Capítulo 4

2564 Words
Tragó con bronca mientras su amigo seguía hablando con esa tal Pilar de aquel pequeño, pequeñísimo dato que él desconocía por completo. ¿¡Que la madre de Emma hacía qué cosa!?¡¿Por qué carajos nadie le había avisado nada?! Bueno, ya hablaría bien con su amigo, pero ahora no podía, no cuando esa otra flaca estaba en medio de los dos y él se moría por escupirle unas cuantas puteadas al idiota. Sin más se paró, saludó con su frialdad de siempre y salió directo hacia su hogar, en busca de su hermano, listo para pedirle, no, para exigirle, que corte lazos con esa minita berreta hija de una prostituta ¡Una prostituta!, exclamó con fastidio en su mente. Llegó en apenas quince minutos a su hogar y bajó a paso rápido. Seguro Marco estaba en casa, porque en Diciembre, con treinta y seis grados de calor a la sombra, en plena tarde mendocina, el mejor plan para su hermano y los amigos de éste, era pasar unas cuantas horas en la pileta gigante de su patio. Abrió la puerta con exagerada fuerza y caminó directo a la cocina, buscaría un refrescante vaso de agua, terminaría de acomodar las ideas y llamaría a Marco a su estudio, allí, en privado, ambos dejarían bien en claro los términos a cumplir. No, no esperaba verla allí, buscando las cosas del mate, metida en una bikini preciosa de color rojo con detalles en blanco. Poco le importó el cuerpo expuesto de la minita, mucho menos esa mirada de evidente confusión que le regalaba, no, solo necesitaba sacar el veneno que comenzaba a asfixiarlo por dentro. —Vos — le dijo con voz grave y mirada desafiante. Emma dejó el equipo de mate sobre la mesada y lo analizó con sus brillantes ojos llenos de desafío —. ¿De qué trabaja tu vieja? —preguntó sin rodeos llegando a estar solo a un par de pasos de la castaña. Rodrigo pudo ver el momento exacto en que la mirada de Emma centelló de una manera extraña, aunque rápidamente ocultó aquello detrás de un brillo de completo orgullo. Sí, Emma era la muchacha más transparente que conocía, por eso pudo leer perfectamente en su rostro que le escupiría aquello sin tapujos. —Es prosti — le dijo cruzándose de brazos y cuadrando los hombros —. ¿Algún problema? —agregó desafiante. —¿Me estás jodiendo?— indagó y dió un paso más cerca de la castaña. —No — respondió ella elevando la mirada para clavar sus ojos en esos tan negros, tan oscuros que difícilmente se distinguía la pupila del resto —. Es prostituta — dijo con seguridad, bien claro, para que al imbécil no le quedaran dudas de sus palabras. —La verdad no sé ni por qué me sorprende — aseguró sin dar un paso atrás, sin bajar la mirada, sin evadir el evidente desafío que le planteaba la minita. —Te vuelvo a preguntar, ¿algún problema con el laburo de mi vieja? — indagó amenazante. —No puedo creer que mi hermano se junte con alguien como vos. Podía aceptar que vivieras en un barrio de mierda, que tus modales dejaran bastante que desear, pero ahora, sabiendo que venís de una familia en donde, seguro, todos tus hermanos tienen apellidos diferentes y, muy posiblemente, ni siquiera sepas quién es tu viejo, no voy a dejar que mi hermano siga estando con vos, con alguien como vos — remarcó. Emma desvío un instante la mirada, aceptando para su fuero interno que en algo ese idiota tenía razón: ella no tenía ni puta idea de quién era su padre. Sí, es cierto que la única que tenía un apellido diferente era ella, quien llevaba con orgullo el García detrás de su nombre, apellido heredado de su madre, de esa mujer fuerte y valiente que le hacía frente a cada mierda que le ponía la vida por delante, el resto de sus cinco hermanas eran de apellido Rodriguez, todas hijas de un mismo tipo que hacía unos cuantos años había muerto producto de una bala sin objetivo que había sido liberada en medio de un enfrentamiento entre dos bandas de aquel barrio en el que habitaban. Pero nada, absolutamente nada de su familia la avergonzaba, la hacía meter secretos debajo de la alfombra y rogar porque nadie los descubriera. No, ella era Emma García, orgullosa hija de una prostituta que vivía sola con sus seis hijas en el barrio La Gloria. Si alguien tenía un problema con eso, ella bien se los iba a dejar en claro. Volvió sus ojos hacia el imbécil y clavó su mirada en él, empujando el dolor de un padre desconocido, sin nombre ni cara, dejando que el completo orgullo por su identidad tomara relevancia en esa pelea que ya tenía ganada. Rodrigo tragó pesado cuando divisó ese brillo de desafío, cuando pudo notar, detrás de aquella fortaleza que emanaba la minita, que algo se había roto, que alguna fibra sensible había sido tocada por él, sin ningún tacto, sin ninguna contemplación en la posible magnitud del daño causado. Inhaló profundo y se preparó para las palabras cargadas de veneno, para la mierda que le iba a tirar y, seguro, lo haría quedar como un idiota. —Me da pena lo patético que sos. Sí, no tengo el mismo apellido que mis cinco hermanas, pero eso no dice nada de mí, soy tan persona como vos y tu doble apellido de mierda — dijo con voz tranquila —. No es mi problemas si no lo querés ver — agregó antes de girarse, tomar las cosas del mate y salir al patio, al resguardo de sus amigos, a esos que la aceptaban sin más, sin importarles un carajo nada de su familia, de su vida de escasez por todos lados, de muchas personas y pocas habitaciones en una sola casita que a duras penas se mantenía funcional. —¿Todo bien? —preguntó Gastón apenas la vió llegar con el ánimo decaído y la mirada perdida. Emma forzó una sonrisa afectada y se dejó caer delante de sus amigos. Sí,ahora, con ellos, todo estaba bien. Por su lado Rodrigo dejó salir el aire de sus pulmones y se dedicó a subir las escaleras que lo llevaran a su habitación, que lo alejaran de ese mundo en donde siempre ponía las apariencias por sobre cualquier cosa. Esperaría, como todo un hombre, la llegada de su hermanito reclamándole los tratos para con su amiga, se haría cargo, claro que sí, de las palabras que dejó salir producto del enfado y años de crianza prejuiciosa. Aguantaría todo lo que Marco le escupiera en la cara, esperaría que se calmara y le explicaría sus miedos, el terror de que algo lo dañara, el pánico que se apoderaba de su alma cada vez que lo presentía en peligro, de cualquier naturaleza, de infinitos procedentes, no le importaba cuáles, solo lo quería ver tranquilo, en paz. No pasó, Marco jamás azotó su puerta con el humor de mil demonios, nunca llegó para gritarle a la cara que era un infeliz prejucioso, un tipo de mierda, una cagada humana. No supo a ciencia cierta, pero podría apostar todo lo que tenía, que Emma no había dicho nada de su encuentro en la cocina, de las palabras de mierda que le dijo, y gracias a eso tuvo la bendición de no tener que enfrentar a su hermano enfadado, porque Marco era bueno casi todo el tiempo, era amable y calmado solo hasta que algo, por más pequeño que sea, lo sacaba de su estado de pasividad y terminaba desatando el mismísimo infierno sobre la tierra. Sí, su hermanito tenía un carácter de mierda y eso, a veces, le causaba cierta risa. Suspiró pesado, dejándose hundir más en la mierda que lo desbordaba por dentro, y decidió bajar a comer algo. Con algo de suerte no se encontraría con los amigos de su hermano, ni con su hermano en el mejor de los casos. ————————————————————————— Tomás volvió a ver esa foto y negó con la cabeza, harto, agotado de tanto pelotudo suelto. Cambió de red social y terminó parando en **, más precisamente en el perfil del hermano de un amigo de Alejo, un flaquito que de algún lado le sonaba pero no sabía bien de dónde. Chusmeó un poco más el perfil del tipo, encontrándose con varias fotos del chabón junto a una minita de cabellos revueltos y sonrisa enorme. Bueno, tal vez su radar se había averiado, porque estaba seguro que el chaboncito jugaba para su equipo, pero esa foto, con ambos demasiado cerca, casi a punto de besarse, le daba una buena idea de la heterosexualidad de ese flaco. “Mejor”, se dijo ya que no era ni ahí de su tipo. No, a él le gustaban los hombres que fuesen más grandes que él, no solo en edad, sino también en físico. Buscaba tipos con marcados rasgos masculinos, con esa fortaleza que se mostraba en brazos fuertes y espaldas amplias, nada de lo que tenía ese flaco era así, aunque, debía aceptar, en muchas fotos aparecía con otros dos que bien eran de aquellos que formaban parte de sus fantasías, por eso, tal vez, sería una buena idea enviar esa solicitud y ver si, en el mejor de los casos, algunos de esos otros tipos sí eran de los suyos. —¿Quién es ese? —preguntó Pedro mirando de reojo su teléfono. —Tan pajero sos. Mil veces te he dicho que no mires mi teléfono, pelotudo — gruñó fastidiado. Si no fuera por Cristian a ese imbécil y al otro infeliz de Santiago, los hubiera mandado a la mierda hace rato. Por suerte Martín le caía medianamente bien porque el flaco era tranquilo y no se metía en sus asuntos, no como el pajero de Pedro que cada dos por tres le preguntaba sobre sus cosas, al final hasta parecía que le cabían los flaquitos y todo, porque el idiota no dejaba de mirar una y otra vez los perfiles que él revisaba con la finalidad de ver si encontraba a un nuevo chabón que le sacara las ganas. —Uh, que delicado. ¡Andá! — dijo el morocho y se dejó caer en la enorme cama de Cristian, de ese tipo que no dejaba de atormentarse con una flaca enamorada irremediablemente de su novio, de un tipo que estaba buenísimo, aunque no parecía demasiado enganchado con la minita. —¿Salimos hoy? — preguntó Pedro desde su cómoda posición horizontal. —Dale — aceptó Cristian tirando su celular a la mierda, intentando apartar, aunque sea por una par de horas, su cabeza de Pilar, de esa amiga de su hermano que lo traía embobado como un idiota. —¿A dónde vamos?