Capítulo 6

1673 Words
Emma sintió el colchón hundirse a su lado y abrió apenitas los ojos, toda aquella confesión le había drenado hasta lo último de su energía. —Linda — llamó Emanuel a su lado con esa voz tan calmada, tan tranquila. —Ema— susurró y se aventó a los brazos de su amigo en busca de un poco de protección conocida, de contención con sabor a hogar. El muchacho, de piel eternamente dorada y cabellos color chocolate, la apretó con suavidad, dejando que esa mujer se calmara con sus mimos, sin decirle una sola palabra, ni dar explicaciones no pedidas. Sabía, porque la conocía demasiado bien, que ella hablaría cuando quisiera y solo si lo necesitaba. Se mantuvo en silencio hasta que la supo dormida, hasta que los otros dos entraron en la habitación y los observaron extrañados. —¿Todo bien? — susurró Gastón cerrando la puerta tras de sí. —No sé qué onda. Rodrigo me dijo que me había llamado, pero cuando vine solo me abrazó y se durmió — explicó a sus amigos que se sentaban en la silla del escritorio o el piso. —Le pregunto a Rodri si sabe qué le pasó — dijo Marco sacando su teléfono del bolsillo. —Él les va a explicar — susurró Emma girando en la cama para darle la espalda al trío, cubriéndose hasta arriba con las sábanas, intentando apagar su mente de tanta pesadilla vivida en carne propia. Los tres muchachos se miraron extrañados pero decidieron aguardar, después de todo nada conseguirían presionando a su amiga. Una hora completa debieron esperar hasta que apareció el mayor de los hermanos, una hora hasta que Rodrigo emergió de la oscuridad con los nudillos lastimados y la vista clavada en el celular, en ese mensaje de ** que le rogaba, le suplicaba, hacerse cargo de relatar aquella historia, de explicar lo que sabía a esos tres que custodiaban el sueño de la muchacha. Emma, lastimada hasta lo más profundo de su ser, no se veía capaz de volver a revivir aquella noche del terror, lo había hecho una sola vez, solo para aquel hombre, y se convenció de que no lo haría nunca más, de que no podría con aquello. Rodrigo tragó pesado y le pidió a los demás que lo acompañaran al patio, esa historia, sin un pucho de por medio, iba a ser imposible de relatar. Emanuel, Gastón y Marco siguieron al castaño hasta la mesita del jardín, esa que se ubicaba al lado de la enorme pileta, la misma en la que ahora Alejo dejaba enfriar su café. —Bueno — dijo Rodrigo dando la primera pitada a su pucho —, esto es así — Y se dedicó a explicar detalle por detalle, palabra por palabra, aquella experiencia que le había confiado la muchacha. Se dejó llevar de nuevo por el odio, se angustió al recordarla tan rota, tan lastimada, se tragó el malestar con un poco de café y aguardó la reacción de esos otros cuatro que escuchaban la historia, principalmente la de su hermano, ese flaquito que parecía tranquilo pero que por dentro podía estar planeando el peor de los destinos para aquel imbécil. —¡Pero qué hijo de puta!— gritó Gastón poniéndose de pie y comenzando a caminar histéricamente de un lado a otro. Emanuel, por su lado, clavó la mirada en el vidrio de aquella mesa al tiempo que sostenía su cabeza entre las manos. Él sabía, se lo había dicho, ese pelotudo no era de fiar, pero Emma no lo escuchó, ya estaba demasiado embobada por esa mierda de humano. —Marco — llamó Rodrigo a su hermano y en cuanto éste le devolvió la mirada lo supo, el infeliz de Santiago se iba a tener que enfrentar al peor de los demonios. —Hay que cagarlo bien a piñas — gruñó Gastón. — Eso ya está hecho — aseguró Alejo bebiendo su café, analizando, como sólo él sabía hacerlo, los distintos panoramas que se abrían frente a ellos. —Lo tiene que denunciar — aseguró Marco desde su lugar. —Antes que nada, y lo que es más importante — dijo Rodrigo —, es que vaya al doctor a que la revisen, puede estar lastimada sin que lo sepa — explicó. —Además, si hay lesiones hay evidencia de abuso — agregó con calma Alejo. —No sé si lo vaya a denunciar — interrumpió Emanuel elevando, por primera vez la mirada. —¿Por qué no?— indagó Gastón deteniendo su histérico andar, sintiendo sus puños apretarse con fuerza. —Pensá, Gastón — respondió Ema —, una mina, que vive en La Gloria, hija de una prostituta, denuncia a un flaco forrado en guita por abuso. Decime quién carajos le va a tomar la denuncia — escupió con mal humor. —¡Qué forros los pacos estos!— gruñó el tipo sabiendo que su amigo decía una realidad evidente, una estúpida, patética y retorcida realidad. —Pero sí hay otras denuncias que le podemos hacer y lo mismo va a caer — afirmó Marco con seguridad. —¿Cuál?