Capítulo 8

1154 Words
Un año entero pasó, un año donde Emma mantuvo su inquebrantable silencio en cuanto a lo ocurrido con Santiago, un año donde una psicóloga, amiga de Majo, la atendía una vez a la semana, un año donde ella ingresó a la carrera de Lenguas Extranjeras en la Universidad, esforzándose por alcanzar su título de Traductora en Inglés, manteniendo esa estrecha relación con sus amigos, esos de la secundaria que ya eran como hermanos para ella, y también con Alejo, su jefe desde hace un año, amigo de mucho antes. Ahora, parada al costado de una pileta en la casa de uno de los compañeros de facultad de Marco, intentaba no concentrarse en el idiota que jugaba cartas debajo de aquel quincho, sin dejar de custodiarla desde lo lejos, prestando poca atención al juego de truco que se llevaba adelante. ¿Por qué estaba el idiota ahí? Para su desgracia Rodrigo había sido invitado por el mismísimo tipo que cursaba junto a su amigo, y, para peor suerte, el idiota había aceptado. A ver, a Emma la confundía las formas de Rodrigo, quien, desde el incidente con Santiago ya no la despreciaba tanto, pero tampoco se mostraba mucho más cercano, eso que ella pensaba que ya no sería tan frío con su persona, no luego de compartir una noche de buen sueño, noche que le dejó impregnado el olor a cigarrillo en su mente, olor que ahora le recordaba cosas lindas, le daba la sensación de contención y protección, pero nunca más, en doce meses, lo había vuelto a tener tan cerca como para inhalar ese delicioso aroma mezclado con los costosos perfumes que utilizaba el sujeto. Ahora, sabiendo que la custodiaba desde lejos, no sabía qué sentir. Intentó concentrarse en lo que le decía aquel tipo, tanto lo intentó que no notó cuando Rodrigo dejó sus cartas a mitad del partido, caminó directo hacia ella, la cargó en brazos y se dejó caer a la pileta acompañado de esa castaña que se aferraba con fuerza a su hombro. Al salir ambos a la superficie, Emma fulminó con la mirada al idiota inentendible y luego evaluó rápidamente su entorno, a todos aquellos que los miraban sin saber qué hacer. Clavó sus ojos en Gaston, parado al borde de la pileta, y gritó: —¡Fiesta en la pileta! Rogando con su suplicante mirada que su amigo le siguiera el juego, objetivo que supo conseguido en cuanto Gastón bufó bajito, se desprendió de sus zapatillas, arrojó su celular al pasto y dejó caer su trabajado cuerpo junto a su amiga, a esa muchacha que, en cuanto vió a su amigo dejar su teléfono, recordó que el de ella aún estaba en su bolsillo. Abriendo muy grande sus ojos salió de la pileta y corrió hacia la cocina, sacando su aparato del bolsillo trasero y desarmándolo mientras veía como el agua salía del mismo. Casi llora, casi lo hace, pero la figura de Rodrigo, parado a su lado, la hizo aguantar las lágrimas. —Creo que ya no sirve — susurró clavando sus ojitos brillantes por las lágrimas en el rostro del castaño. –Emma — dijo afectado acercándose un pasito a ella, entendiendo a la perfección el semblante de la minita. —Ya está, no pasa nada — dijo y le sonrió con pena. Bueno, sí, sí pasaba. Su madre había ahorrado durante meses para comprarle ese teléfono que tanto deseaba, ese que llegaba como modo de regalo por haber ingresado a la facultad, por haber sacado las materias de primer año con excelente desempeño, por seguir trabajando aún cuando su carrera le exigía tanto. Sí, sí pasaba, pero no se lo diría a él. —Perdón, no me di cuenta — intentó excusarse el castaño. —Bueno, ya está — dijo y tomó el aparato para salir de allí, para dejar a Rodrigo confundido por ese sentimiento que le oprimía el pecho. No quería, se negaba, a sentir nada por nadie, pero debía aceptar que esa pequeña siempre lo hacía actuar extraño, de modos muy pocos propios para él. ———————————————— Marco supo de todo aquello apenas sucedió, se tragó las ganas de matar a su propio hermano y buscó en Internet el exacto teléfono que tenía su amiga, esa que ahora dormía a su lado, con el cabello revuelto y una remera suya que terminó siendo destinada para uso personal de aquella muchacha. Suspiró agotado por tanta estupidez que no dejaba de hacer el mayor de su familia y volvió a concentrarse en su teléfono. Otra vez el estúpido algoritmo, ese que Emanuel se cansaba de explicarle, le recomendaba a ese rubio como sugerencia de amistad. Él ya sabía que existía, él podía buscarlo si quería y enviar aquella solicitud, si no lo había hecho era porque no quería, porque no deseaba hacerlo, pero las estúpidas redes se empecinaban en ponérselo frente a la nariz una y otra vez. Sintiéndose estúpido se metió en el perfil del chabón y miró sus fotos con estudiada concentración. Era hermoso, realmente hermoso, pero le sabía inalcanzable, como esos desconocidos que uno solo admira a través de una pantalla, aunque él bien sabía dónde encontrarlo, ya que era el mejor amigo del hermano de Alejo, solo que jamás había juntado el valor de hablarle, de decirle unas cuantas palabras. No podía explicar por qué, pero ese flaco lo intimidada como pocos, lo ponía nervioso siempre y eso lo empujaba a no hacer nada, a mantenerse inmóvil cada vez que, por alguna cuestión del destino, ambos se veían confinados en un mismo espacio, ambos ignorándose siempre, lejos, imperturbables por la presencia del otro. Rió por su patética existencia y bloqueó el celular, de nada servía admirarlo a lo lejos, debía dejar de ser infantil y bajarlo de aquel pedestal en el que lo había colocado. Sí, mejor eso, ya fue, se dijo y trató de dormir un poco. Los suaves golpes en su puerta lo hicieron bufar y levantarse con cuidado de no despertar a su compañera. —¿Qué?— susurró con todo su mal carácter aflorando con fuerza. —¿Qué teléfono tiene, tenía — se corrigió — tu amiga? —Ya le compré, no te preocupes — escupió y le cerró la puerta en la cara al idiota de su hermano. Rodrigo suspiró y pasó su mano por el cabello, despeinándolo con sus dedos, dejando que aquella sensación de desesperación ocupará cada fibra de su ser. Sí, había sido un idiota que actuó como un pelotudo sin cerebro, por eso quería solucionar la boludez que hizo, aunque su hermanito se le adelantó. —Mierda — susurró antes de girarse sobre sus talones para encerrarse en su cuarto, para sentirse como una mierda por lo que quedaba de la noche, para no tratar de pensar en por qué actuaba así con esa minita.
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