CAPÍTULO 4

1599 Words
—¿Y esos bolsos? —preguntó Lucy cuando entró a casa y me encontró en la sala, en el sofá en que estaban todas las cosas de Mary. —Fui despedida —informé y sus ojos se abrieron enormes mientras se posaban en mí—. Son las cosas de Mary, Adriana va a pasar por ellas más tarde.   —¿Adri te despidió? —preguntó intrigada mi amiga. —No, fue el hermano de ella. Anoche vino por la niña, casi tiró la puerta, me amedrentó con su mirada furiosa y, antes de irse, me despidió. —De Adri había escuchado que Gabriel Estévez tenía un carácter complicado, no creí que fuera tan malo. —Fue muy malo —aseguré recargando mi mejilla a mis manos, que descansaban sobre mis flexionadas rodillas. —Y, si ya no tienes “guitarra”, ¿por qué no estás dormida? Un intento de sonrisa quedó en mueca al escuchar el seudónimo que Lucía había puesto a Mary. Ella dijo una vez, cuando me vio mecerla y cantar, que parecía música de plaza con guitarra en brazos. Mary se convirtió en mi guitarra entonces. —Estoy preocupada —dije y miré al techo. Mi desasosiego no se iba, y tenía mi dolor de cabeza al punto del llanto—. No puedo dejar de pensar que ella pasó la noche llorando desesperada porque yo no estaba, pero lo cierto es que la única desesperada que quiere llorar porque ella no está soy yo. Parezco idiota. —Bueno, los bebés son roba corazones —señaló mi amiga—, pero como no son nuestros no deberíamos encariñarnos. —Lo dice la que llora cada que un cunero se queda vacío —me burlé y ella sonrió, luego caminó hasta el sillón donde yo estaba hecha un ovillo y se sentó a mi lado, poniendo su mano sobre mi cabeza. —Si quieres llorar, llora. —No. Ahora que volviste, creo que mi subconsciente que me ha mantenido despierta toda la noche me va a dejar dormir al fin. Cuida mi fantasma —pedí. Lucía asintió sonriendo, yo me levanté y fui a la cama donde lloré. Era una idiotez. Mary ni siquiera había estado un mes conmigo y yo me estaba volviendo loca porque ella no estaba volviéndome loca. Tal vez era verdad que los bebés robaban corazones, aunque el mío se lo había llevado el tal Gabriel Estévez junto a esa pequeñita que me hacía falta. Me había costado mucho acostumbrarme a ella, así que asumí que desacostumbrarme me daría el mismo trabajo, y me resigné a sentir mi casa vacía por algunos días, o semanas. El primer día sin Mary no fue tan complicado, dormí la mitad y la otra mitad estuve acompañada de Lucía, pero mi noche fue igual de mala y mis nervios me estaban matando, así que el segundo día salí a buscar algún trabajo que me mantuviera ocupada. Quería cualquier cosa, solo necesitaba algo que sacara a Mary de mi pensamiento, luego de que ella no fuera una preocupación para mí volvería a mi rutina de mínimo esfuerzo. Caminé por algunas calles buscando letreritos, pero no parecía ser mi día de suerte; me senté en un café y busqué en la página de empleos local, pero todo se veía demasiado formal como para dejarlo un par de semanas después. Definitivamente no era mi día, lo confirmé cuando comencé a alucinar el llanto de Mary. —Está de acuerdo que llevarse a vivir a una niña que no es suya a casa es raro, ¿no? —preguntó Gabriel Estévez de pie delante de mí, sosteniendo en sus brazos a Mary que no paraba de llorar. —Igual de raro que llevarse a una mujer a su casa para que cuide de una niña que no es suya —respondí un poco desesperada porque el hombre no hacía ni por mecer a la pequeña. —Fui grosero, lo siento. Pero fue una sorpresa no grata saber que mi hija estaba en manos de quién sabe quién, en su casa y que esa sabe quién no respondiera ni el teléfono ni a la puerta. Siento que actué ad hoc a la situación. —Ojalá lo estuviera haciendo ahora —reproché en serio molesta—. Intente calmarla, muévase o algo. —Tiene dolor, no se le va a quitar moviéndome —respondió él sin inmutarse—. Adriana dice que es la leche, y también dice que usted le hace falta. No lo soporté más. Dejé mi lugar y tomé a la niña de sus brazos y comencé a hablarle como las tres semanas y media que pasó conmigo lo hice siempre. El llanto de Mary se calmó un poco, pero no se acabó. » Puede que tenga