— preguntó un tanto confundido Emanuel. — Es de público conocimiento lo que corre en las fiestas a donde va ese imbécil, es solo cuestión de saber cuándo va a ser en su casa y listo. Además el padre del flaco del otro curso, ¿cómo se llamaba?— preguntó a sus amigos —. Ese que el viejo es comisario. —¿Joaquín Costa?— respondió dudoso Gastón. —¡Ese!— exclamó Marco —. Tal vez si hablamos con él podamos hacerla mejor — aseguró confiado en sus palabras. —Puede ser — susurró Ema sin estar muy convencido, algunas historias le habían llegado sobre el hermano del flaco y no sabía si realmente era de fiar. —Probemos, no perdemos nada — alentó Gastón. —Yo puedo saber de eso por mi hermano, pero me tienen que decir cuándo lo denunciamos para que Cristian no vaya a la casa del idiota, porque no creo que deje de juntarse con él solo porque yo le diga — aseguró con algo de bronca colándose dentro de su cuerpo. —A tu hermano lo cuidamos — aseguró Marco —, pero que el otro imbécil se cuide — agregó con maldad. Bueno, eso solo era una pequeña parte de su plan, seguro que al idiota de Santiago un escrache público no le iba a gustar para nada. —Bueno, mejor nos vamos todos a dormir y mañana hablamos más calmados — propuso Rodrigo poniéndose de pie. —Dale, yo me voy a mi casa, nos vemos — saludó Alejo y se perdió por el costado de la casa, por ese camino que lo llevaba directo al exterior. —Los chicos y yo vamos a ocupar los cuartos de invitados — explicó Marco —, así Emma duerme tranquila — agregó y palmeó la espalda de su hermano, luego hablaría con él de todo su esencial rol en aquella espantosa situación. —Dale. Duerman bien — saludó el mayor y dejó que un nuevo cigarrillo ocupará sus labios. Necesitaba, con suma urgencia, pensar con calma sus próximos pasos, qué hacer con todo eso que le había explotado en la cara, por eso, con un pucho como compañero, decidió sentarse en el patio y contemplar la noche estrellada, absorber ese silencio de noche avanzada mientras el tabaco se consumía lentamente —. Por lo menos tiene mucho apoyo — susurró al aire y volvió a inhalar un poco más. ————————————————— Los sueños horribles la acosaron uno tras otro, impidiéndole dormir con tranquilidad, recordándole que ahora era parte de una estadística cada vez más horrorosa. Se giró y sonrió inconscientemente cuando ese olor a cigarrillo le invadió las fosas nasales. Con pereza abrió sus ojitos para encontrarlo arrodillado a un costado de la cama, sonriendo apenitas de costado mientras la contemplaba con calma. —Venía a ver cómo estabas antes de irme a dormir — explicó en un susurro. —Estoy bien, gracias — respondió en igual tono, sonriendo de manera afectada, conteniendo el impulso de largarse a llorar nuevamente. —Ya les dije, saben todo, los cuatro, porque Alejo también se enteró — explicó y le acomodó un rizo rebelde que caía sobre su bonito rostro. —Perdón que te pedí eso, pero… —Tranquila, no hay problema. Mañana van a hablar con vos, pero ahora es mejor que duermas — dijo y se inclinó un poquito para darle un suave beso en la frente. En cuanto Rodrigo se puso de pie, dispuesto a abandonar la habitación, sintió esa pequeña mano tirar de él, deteniendo su andar para volver a mirar hacia aquella cama, a esa figura que descansaba sobre el cómodo colchón. —Gracias — dijo Emma con un suave enrojecimiento de sus mejillas, detalle que el castaño pudo notar gracias a los primeros rayos de sol que se colaban por la ventana. —De nada — respondió y sintió esa pequeña mano presionar más sobre la suya. Comprendió el mensaje, entendió a la perfección ese pedido silencioso que aquella minita le hacía —. A ver — dijo y se acercó a la cama, ubicándose en ese pequeño espacio que Emma había dejado entre ella y el borde del colchón. Rodrigo, sin decir más nada, se acostó a su lado, quitándose los zapatos y acomodando su cuerpo junto al de la mujercita que se movía unos cuantos centímetros hacia el costado para darle el espacio necesario. —Que descanses — susurró Emma boca abajo, con las manos metidas debajo de su pecho y la mejilla aplastada contra la mullida almohada, observando a ese hombre a su lado, ese que la protegía con su silencio. —Que descanses — respondió él y colocó sus manos debajo de su cabeza, clavando su mirada en el blanco techo de la habitación de su hermano.
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