Capítulo 7

2601 Words
Se levantó a la mañana siguiente sintiéndose un tanto abrumada, como si habitara en una espesa neblina que no le permitía pensar con claridad. Bajó las escaleras hasta la cocina y allí los encontró. Sus tres amigos y Rodrigo estaban desayunando mientras hablaban en tonos bajos, mientras barajaban las miles de opciones disponibles. Ni bien ella puso un pie dentro del lugar, los fuertes brazos de Gastón la envolvieron por completo, llevándola a enterrarse en su amplio pecho, apretujándola con fuerza contra él. —Pará, culiado, que las vas a asfixiar — regañó de mentira Emanuel. —A ese pelotudo le vamos a joder la vida — juró en tono bajo Gastón, pegando sus labios a los alborotados rizos de su amiga, apretándola un poquito más contra él. —Emma — llamó Emanuel al otro lado de la barra. Ella dirigió sus brillantes ojos hacia su amigo y le sonrió para calmarlo —, ¿dormiste bien? — indagó el muchacho con evidente preocupación. —Bastante— aseguró y desvió fugazmente sus mirada hacia Rodrigo, hacia ese tipo que terminaba de colocarse el saco, bebía lo que quedaba de café y se acercaba a su hermano menor. —Me voy — dijo el mayor de los presentes —. Cuando vuelva quiero la casa limpia — ordenó y se marchó de ahí sin decir nada más. —Linda — Ahora era el turno de Marco de tomar la palabra, de pedir aquello que podría ser un recordatorio más de la mierda en la que se había convertido la realidad —, tenés que ir a que te revise un médico — explicó como si se tratara de una pequeña. Gastón pudo sentir el momento exacto que su amiga se tensaba entre sus brazos, la apretó un poquito más y dijo: —Sabemos que es una mierda hacerlo, pero es para que te quedes tranquila de que todo está en orden. Seguro que el muy mierda ni se puso forro — afirmó con la bronca colándose en sus palabras. Emma intentó volver a aquella noche del horror, a cada detalle de lo que sucedió, pero no podía, no llegaba a recordar si lo había visto colocarse o sacarse algún preservativo, asique sí, debía aceptar que en esa, Gastón tenía razón. —Además si quedaron lesiones sirven de prueba para la denuncia — agregó Marco y Emma solo pudo negar con su cabecita. No, no quería denunciar, no lo haría, le pedirían relatar una y mil veces el infierno vivido, ¿para qué? Para que todo quedara en la nada, porque sí, ella, hija de una prostituta, no podría conseguir justicia. —Hay que denunciarlo, linda — insistió Emanuel pero vió las lágrimas de su amiga acumularse en sus ojos y comprendió que no era el mejor momento para hablar de aquello, asique rápidamente cambió el rumbo de la conversación —.¿Tenés obra social?— preguntó sabiendo que Emma negaría —. Bueno, si querés les pregunto a mis hermanas a qué ginecólogo van, se que es super piola la mina que las atiende, asique sí te parece… Y dejó la frase abierta para darle espacio, para dejarla analizar las opciones, que no eran demasiadas, ya que en esa no pensaban dejar de insistir, pero, sabían, que por lo menos ella tenía el derecho de decidir con quién atenderse. —Bueno— aceptó finalmente Emma y se apretó contra el pecho de Gastón, buscando un poco de la confianza que siempre desbordaba su amigo y que ella ansiaba juntar solo para sí misma, por un ratito, guardarse un poco de lo que a su amigo le sobraba solo para usarlo un poquito. —Ahora le llamo a Majo — aseguró Emanuel —¿Querés después hablar con ella?— preguntó sabiendo que su hermana, siendo psicóloga, podía ayudar desde un lugar profesional. —Después — susurró Emma y se despegó de Gastón para recibir la taza que le extendía su otro amigo, ese que la preocupaba por tanto silencio. —Dale — aceptó Emanuel y salió de allí para conversar con su hermana, después de todo él sí necesitaba desahogarse, necesitaba hablar con alguien de su entorno que le diera contención y buenos consejos. Emma tomó lentamente unos sorbos de café que le devolvieron algo de energía, todo sabiendo que sus amigos la contemplaban con ternura, podía sentirlo en el peso de sus miradas. —No me tengan lástima — gruñó volviendo a sentirse un poquito ella misma. —No es lástima — se apresuró a decir Marco —. Estamos preocupados, nada más. Queremos que estés bien. —Mejor — aseguró y volvió a beber de su café. Necesitaba sacar todo lo que le comía la cabeza, necesitaba exteriorizar eso que la envenenaba por dentro, pero, sobre todo, necesitaba de sus amigos, de los de siempre, no estos que parecían caminar sobre algodón, aunque, podía afirmar, ellos también necesitaban tiempo para procesar la situación, para acomodarse un poco y comprender cómo acompañarla, una vez que aquello estuviese resuelto, podía asegurar que las cosas se encausarían naturalmente, que todos volverían a resurgir más fuertes, mejores. Sí, estaba segura de aquello. ——————————————— Para tranquilidad de todos los estudios salieron perfectamente bien, en el sentido de enfermedades, porque sí, habían claras señales de abuso y varias caras de preocupación, pero Emma se mantuvo firme, no denunciaría, no lo haría porque nadie la tomaría en serio y no estaba dispuesta a herir así su orgullo. Luego de agradecer el apoyo de sus amigos se tomó el micro que la regresara a su hogar, a ese de cinco pequeñas revoltosas y una madre que siempre mantenía una sonrisa en su rostro acompañada por una mirada desafiante, misma mirada que había heredado ella. Ingresó sintiéndose agotada y no se alteró al sentir los gritos provenientes de su pequeña habitación, esa que compartía con tres de sus cinco hermanas, las otras dos dormían junto con su madre en la otra habitación del hogar. Caminó directo a su cuarto y se frenó en la puerta al encontrar a Brisa, de seis años, y Mariana, de ocho, peleando por un tubo lleno de brillantina. Suspiró resignada y caminó directo hacia ellas quitándoles el frasco y elevándolo por encima de su cabeza, clavando su mirada en aquellas pequeñas que la observaban enfurruñadas. —¡Es mío!— exclamó Brisa con su tierna vocecita. —¡Mentira, Emma, es mío!— devolvió la otra. —No me importa, no van a pelear como perros por un tubo de mierda, asique se calman las dos — regañó con seriedad. —Es de la mamá — explicó mientras atravesaba el pasillo Luciana, la segunda de la familia que, en ese momento, contaba con quince años. —Ella dijo que lo podíamos usar — rebatió la más pequeña. —Bueno, entonces lo comparten — dijo bajando el brazo —. Y si vuelven a pelear se los quito — amenazó antes de ir en busca de Luciana —.¿A dónde está?— preguntó sabiendo que su hermana comprendería que preguntaba por su madre. —Una de las chicas, Candela si no me equivoco, la mandó a llamar. No sé qué pija pasó, pero seguro era grave por la cara de la mami — explicó sin apartar su mirada del teléfono. —¿Seguís enojada por lo de tu fiesta?— preguntó sentándose al lado de su hermana, acariciando el cabello teñido de rubio en algunos mechones, tintura que se apreciaba casera, hecha con poco dinero y mucho tiempo libre. —No, qué sé yo — respondió encogiéndose de hombros. —Hagamos esto — propuso acomodándose mejor —, yo tengo algo ahorrado y puedo buscar un trabajo ahora que terminé la escuela. Apenas juntemos algo más hacemos lo que vos querías, ¿si? — preguntó contemplando a su hermanita. —Pero tenés que estudiar para entrar a la facultad — rebatió con real preocupación —. No, mejor dejemos así, que mamá haga ese asado que quiere y ya — se resignó. —No, no, no, nada de eso, vamos a alquilar el salón de la iglesia y hacemos la fiesta que querés. Esos sí — advirtió con seriedad —, ojo con los pibes del barrio, no quiero quilombos — dijo mirándola fijo. —¿En serio? — preguntó feliz ampliando esa bonita sonrisa, muy similar a la suya. —En serio, asique decime lo del vestido que querías — invitó acomodándose mejor en la cama y dispuesta a escuchar las interminables descripciones de su hermana. Le llevó menos de tres mensajes conseguir un trabajo de moza, en uno de los restaurantes que manejaba Alejo, quien le aseguró que trataría de colocarla siempre en el turno del día, asegurándole volver a casa a tiempo antes que su madre se marchara a trabajar. —Espero algún día abrir un café — le dijo a su amiga aquel morocho de hermosos ojos azules —. Me gusta el restaurante, pero los cafés… Oh, me encantan — dijo dejándose abrazar por esa castaña que había llegado hasta su casa en busca de detalles de su nuevo trabajo. —Lo vas a hacer, siempre lograste lo que te propusiste — aseguró abrazándolo cariñosamente. —Espero que sí, como vos, que querés eso de la fiesta para tu hermana. Avisame si necesitás ayuda con algo — dijo sin mirarla, clavando su mirada en ese enorme televisor que reproducía aquella película que habían visto mil veces. —Está super entusiasmada — explicó dejando que la alegría se filtrara en su voz —. Mi vieja dijo que tiene la plata para el salón, falta lo otro, pero las chicas que trabajan con ella están haciendo una colecta para la comida, uno de los pibes del barrio, que se dedica a poner música y eso, me dijo que él se encarga de eso, asique me falta la bebida y el vestido, que ese se lo voy a regalar yo — explicó viendo la imagen de el tipo declarándole su amor debajo de un techo que los protegía de la lluvia, escena que luego era seguida por ella diciéndole que sabía que él era el culpable de que su hermana mayor no hubiese recibido cierta propuesta de matrimonio. ¿Por qué Alejo siempre la dejaba elegir la película? Fácil, Alejo era demasiado buen tipo para negarse cualquier capricho de ella o Pilar, sí, ambas lo tenían comiendo de la palma de su mano, aunque ahora había conocido a una tal Ivonne, prima de un tipo con el que peleaba sobre rings improvisados, que también comenzaba a ocupar un espacio especial en la vida de ese sujeto blandito como un peluche. —Bueno, hay algunas modistas que conozco… —Ni en pedo— lo interrumpió —. Deben ser carísimas y ya hablé con una vecina que se dedica a eso y me hace un buen precio — explicó sin dejar de contemplar aquella película que conocía de memoria. —Solo decía — dijo y se acomodó mejor en los brazos de su amiga. Estaba agotado de un largo día de trabajo y la compañía de Emma lo relajaba. Había peleado con Cristian muy temprano en la mañana, cuando le explicó, a los gritos, lo hijo de puta que era ese tipo que su hermano llamaba amigo. Cristian, sorprendido pero siendo completamente consciente de la mierda que era Santiago, se había descargado con su hermano, con ese que también ocupaba un lugar de amigo en su vida. Ambos, enojados por la misma razón pero con sentimientos distintos revolviéndose dentro, se habían separado yendo hacia rumbos distintos. Alejo debía trabajar mientras que Cristian se dedicó a analizar, en la soledad de un descanso al costado del camino hacia la ruta del Divisadero, los tipos que lo rodeaban, esos que él llamaba amigos pero no estaba seguro si lo eran. Bueno, Tomás sí lo era, de él no dudaba, aunque su amigo tenía un carácter de mierda y una lengua venenosa. Si había que detenerse a analizar las actitudes de Tomás, bien se podría entender su constante mal humor con el mundo. Él, hijo bastardo de un importante político argentino, se vió ocultado de todos desde su nacimiento. Jamás portó el apellido de su progenitor, por lo tanto llevaba el de esa mujer que se hacía llamar madre pero que solo lo utilizaba como moneda de cambio para pagar su lujosa vida, vida de la que él se veía excluido constantemente, por eso, apenas alcanzó los dieciséis, le pidió a ese sujeto que aportó su semen para que él llegara al mundo, que le alquilara un departamento solo para él, lo emancipara y ya no le diera dinero a su madre, sino que se lo depositara directamente a su persona, alcanzando un estado de independencia ante la urgencia de aquel sujeto de sentirse libre de aquella trepadora y extorsiva mujer. Sus padres se odiaban, eso lo sabía desde siempre, pero él los odiaba más a ambos, aunque, debía aceptar, usaba su situación para sacar gran provecho personal. Así, en menos de un año, Tomás se encontró viviendo solo, en un departamento demasiado grande y frío. Agradeció a los padres de su amigo, ese de ojos celestes, que lo recibían en su casa como un hijo más, que no se enfadaron cuando él se declaró abiertamente gay y que siempre lo invitaban a celebrar cada festividad con ellos. Sí, Miriam y Pablo eran más padres de él que sus propios progenitores, aquellos que al enterarse de su sexualidad tuvieron dos reacciones bastante distintas. Por el lado de su padre escuchó miles de insultos al aire, de puteadas dirigidas a su progenitora y de amenazas claras contra su persona. Por el lado de su madre obtuvo una risa casi demente, ya que la mujer, conociendo el pensamiento conservador de aquel idiota, imaginó lo envenenado que se pondría, golpe que el sujeto le devolvería al firmar los papeles que lo librarían para siempre de aquella odiosa mujer. Sí, Tomás no sintió nunca el lazo de una familia de sangre, pero adoptó aquella que su amigo le ofrecía como una propia, una en donde se refugiaría cada vez que lo necesitaba, un hogar que siempre estaba abierto para él, una cama siempre tendida para que la ocupara cada vez que lo quisiera, que era prácticamente todos los días de la semana, ya que, rara vez, el rubio dormía en su propio departamento. Volviendo a la enorme sala de ese hogar, los dos amigos seguían allí, tendidos en aquel sillón gigantesco, mirando esa romántica película, abstraídos de una realidad que flotaba entre ellos pero ninguno tenía ánimos para enfrentar. —Gracias por el trabajo — susurró Emma apenas mirándolo un poquito. —Nada es gratis. Quiero saber qué onda vos y mi amigo — dijo sin mirarla, aguantando la sonrisa que quería formarse. —No seas boludo, no pasa nada, solo le conté porque, bueno, estaba ahí — desestimó. —Ajá… Y yo soy un hombre de relaciones serias – dijo y sintió su amiga reír bajito —. Bueno, tené cuidado, Rodri es mi amigo pero eso no lo hace menos hijo de puta. —Justamente porque es tu amigo es que sé lo hijo de puta que puede ser — devolvió con una sonrisa. —Tan tonta — susurró y la apretó un poquito. Sí, Alejo podía no ser un hombre de relaciones románticas, pero a sus amigas la quería como a unas hermanas y daría todo por ellas, absolutamente todo.
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