debió escarbar entre miles de rostros, entre aquellos pibitos que eran amigos de Cristian, recordando, uniendo cada cara con un nombre específico, trayendo a su memoria a ese de ojos verdes que era el más grande de su grupo, a ese que le caía como el orto por esa mirada despectiva, insultante sin siquiera decir nada. —Sí, algo — respondió escueto y volvió a fumar un poco más. —Lo conocí hace unos meses, en una de las fiestas de Alejo. Nada, me pareció un flaco copado, que no se hacía mucho drama por lo de las clases sociales y esas mierdas por más que él tuviera guita. No tanto como Ale — aclaró —, pero se nota que tiene buen pasar. —Primero, nadie tienen tanta guita como el idiota de mi amigo — dijo y la hizo reír un poquito —. Segundo, me parece que no estamos hablando del mismo flaco entonces — agregó y volvió a fumar un poco más. Si bien recordaba ese idiota que él, suponía, era Santiago no se trataba de un tipo muy amigo de los que menos tenían, es más, varias veces hacía chistes realmente horribles sobre los pobres y sus vidas. —Es este — dijo Emma enseñando una foto del chaboncito en cuestión, foto en la que ambos salían mirando a la cámara con unas enormes sonrisas plantadas en sus rostros. —Entonces sí es y, lamento decirte, no coincide con tu descripción — dijo volviendo a fumar —. Pero bueno, ¿qué hay con él? — preguntó exhalando el humo. —Empezamos a salir — explicó ignorando el comentario de mierda de Rodrigo — y, nada, todo iba super bien. —¿Iba?— inadagó volviendo a fumar. —Sí, iba — aseguró con un tono triste —. Resulta que yo… Que antes de estar con él, nunca… Bueno, me entendés. —Eras virgen — aseguró y volvió a fumar dando una pitada más larga, tragando, junto con el humo, aquellas palabras que querían escapar sin su permiso. —Sí — afirmó tiñendo sus mejillas de un precioso rojo —. Pasa que yo no me iba a acostar con cualquiera, solo quería, quiero — se corrigió — hacerlo si siento algo especial por esa otra persona, alguna conexión — explicó y Rodrigo debió morderse el labio para no reír. ¡Dios, tan inocente iba a ser! —¿Y?— preguntó aguantando la gracia. —Bueno, con él me enganché un montón, asique bueno… —Cogieron — afirmó fumando una vez más mientras rebuscaba en su bolsillo hasta dar con la caja para sacar otro pucho. —Sí, algo así — respondió y el castaño frunció el entrecejo. —¿Cómo que algo así? — indagó un tanto confundido. —Fue así — dijo y giró su cuerpo poniendo un pie de cada lado de la pared, aplastando un poco aquellas flores que crecían en el costado interno de la misma, ese que daba al jardín. Rodrigo miró el pie de la muchacha pero decidió no decir nada, mejor concentrarse en el relato que, parecía, la ponía nerviosa y algo más, aún no sabía qué —. Salimos a bailar y después fuimos a un hotel, uno bien bonito — aclaró —. Iba todo bien hasta que él… Hasta que llegó el momento que… —Hasta que te penetró — dijo comenzando a fumar su nuevo cigarrillo. —Sí, eso — afirmó con timidez —. Yo le dije que parara porque me estaba doliendo — susurró bajito mirando sus manitos, ignorando la mandíbula apretada de aquel castaño —, pero él dijo que era normal, que ya me iba a acostumbrar y siguió empujando — explicó sin ser capaz de levantar la mirada. —Emma — advirtió el hombre. —Como me dolía más mientras más se metía — continuó incapaz de haber escuchado aquel llamado, sumergida demasiado en ese recuerdo doloroso que le abría el pecho sin piedad —, le pedí de nuevo que parara. Me dijo que ya casi estaba metido al todo, que un poco más — explicó y dejó salir una risa afectada —. Aguanté pero el dolor no pasaba, me dolía mucho, como una punzada — Trató de ejemplificar mientras Rodrigo fumaba histéricamente a su lado, ya de pie, incapaz de seguir sentado con aquel relato de mierda —. Esperó un poco y se