Capítulo 3

2399 Words
El invierno pasó, también la primavera, el verano y buena parte del otoño, trayendo consigo esa postal de Mendoza de infinitas hojas ocre, de miles de árboles teñidos de tantos colores, de tantas variedades distintas, que parecía casi mágico caminar por las calles de la ciudad, calles que por la noche se vaciaban casi por completo, dejando una sensación de calma, de paz previa a la vorágine desatada durante el día en plena ciudad pujante, creciente. Por esas mismas oscuras calles caminaba Rodrigo mientras fumaba tranquilamente un cigarrillo y se dedicaba a despejar su mente de aquellos miles de problemas que se presentaban día tras día en la oficina, de las aplicaciones que no funcionaban, de los software a mejorar, de las plataformas a desarrollar, de todos los pedidos especiales por parte de clientes especiales, pero sobre todo de esa mina que no lo dejaba de perseguir como si de una presa se tratase. ¡Mierda! No debió coger con la flaca, se regañaba entre pitada y pitada. —¡Pero que no hicimos nada!— escuchó a unos cuantos metros y dirigió sus oscuros ojos hacia donde aquella voz, esa que se le hacía tan familiar, discutía con un par de uniformados. —Señorita, haga silencio — le ordenó firme uno de los policías mientras mantenía firme contra el móvil a un chico de no más de dieciocho años, uno de piel eternamente bronceada y cabellos oscuros como la misma noche que los observaba. —¿Sucede algo?— preguntó Rodrigo llegando hasta la escena, lastimosamente, un tanto cliché. Resulta que Emma caminaba junto a dos amigos por las céntricas calles mendocinas, calles plagadas de personas que intentaban volver a casa antes que la temperatura descendiera más o los colectivos dejaran de pasar, pero, al parecer de los buenos hombres de la ley, ellos parecían más un trío del mal que unos amigos caminando hacia la parada de su colectivo. Otra vez, como les ocurría por lo menos dos veces a la semana, los uniformados los detenían en plena caminata y les pedían sus documentos. No conformes con esto también los colocaban de cara al móvil, aplastándolos contra el vehículo, mientras, por radio, preguntaban por sus antecedentes criminales, antecedentes que los excelentes aplicadores de la ley suponían que ellos tenían, pero que, en realidad, no eran parte de su historial. Bueno, al parecer tener ciertas características físicas y tonos al hablar los convertía directamente en ladrones de carteras de señoras coquetas y billeteras de hombres trabajadores. —Siga su camino, señor — ordenó uno de los policías a Rodrigo. —¿Por qué detienen a la muchacha si no hay una policía mujer acá? — Indagó con desinterés antes de darle una nueva pitada a su cigarrillo. —No podemos esperar que siempre se encuentre presente una efectivo femenina, además solo averiguamos antecedentes — explicó con mal humor el otro policía. —¡Ya te dije que no tenemos nada!— gritó el morochito que tenía la jeta retratada contra el capot del móvil. —Callate, pendejo — siseó el policía y lo apretó un poco más. —A la señorita la tiene que dejar ir si no hay una mujer para proceder con ella — explicó Rodrigo dejando salir el humo de sus pulmones mientras señalaba con dos de sus dedos, aquellos que sostenían el pucho, a la castaña de rulos indomables. —¿Es abogado? — preguntó uno de los policías. —No, pero puedo llamar a uno, y uno muy bueno — desafío clavando sus amenazantes ojos en el idiota de la ley. —Dejala a la flaca — ordenó el otro —, pero a estos nos lo llevamos — explicó con mal humor. —Hagan lo que quieran — respondió y en cuanto iba a girarse para seguir su camino la fuerte voz de Emma lo hizo cerrar los ojos, inhalar profundo y volver a voltearse para interceder antes de que se le llevaran con o sin custodia femenina. —¡Pero que no tienen antecedentes! — gritó Emma sujetando por el brazo a uno de los policías. Bueno, sus ojos centelleantes de odio daba una buena idea de las palabras que la castaña se estaba tragando —. Ya te lo dijo el tipo de la radio — explicó señalando dentro del móvil donde, hacía solo unos minutos, alguien había confirmado que los tres estaban limpios, sin una sola marca en su historial. —Mejor se aparta, señorita — ordenó casi con asco el policía mirándola de manera tan despectiva, tan altiva, que Emma debió apretar los puños para contener