hambre, no ha comido mucho. Tras escuchar eso me senté de nuevo y, cubriéndome con la manta, reanudé mi labor de nodriza. Al fin y al cabo, el ogro de la noche anterior parecía mucho más relajado al respecto de mí. » ¿Está buscando trabajo? —cuestionó el hombre que pretendía mirar a todos lados, excepto a donde estaba yo, y que había fijado su vista en mi teléfono. —Recientemente fui despedida —expliqué algo que él sabía bien—, no puedo permitirme quedarme sin ingresos. Esa era una enorme mentira, antes había estado sin ingresos por semanas enteras, y sobrevivido, a penas; pero no era algo que él necesitara saber. Además, tenía suficiente dinero por haber cuidado a Mary casi un mes. —Pues estoy buscando quien cubra su puesto, puede tenerlo de regreso si se muda a mi casa —dijo tomando asiento frente a mí, fijando sus ojos en mi rostro, bastante avergonzado. —¿Me estaba buscando? —pregunté curiosa de saber por qué había dejado pasar un día intermedio. —No —respondió—, pasaba por aquí y le vi sentada, así que pensé en probar. Adriana dice que en serio es buena cuidándola, y ahora le creo, acaba de lograr algo que ni ella, ni mi madre, ni yo logramos desde la noche en que me la llevé de su casa. —No quiero vivir en su casa —expuse mi condición sintiendo que él me necesitaba más de lo que yo necesitaba el trabajo. —Pues entonces no tiene el trabajo —dijo tan confiado como yo me sentí antes de su negativa. Le miré furiosa y, tras pensarlo un poco, decidí que era mi oportunidad de dejarlo. A final de cuentas, aunque sabía que ella me estaba extrañando, también sabía que él estaba buscando a una persona adecuada para un puesto que yo no quería del todo. —Lo siento —dije—. Tengo una amiga que es enfermera, ella tiene contacto de mujeres que estuvieron en el taller de nodrizas. Creo que si se contacta con ella va a encontrar a alguien que se ajuste a sus necesidades. Gabriel, que por cierto ni siquiera se había presentado aún conmigo, me miró sin pizca de esa arrogancia que me había molestado desde que nos encontramos en mi casa la noche que se llevó a Mary. —¿Y será alguien que se ajuste a las necesidades de Mary? —preguntó y agaché la mirada para ver la carita de esa que en serio había extrañado. —Creo que… Iba a decir que sí, que ella se adaptaba rápido. Era cierto, lo había visto. Pero cuando sus ojitos me miraron sentí que si dejaba salir esas palabras de mi boca iba a arrepentirme en serio. » Creo que puedo cuidarla de día, sus horas laborables —reformulé—, puedo darle leche para sus mamilas de la tarde-noche y la noche. —¿Qué es tan difícil de cuidarla en mi casa? —preguntó un hombre que para nada se asemejaba a aquel intransigente sujeto que llegó a mi casa días atrás. —¿Qué es lo difícil de dejarme cuidarla en mi casa? Devolví la pregunta y él se talló la cara con frustración. Ambos teníamos un punto razonable, aunque él tenía las de ganar. La niña era suya, no mía. » Me sentiría más a gusto en mi casa —argumenté y recibí la misma pelota de él. —También me sentiría más a gusto teniéndola en mi casa. Adriana tiene su vida, pero mi vida ahora es mi hija y no me parece normal que alguien se la lleve de mi lado. ¿Pretende que la vea como si usted me hubiera ganado la tutela en el juicio del divorcio? Ese punto era mucho mejor que el mío. Lo dije antes, Mary era suya, no mía. Aunque yo hubiera aprendido a quererla tanto. —Yo… yo necesito pensarlo —dije—. Por lo pronto puedo ofrecerle el trato que mencione. La cuido de ocho a ocho, si le parece. —Entonces tiene de aquí al fin de semana para decidir. El lunes comenzaré con mi búsqueda para encontrar quien se ajuste a mis condiciones. —Hoy es viernes —señalé y él sonrió. —Espero su respuesta a más tardar mañana por la tarde. Pasaré por ella hoy a las ocho, y se la dejaré de nuevo mañana a las ocho, ojalá para cuando la recoja se haya decidido. Cuando Gabriel terminó de hablar se encontraba ya de pie, dejó la pañalera de Mary en la silla de mi lado y me dejó dinero en la bolsa lateral de esta. » Para el taxi —dijo sonriendo y, sonriendo, se fue. 
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