Capítulo 2

2170 Words
Las luces de color cambiante lo cegaban momentáneamente, mientras que la música de mierda que pasaban en ese boliche de cuarta, lo estaban comenzando a poner de mal humor, bueno, de peor humor. Bebió un poco más de esa cerveza espantosa y aguantó la mueca de asco que intentó dibujársele en la cara. A lo lejos, casi a mitad de la pista, pudo divisar una cabellera de rizos revueltos, una pequeña figura que se contoneaba de manera extraña contra aquel flaco, pajero y con mirada peligrosa, mientras la muchacha a su lado no se daba cuenta de nada, de absolutamente nada. Suspiró pesado y dirigió sus pies hacia ese par. —Emma — gruñó sujetándola con fuerza del brazo mientras comprobaba lo evidente: la flaca estaba borracha hasta las pestañas. —Hermano, está conmigo — murmuró el tipo plantado al lado de él. Rodrigo lo miró con soberbia, casi con asco, y volvió la mirada a la minita que reía como desquiciada por vaya a saber qué cosa —. Vamos — ordenó y comenzó a tirar de ella, ignorando los llamados del otro imbécil y las ganas de romperle la cara que tenía. —¿Qué hace el señor ricachón acá?— preguntó con la lengua enredada y pastosa mientras a duras penas podía caminar hacia el patio. —No te importa — respondió sin mirarla pero siguió tirando de ella hacia esa salida. —Mierda, hace frío — susurró apenas puso un pie fuera del local. Bueno, Mendoza en pleno Julio presentaba temperaturas bajas, sobre todo a las cuatro de la mañana. —¿Con quién viniste?— preguntó sentándola en un banco bastante mugriento. —Em… ¿Alejo?— indagó entre risas. —El pajero de Alejo vino conmigo. ¿Vos con quién viniste?— volvió a preguntar sintiendo su paciencia agotarse. —Ah, Emanuel, con él — exclamó feliz de que su memoria comenzara a funcionar, imaginando que sus palabras salían mucho más fluidas de lo que lo hacían en realidad. —OK — respondió sacando el teléfono de su bolsillo para escribir algo y luego volver a guardarlo. —¿Vos con quién viniste?— preguntó divertida. —Ya te dije, Emma, vine con Alejo— gruñó a modo de respuesta y sintió su teléfono vibrar en el bolsillo. Rápidamente lo sacó para leer aquella respuesta y lo volvió a guardar. —¿Y el flaquito que estaba conmigo?— indagó percatándose de la falta de su compañero de baile. —No sé, se fue, creo — respondió sacando un cigarrillo del bolsillo para luego llevarlo a sus labios y prenderlo dando una profunda pitada. —Que pena— balbuceó dejándose caer en la silla asquerosa. Rodrigo la miró sin poder evitar la mueca de asco y volvió su concentración al cielo. Estaba agotado, el día había sido una mierda con esa aplicación de porquería que no funcionaba como él quería, pero ¿se había quedado a descansar con un buen vino? No. No sabía por qué había aceptado la propuesta de mierda de su amigo y ahora se hallaba cuidando a la ebria amiga de su hermano. —Creo que no me siento bien— masculló Emma antes de girarse y vomitar todo el contenido de su estómago en el piso. —Qué agradable — susurró Rodrigo sin dejar de fumar, solo controlando con la mirada que la minita no cayera sobre su propio vómito, pero negándose a acercarse y acabar él lleno de aquellos líquidos inmundos. Una vez que Emma terminó su espectáculo de bilis y alcohol, se volvió a recostar sobre el asiento. Sentía que todo su mundo daba vueltas, pero mejor, se dijo, así se olvidaba un poco de la mirada de ese pervertido que le propuso cosas asquerosas solo porque pensaba que ella ejercía la misma profesión que su madre. Agotada estaba de tanta cosa perversa, de tanto descarado acosándola, de tanta mierda cerca. No, no era la primera vez que escuchaba esas propuestas y tampoco sería la última, pero lo peor era que lo que aquel inmundo le había dicho ni siquiera era una de las cosas más atroces que había tenido que oír. No podía creer que un tipo de casi cuarenta años le propusiera semejantes cosas a una chiquilla de apenas diecisiete, un horror, eso era lo que pensaba. —¡Emma!— escuchó que alguien la llamó con urgencia y, con un poco de esfuerzo, pudo enfocar la mirada preocupada de su amigo. —Ema, te juro que estoy bien — aseguró arrastrando cada palabra. —Bien, una mierda. Dale, vamos — pidió ayudándola a ponerse de pie. Ni bien ambos amigos estuvieron listos para abandonar aquel congelado patio, dos figuras imponentes, autoritarias, se plantaron a sus lados. —Dejame que te ayudo — dijo Alejo tomando con suavidad a la castaña de cabellos alborotados. —¡Ale!— exclamó Emma en cuanto notó a su amigo ayudándola a caminar a paso lento, muy lento —. Te extrañé — le aseguró entre risas. —Yo también — respondió divertido mientras se aseguraba que Rodrigo siguiera sus pasos, seguro que si se descuidada el cabrón se iría sin decir ni una palabra. —No me quiero ir — pidió la beoda muchacha con un tierno puchero plantado en el rostro —, quiero seguir bailando — aseguró con su mejor carita de niña buena, aunque los efectos del alcohol la transformaran en algo extraño. —Mañana volvemos — aseguró Alejo sabiendo que con esa frase callaría cualquier replique. Emma pareció contentarse y se dejó guiar hasta el lujoso auto de su amigo, aquel que había recibido solo dos meses atrás cuando su edad por fin alcanzó esos anhelados dieciocho. Con algo de dificultad pudieron sentar a la muchachita en el interior del auto, subiéndose Emanuel a su lado, acercándola a su cuerpo mientras le acariciaba con cuidado su enredado cabello. —¿Todo bien?— preguntó Emanuel a su amiga ya que, podía apostar su mano derecha, que esa condición de exceso de alcohol se debía a algo más que un simple descuido adolescente. De todos modos el muchacho agradeció que Alejo los llevara a casa, ya que volver con ella, en ese estado, iba a ser complicado, más complicado que conseguir un taxi dispuesto a levantarlos. —Ese viejo de mierda me dijo cosas asquerosas — murmuró ella comenzando a dormirse en los cálidos brazos de su amigo —. Estoy cansada de escuchar esas mierdas — agregó con un tierno puchero abriéndose paso en su precioso rostro. Rodrigo, sentado en el asiento del copiloto, intentó ignorar esa conversación ajena, íntima entre aquellos dos, pero era casi imposible con ese par tan cerca de su oído. Inhaló profundo e intentó concentrarse en el camino que se abría paso delante de ellos, en ese Corredor que los llevaría, primero hasta la casa del flaquito ese que acariciaba con mimo a Emma y luego a su hogar, a descansar su agotado cuerpo. —Puta, Emma, no podés dejar que te afecte tanto, tenés que hacer algo — pidió en un susurro contra el cabello de su amiga, enfadado hasta la médula por esos idiotas que siempre, siempre, se plantaban frente a su amiga y le proponían cosas asquerosas, inmundas, retorcidas. —Quiero dormir — pidió ella sintiéndose un poquito mejor por ese cariño de aquel hermoso tipo. Sí, Emanuel era un flaco hermoso, realmente precioso a ojos de cualquiera, incluidos de esos dos heteros que iban adelante en aquel elegante vehículo. —Te aviso cuando lleguemos a mi casa— murmuró Emanuel antes de plantarle un suave besito en lo alto de la cabeza, ignorante, por completo, de esos oscuros ojos que lo miraban a través del espejo retrovisor. En veinte minutos ya estaban estacionados en la puerta del edificio de Emanuel, esperando que el muchacho ayudara a su amiga a bajar del vehículo para, luego, subir con ella hasta el cuarto piso de la torre. —Gracias, hermano — saludó tomando con fuerza la mano de Alejo, de ese tipo que le caía bien pero no lo consideraba un amigo, solo alguien con el que se juntaban esporádicamente gracias a la amistad del chabón con su amiga —. Nos vemos — le dijo a Rodrigo tomando también su mano, desconociendo que la mirada fría y analítica de ese tipo no estaba dirigida solo a la mala relación que tenía con su amiga, sino que el hombre buscaba algo más, algo detrás de tanto cariño mostrado por ese flaquito para con la castaña de rizos. —Nos vemos — saludó Alejo y le palmeó el hombro a su amigo para que, ambos, se montaran al auto y pudieran, por fin, llegar a sus hogares. —¿Qué es lo que le contaba de que le decían los viejos asquerosos? — preguntó Rodrigo con tono desinteresado. —Nada, cosas de Emma que tiene que aguantar mierdas que nada que ver — explicó escueto como nunca su amigo. Rodrigo lo miró de reojo y volvió sus oscuros ojos a la ruta. Bueno, seguro que alguna boludez de gente sin principios, se aseguró sin más, después de todo poco le interesaba aquel asunto, se dijo. ————————————————————————————————— Marco miró de nuevo su teléfono y suspiró. No podía entender, no le entraba en la cabeza, cómo un flaquito, dos años más chico que él, lo podía poner así de nervioso. Es que llevaba más de media hora debatiéndose si darle “me gusta” o no a esa foto en f******k, si no quedaba como un pelotudo o si, por el contrario, el lance lo ayudaría a hablarle a ese flaco que lo traía un tanto embobado desde hace un par de años, cuando el tipito entró a esa escuela privada a la que él asistía y, gracias al bueno de Alejo, ya no lo hacía más. “A la mierda”, se dijo y pinchó en esa manito con pulgar arriba. Bueno, era a una sola foto, tampoco el fin del mundo. —¿Todavía despierto? — preguntó Rodrigo desde la puerta de su habitación. Marco volvió la mirada hacia la cansada figura de su hermano y lo evaluó unos segundos, notando ese cabello revuelto, las evidentes bolsas que comenzaban a instalarse definitivamente debajo de sus ojos oscuros como la noche, pero sobre todo ese porte, autoritario, seguro, imponente. —¿Por qué volviste tan temprano? — preguntó en cambio. —Me encontré a tu amiguita en el boliche. No estaba justamente sobria y Alejo, tan amable como siempre, la llevó a la casa de tu otro amigo, Emanuel — explicó en tono monótono. —¿Emma estaba borracha?— se extrañó el menor de los Acuña Pereyra. —Sí, hasta vomitó y todo — respondió en tono burlón. —Que raro — susurró Marco más para él que como respuesta a lo que su hermano había dicho. —Bueno, me voy a dormir. No te cuelgues que después te perdés todo el domingo por dormir — aconsejó con un calidez que solamente podía utilizar con su hermano menor, con su protegido, y nadie más. —Dale — respondió el pequeño y volvió su mirada hacia la pantalla. ¡¿En serio estaba nervioso por la respuesta de un pendejito de quince años?! ¿Cuán patético podía llegar a ser? Rodrigo entró a su cuarto y suspiró agotado. Al fin dormiría un poco y mañana se tomaría el día completo para no hacer absolutamente nada, solo miraría un par de películas y se comería un buen asado con su hermano, nada más. El sonido de su teléfono lo distrajo de aquellos planes que se formaban en su cabeza, volviéndolo a traer a esa fría noche de Julio. Alejo: Ey, pajero, nunca me dijiste por qué estabas con Emma. Preguntó su amigo por mensaje. Rodrigo: La encontré por casualidad y la llevé afuera para que la pudieras encontrar más rápido. Respondió agotado, cansado, drenado de tanta cosa que tenía sobre su pobre persona. Alejo: Ajá, y yo te creo todo. Dale, no seas pija y decime la verdad. Exigió Alejo y justo en ese preciso momento Rodrigo se preguntó por qué mierda era amigo de ese tipo. Rodrigo: ¿Algo más que quieras preguntar? Alejo: Si te interesa Emma me avisás y te doy una mano ;) Respondió el pajero de Alejo haciéndolo bufar. Rodrigo: No seas boludo, tiene 17, es una pendejita. Escribió y Alejo casi pudo escuchar el tono enfadado que se colaba detrás de aquellas palabras. Alejo: 18 ya. En dos días los cumple. Informó. Rodrigo: Da igual. Nos hablamos mañana. Escribió y arrojó su teléfono sobre el escritorio. Que Alejo se hiciera las historias que quisiera en la cabeza, él solo quería dormir hasta que le doliera la espalda de tantas horas pasar acostado.
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