su mal carácter —. Ellos nos acompañan le parezca o no. —¿Cuánto? — preguntó Rodrigo unos pasos más allá. Ambos policías levantaron una de sus espesas cejas y lo evaluaron de arriba a abajo. Bueno, ese pendejo se veía forrado en guita, no solo su ropa de marca y ese reloj enorme lo delataban, sino que esa mirada despectiva, esa postura imponente y aquellos ojos desafiantes, les daban una buena idea de cuánto podrían cobrar por un pequeño favor. —Señor, creo que ya hizo su tarea con la señorita — explicó uno de los policías —. Siga su camino — ordenó pero no se movió para introducir a ese pendejito, que tenía entre las manos, dentro del móvil. —¿Cuánto?— volvió a preguntar Rodrigo cambiando su mirada hacia el otro policía. —Con dos estamos, uno por cada negrito — respondió elevando el brazo del otro flaquito para remarcar el punto. —Bueno — respondió Rodrigo dejando el pucho entre sus labios y comenzando a rebuscar en su billetera aquel monto —. Y a ella no la jodan más, ¿si? — le susurró al tipo de la ley estando solo a unos pasos de él y pasándole disimuladamente el rollo de dinero que les había pedido. —Por mí, ni la veo en la calle — respondió en igual tono el tipo de azul mientras soltaba al negrito y recibía la guita —. No se metan en quilombos — ordenó al trío que parecía dispuesto a asesinarlo con la mirada, a matarlo lentamente si se lo permitían. En cuanto ambos oficiales se montaron al móvil Emma se giró para agradecer como correspondía pero se encontró con la figura de Rodrigo caminando lentamente hacia vaya a saber dónde. Bueno, iba a tener que tragarse su orgullo e ir al día siguiente hasta su casa para hacer lo correcto, para agradecer que alguien se detuvo a detener tamaña injusticia que día a día debían soportar sus amigos, porque sí, ella si caminaba sola jamás la detenían, pero en cuanto se dejaba acompañar por alguno de los pibes del barrio todo se iba al carajo, las miradas eran más afiladas en su dirección y nadie, jamás, parecía querer pasar cerca de ellos, de ellos que solo caminaban por la calle, sí debía aceptar que a veces hacían demasiado quilombo, pero no pensaban en robarle a cada persona que se les atravesaban. Ese día, acompañada por Joel y Manu, había visto a varios cruzarse de calle, agarrar más fuerte su bolso, o analizarlos con mirada de asco. No, nadie supuso que Joel salía de su turno en un kiosko que le pagaba cincuenta pesos mugrientos la hora y que Manu iba camino a su laburo como bachero en la Arístides. No, nadie suponía que trabajaban para llevar algo de guita a su casa. ————————————————————————— —Si vas a golpear hacelo de una buena vez, tus pasos me están cansando — exclamó desde el otro lado de la puerta, haciendo que Emma detenga su histérico caminar y se muerda el labio de pura indiganción, de pura bronca por ese idiota que parecía saberlo todo. —Permiso — dijo entrando en esa enorme oficina a la que pocas veces había ingresado. Miró rápidamente a su alrededor, notando el enorme y moderno escritorio plantado delante de aquel gigantesco ventanal con vista al prolijo jardín con las montañas de fondo. Observó fugazmente los mullidos sillones grises ubicados contra la pared y aquel cuadro que parecía hecho por alguien con una epilepsia severa. —Decime — ordenó Rodrigo de pie al otro lado del escritorio, sin levantar la mirada de aquellos papeles que analizaba con especial interés. —Gracias — escupió antes que la fuerza de voluntad la abandonara y comenzara a gritarle al idiota que, por lo menos, la mirara a la cara. —De nada — respondió en tono monótono. —Bue, ¿podés mirarme aunque sea? — pidió fastidiada de tanta distancia. A ver, el idiota la había ayudado a ella y sus amigos, le estaba agradeciendo por tan noble acto pero él parecía igual de interesado que cualquier humano cuando le ofrecen un buen plan de Internet y teléfono. —¿Qué? — preguntó irritado clavando, ahora sí, sus oscuros ojos en ella. —Que te vengo a agradecer por lo de ayer y vos ni bola me das. Si hubiera sabido ni venía — exclamó elevando su mano al aire, completamente enfadada por el imbécil. —Ya te dije de nada, no sé qué más querés — respondió elevando elegantemente una de sus cejas. —Bue, ya fue. Gracias, de nuevo — dijo y salió de allí antes de terminar puteando al tipo. Ni bien estuvo a solas Rodrigo elevó