empezó a mover, le dije que parara que me dolía, pero insistió en que era normal. Siguió sin tener en cuenta que yo estaba por desmayarme del dolor, que, en serio, no lo soportaba — explicó con la voz quebrada y ya no pudo, debió detener su relato cuando unos fuertes brazos la envolvieron, obligándola a bajarse de aquel muro solo para contenerla bien pegada a ese pecho que olía a tabaco y madera. Inhaló profundamente, dejándose calmar. —¿Lo denunciaste? — preguntó Rodrigo sintiendo la sangre burbujear de odio. —No entiendo — murmuró ella separándose de ese espacio que la cobijaba, buscando con su mirada esos ojos que brillaban con sed de venganza, venganza que ella no podía comprender. —Te violó — aseguró el hombre y pudo sentir con escalofriante precisión cómo el pequeño cuerpo de la muchacha se sacudía ante sus palabras. —No — negó con la voz ahogada —. No, no, por favor, no — pidió comenzando a llorar, liberando esas lágrimas que le habían oprimido el pecho por demasiados días, susurrándole una verdad que ella no quería aceptar, no estaba dispuesta a hacerlo, pero que ahora Rodrigo la obligaba a enfrentar. —Tranquila, todo va a estar bien — susurró bien pegado a su cabecita, apretándola con fuerza, conteniendo entre sus brazos a ese cuerpecito que se sacudía con violencia, que lloraba a todo pulmón, que le rompía el alma a patadas. —No, yo no, por favor, no — pidió entre sollozos desgarradores, entre verdades proclamadas y nuevas heridas abiertas. —Tranquila, tranquila — pidió sintiendo ese nudo que lo asfixiaba, que le hacía doler la garganta y le nublaba la vista. Rodrigo la contuvo con todas sus fuerzas, la obligó a mantenerse de pie, a calmarse de a poco, a asimilar, con paciencia, esa verdad espantosa, esa situación del horror. Se odió por ser el encargado de abrirle los ojos, pero se llenó de ira con cada segundo que transcurrió. Cuando la notó más calmada la guió por unas escaleras exteriores hasta la entrada de servicio, de allí al cuarto de Marco, donde la sentó en la mullida cama y le tomó la carita con suavidad, obligándola a mirarlo directo a los ojos. —¿A cuál de los tres preferís? — preguntó sabiendo que ella comprendería que hablaba de sus amigos. Emma analizó sus opciones y se decantó por Emanuel, ya que, sabía, que Marco prendería fuego la Tierra apenas se enterara de aquello y Gastón estallaría en furia, en odio demencial y sin objetivo claro. La mejor opción era Emanuel, el más tranquilo de los tres, el que siempre racionalizaba las cosas antes de actuar, el que no preguntaba nada si notaba la resistencia por parte del otro. Sí, mejor él. —Ya lo llamo. Vos acostate tranquila, yo me encargo — dijo y le plantó un fuerte beso en la frente antes de salir disparado hacia la planta baja de su hogar. Encontró al muchacho entre dos personas que jamás había visto, conversando animadamente mientras bebía una cerveza, destilando esa simpatía tan suya, esa energía tímida pero preciosa. —Ema — lo llamó estando a unos cuantos pasos, asegurándose que ninguno de los otros dos lo vieran hablar con él. A paso lento el muchacho se acercó hasta plantarse delante de Rodrigo, extraño por el llamado, un tanto mareado por tanta birra —. Emma está en la habitación de Marco, no se siente bien y me pidió que te llamara — explicó rápidamente. —¿Está borracha? — preguntó extrañado. —No, no es eso. Andá que te necesita, de verdad — aseguró con un tono demasiado calmado para ser ese tipo que siempre los miraba como si los odiara, aunque lejos estaba de hacerlo. —Dale, ahora subo — dijo y se encaminó escalera arriba. En cuanto Rodrigo lo vio perderse en las escaleras, tomó su celular y salió disparado hacia su auto. En solo dos timbre Alejo atendió, un tanto dormido, pero a él poco le importaba. —¿Sabés dónde puede estar Santiago, el amigo de tu hermano?— preguntó sin saludar. —¿Santiago?— indagó el otro bastante adormecido mientras se sentaba en su cama y obligaba a su cerebro a trabajar. —Sí, ese imbécil, ¿dónde carajos puede estar? —preguntó dejando filtrar su odio en aquel tono autoritario. —Creo que tenían una fiesta en la casa de Agustina, ¿la ubicás? — preguntó con la voz rasposa por el sueño. Bueno, Rodrigo sí la ubicaba porque todos vivían en el mismo barrio lujoso y exclusivo. —Vestite y te encuentro allá, el pajero ese merece que lo re caguemos a trompadas — explicó destilando bronca. —¿Y eso por qué? — preguntó entre bostezos, poniéndose de pie porque si su amigo aseguraba aquello era más que seguro que fuera cierto. —Violó a Emma. Te espero allá — dijo y colgó dejando a un Alejo impactado y embroncado. Bueno, no necesitaba más explicaciones porque la basura esa era bastante capaz de ser más mierda de lo que pensaban. En menos de cinco minutos ambos se encontraban atravesando un mar de gente drogada y borracha, buscando, entre las miles de caras, las de aquel imbécil que tenía los minutos contados para seguir con la cara intacta. Rodrigo lo encontró chamuyando con una morocha preciosa en un rincón de la sala. Poco le importó parecer un demente mientras empujaba personas que interrumpían su camino, solo tenía una cosa en mente, darle unas buenas piñas para que aprendiera a no ser tan infeliz. —Ey — lo llamó y apenas si le dió tiempo a girarse que ya tenía su puño impactando en la mejilla del idiota. Santiago cayó al suelo lleno de líquidos extraños y mugre de todo tipo, incapaz de reaccionar con rapidez a esos puños que se impactaban una y otra vez sobre su patético cuerpo. —¡Pará! — gritaba el muchacho a ese hombre que no dejaba de maltratarlo. —¡Eso te dijo ella y no le hiciste caso!— le gritó antes de encajarle una trompada en medio de la nariz, rompiéndola en el acto, haciéndola sangrar con fuerza. Ahí Santiago lo comprendió, la idiota de Emma había contado todo, se había escudado atrás de ese tipo con una historia que vaya a saber qué fantasía escondía. Sí, ella le había dicho que se detuviera, pero él sabía que si lo hacía nunca podría acostumbrar al cuerpo de la minita a su pene. No, no debía parar, debían seguir y terminar lo que habían empezado. Además, y sólo lo aceptaría para sí mismo, Emma era extremadamente estrecha, por lo tanto lo apretaba tan deliciosamente que pensó que perdería la cordura solo con penetrarla unas cuantas veces. —Ya está — escuchó la voz de Alejo a lo lejos, su nariz rota le dolía como mil agujas calientes clavadas en su cuerpo —. Tampoco vas a ir en cana vos por éste pendejo — escupió con enfado y allí lo supo, Alejo tenía la misma versión que el otro tipo. —Voy a hacer de tu vida un infierno — susurró Rodrigo antes de levantarse, antes de mirar, desde toda su altura, la obra hecha con sus propias manos. —¿Qué mierda pasó?— exclamó sorprendido Cristian, mirando a su hermano, el mejor amigo de éste y luego a Santiago tendido en el piso con la cara cubierta de sangre. —No te juntás más con la basura esta — exigió Alejo a su hermano, señalando al idiota que sangraba en el suelo inmundo. —¿Qué?— preguntó sin comprender nada, viendo cómo su hermano no le apartaba la mirada a Santiago que era ayudado por un par de flacos a levantarse del piso. —Que ni aparezca por casa — agregó antes de girarse, llevando a Rodrigo consigo hacia la salida —. Te la merecés — murmuró con odio y giró sobre sus talones para encajar una buena trompada en la mandíbula del idiota, volviéndolo a tirar al suelo, haciendo que su nariz sangrara con más fuerza que antes —. Ahora sí, vamos — le dijo a su amigo y ambos salieron de allí sin decir nada más, sin explicar por qué tan violenta aparición.
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