— preguntó Tomás viendo las fotos de ese flaquito, Emanuel, que parecía un jodido modelo con esa sonrisita de niño bueno y esos ojitos preciosos que brillaban con ternura. Mierda, ojalá fuera gay porque sino se tendría que imaginar al chabón en cuanto consiguiera alguien con quién sacarse la calentura. —Vamos a Grita — propuso Pedro sentándose en la cama —, se re pone los sábados — agregó para terminar de convencer al otro par. —Bueno, pero yo no manejo — aceptó el rubio mientras se ponía de pie de aquel puf que su amigo solo mantenía dentro de su habitación para él. —Dha… Manejo yo — aceptó Pedro sabiendo que era una completa tortura hacerlo, ya que ir tan lejos, pasar una noche con alcohol y algo más, y después regresar a sus hogares era una completa mierda, aunque nadie le iba a sacar la idea de ir a ese boliche donde conseguía minas rápido y podía coger a buen resguardo en la oscuridad que les regalaba la montaña. ——————————————————— Llegaron a ese boliche clavado en medio de Cacheuta, con los ánimos por el cielo y las ganas de tomar cerveza hasta reventar quemándoles la piel. Entraron hablando de miles de cosas a la vez, riendo por cualquier estupidez y sintiendo la música golpearles con fuerza el cuerpo. —¡Vamos allá! — exclamó Emma señalando un punto a lo lejos. —Dale — aceptó Gastón y la tomó de la mano para guiarla hacia un rincón algo más vacío. —Mientras pido unas birras — exclamó Emanuel por encima de la música, perdiéndose luego entre el tumulto de gente, caminando directo hacia aquella barra donde cierto rubiecito, de ojos casi idénticos a su color de cabello, llegaba en busca de unos cuantos fernet. —Te conozco de algún lado — dijo Tomás sonriendo de costado mientras agradecía a la entidad que sea que intervino en su destino para plantarle en la jeta a ese flaquito precioso. —No creo — respondió Emanuel sin prestarle demasiada atención, sin querer observar demasiado al tipo que no le sacaba la mirada de encima, rogando que el barman dejara de chamuyar con esa tetona y lo atendiera de una puta vez. —¿Sos amigo de un tal Marco? No sé el apellido, sé que es doble — explicó fingiendo amnesia porque bien podría decir, no solo los dos apellidos del castaño en cuestión, sino el del mismísimo chabón que tenía enfrente. —Sí — respondió Emanuel girándose apenitas para analizar al tipo que en su puta vida había visto. —Me parecía — exclamó ampliando su sonrisa, produciendo, en ese otro tipo, un extraño cosquilleo que lo dejó atontado. —Marco está por allá — dijo señalando hacia el rincón donde sus tres amigos se atrincheraban —, por si querés ir a saludar. —No — se desentendió rápido —, pasa que vine con mis amigos y esperan por su fernet — explicó señalando los vasos que el otro barman le posaba enfrente —. El flaco quiere pedir — le gritó al tipo antes que se marchara a atender a alguien más. —Cuatro cervezas — pidió Emanuel —. Gracias, sino no me atendían más — dijo y rió bien bonito. —No sé cómo no te atienden, con lo bueno que estás — le murmuró cerca del oído, haciéndolo sonrojar con fuerza, notando cómo esa nuez de Adán subía y bajaba lentamente, tentándolo a lamerla, a probar esa piel eternamente dorada que le encantaba. —Perdón, no me van los flacos — murmuró algo quedo el muchacho. —¿Seguro?—presionó Tomás clavando sus ojos miel en aquellos avellanas, obligándole a analizar sus reacciones, esas que no coincidían con sus palabras, porque sí, podría no ser gay, pero que no le parecieran en nada atractivos los hombres no se la creía, su mirada esquiva, los evidentes nervios y esa respiración agitada, desmentían sus palabras —. Tranquilo, no te jodo más — dijo y se giró para volver con su grupo, con aquel que lo esperaba entre porros y un par de pastillas, después de todo no perdería el tiempo con un tipo que parecía un negador, por más bueno que estuviera.
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