levemente el lado izquierdo de su labio, sin dejar de contemplar la puerta por la que esa muchachita, llena de energía y con pocos miedos, había salido a paso ligero y seguro. Bueno, mejor dejaba de perder el tiempo y continuaba leyendo aquella invitación a ese Congreso en Chile. Sí, parecía ser una buena oportunidad. —————————————————— —Tu hermano es un pelotudo — dijo dejándose caer en la comodísima cama de su amigo. Marco rió bajito y levantó la mirada de su teléfono para clavarlo en su amiga, en esa que lo había defendido frente a cualquier idiota que trataba de pasarse de listo con él, con sus formas suaves, con su cuerpo delgado y pequeño, con sus ojos tiernos y esa sonrisa tranquila que coincidía con su tono de voz. —¿Ahora por qué se pelearon? — indagó divertido. —Nada. Mejor contame qué pasó con Federico — pidió acomodándose en su lugar, contemplando la mirada triste de su amigo que se apagaba lentamente al recordar al idiota de su novio, mejor dicho, ex novio, porque el muy cabrón lo había engañado en una fiesta hacía dos noches atrás. Le dolía como la mierda saberse engañado, pero no le dolía tanto como su orgullo herido. Sí, Marco podía parecer débil y sumiso, pero nada estaba más lejos de la realidad, él, acostumbrado al carácter autoritario de su hermano, había aprendido a lidiar con gente que se creía demasiado para lo que en realidad significaba su patética existencia, sabía exactamente cómo actuar frente a cada imbécil que se le paraba enfrente, pero, sobre todo, podía ubicar a cualquiera en el lugar que le correspondía. En ese último grupo había caído el imbécil de Federico y su engaño de cuarta, bien le había cantado sus verdades en cuanto el tipo apareció frente a su casa rogando por un perdón que jamás, en su triste vida, iba a obtener. De nada valía el ruego, la súplica ni los miles de perdones que le podían dedicar a Marco si lo que habían herido era su orgullo, su propia autoestima y ese amor que había aprendido a tenerse a fuerza de un hermano que lo cuidaba más que a su propia vida y tres amigos que parecían más guardaespaldas que confidentes. —Ya le dije todo lo que le tenía que decir, asique ahora a buscar una nueva pija que me llene — dijo antes de reír con ganas. —Bueno, por lo menos el idiota te atendía como te merecés — agregó Emma riendo también por las ocurrencias de su amigo. —Hay un tal Iván que me escribe por Face, tal vez le dé una oportunidad, está bastante bueno — dijo y le enseñó una foto del flaco en cuestión. Sí, ese Ivancito con su cara de niño bueno seguro era un espécimen terriblemente bueno en la cama. —Si es bisexual yo también lo quiero —pidió su amiga y ambos rieron con ganas. —De todas formas vos ya tenés el tuyo, ¿cómo se llama? — pidió dejándose caer al lado de su buena amiga. —No, ya no — se desanimó mirando sus manitos —. Quería tener sexo y yo… Bueno, ya sabés… Asique quedó todo ahí — explicó un tanto triste. Es que el chico le gustaba en serio, pero no tanto como para llevar su relación a ese nivel de intimidad, no por ahora. Lástima que el muchacho en cuestión no entendía aquello y se fue sin decir nada más. —Bueno, mejor entonces, si pensaba así no valía la pena, bonita — dijo y la apretó suavecito entre sus brazos —. Ya va a venir alguien bueno, vas a ver — animó viendo esa sonrisita afectada en su amiga, en esa que todas tildaban de experta en el sexo por sus maneras sueltas de hablar, pero nada más lejos de la realidad, Emma, llena de prejucios sobre el sexo, no pensaba dejarse llevar por sus hormonas, no quería una experiencia sin nada más que placer, no, ella quería algo más, algo más profundo. —Ahora dame helado, me pusiste triste — exigió como niña pequeña y se ganó un tierno besito de su amigo antes de bajar, ambos, en busca de una buena copa de helado de chocolate y alguna película en la enorme tele del living. *********** Nota: en Argentina el "n***o" para referirse a una persona se puede usar tanto despectivamente como en términos amistosos. En éste capítulo se usó de manera insultante. Si, no está bien, pero es un uso muy común de aquella palabra, ni siquiera la persona en cuestión debe ser de piel morena, solo con poseer características de alguien de bajos recursos, puede caer en la forma despectiva de la palabra.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD