CAPÍTULO 3

1752 Words
—Yo no la conocí bien —dijo Adriana comenzando a hablar sobre la madre de la niña que yo cuidaba—, recién volví hace medio año acá, estaba terminando un posgrado en Londres, tenía mucha tarea y de los amoríos de mi hermano solo conocía las quejas de mi madre. Aunque debo confesar que no le prestaba demasiada atención, sé que para ella nadie será suficiente para su adorado bebé. » Dos meses después de que llegué de Londres mi hermano vino a casa de mi madre con una chica embarazada, estaba a finales su embarazo, y dijo que se casaría con ella, aunque nadie lo aprobara. Se llevó la chica a su casa, un mes después nació Mary, no la conocimos entonces, mi hermano nos prohibió acercarnos y mi madre aún estaba molesta con él por hacer tonterías, así que tampoco fue que buscáramos hacerla parte de la familia. » Yo asumí que con el tiempo las cosas tomarían su cauce y seríamos una familia normal, pero no hubo tiempo para ello, poco más de un mes después de que la niña naciera él vino a mi departamento con la bebé en brazos diciendo que ella había muerto, pero no dio ningún detalle más y no quise preguntar. Me pidió que le ayudara y, teniendo en cuenta el estado en que él se encontraba, y que la bebé necesitaba más que un zombi para cuidarla, no me quise negar. » La he estado llevando a una guardería, por las tardes la cuidaba él, a veces yo, pero hace un par de semanas mi hermano debió hacer un viaje de negocios. No era buena idea llevarse la niña, aunque tampoco estaba feliz con quedármela yo. Fue complicado, te digo que la primera noche lloré y mi madre me rescató. Ella la había estado cuidando conmigo, pero mi madre no es tan joven, tampoco es tan paciente ahora, y yo prefiero no dormir que pelear con ella. Aunque si pudiera evitarme la parte de no dormir, definitivamente la aceptaría. » Pensaba que estaba bien un tiempo, pero ese viaje de negocios se sigue alargando, y mi trabajo se estaba acumulando, además estaba lo de que ella no quisiera comer adecuadamente y se la pasara enferma, así que le pedí ayuda a Lu y ella te recomendó. —Aunque casi creo que me arrastró a ese taller de nodrizas con toda la intención de solucionarte la vida —dije tras escuchar la historia que Adriana contaba. —No —se defendió Lucía—, eso fue una feliz coincidencia. —Ay, sí. Una coincidencia, cómo no. Mi infantil respuesta fue motivo de risas, pero la mía se terminó cuando Mary comenzó a llorar otra vez. » Me voy a volver loca —bufé dejando mi cena a medio comer para ir a atender a la pequeña que solicitaba algo, sabrá el cielo qué. —¡Ya te dije que te vas a acostumbrar! —gritó mi amiga para mí y, aunque ella estaba súper convencida, yo no le creí. ** No le creí, pero pasó. Me acostumbré a dormir a ratitos, me acostumbré al hedor de los pañales, me acostumbré a su manita rodeando alguno de mis dedos. Pero no fui la única que se acostumbró, ella también lo hizo. Mary se acostumbró a mí, a mis brazos, a estar pegada a mi pecho todo el tiempo, a mí cantando y tarareando; se acostumbró a estar a mi lado, a mi voz y a mi aroma. Conforme los días pasaban la convivencia era más fácil y mis temores se hicieron controlables; o, tal vez, me volví valiente, no lo sé. Aún tenía miedo, todo el tiempo, pero el miedo ya no me paralizaba ni me detenía, ahora el miedo permanecía detrás de la cautela con que me movía absolutamente todo el tiempo. Seguía temiendo apartar la mirada, pero me atreví a hacerlo porque necesitaba cerrar los ojos y hacer más que abrazarla todo el día; seguía temiendo lastimarla al tocarla o moverla, pero busqué mis mañanas para ambas sentirnos seguras, ella ya no lloraba y yo tampoco; también seguía temiendo que enfermara, por eso tomé las tantas precauciones como consideré necesarias. Aprendí todo lo que los libros e internet pudieron enseñar sobre bebés. Me hice una experta en psicología neonatal e infantil, mis r************* mostraban solo artículos sobre bebés, maternidad y salud infantil, además de unos pocos zapatos y outfits de temporada. Fui cuidadora de veinticuatro siete, tal como se esperaba. Mi trabajo era cuidar una bebé, así que, de la nada, pasé a ser ama de casa en su totalidad. Y, aunque no había presiones, ni tiempo para aburrirme, era el trabajo más cansado y desgastante que había tenido. Fue extraño, con la llegada de una bebé a mi casa, demasiadas cosas cambiaron. Todo lo que antes me gustara, todo lo que antes disfrutara, me llegó a robar la calma luego de que Mary llegó. El silencio que antes me reconfortara, luego de ella me enloquecía, estar encerrada me ahogaba, ver televisión me provocaba ansiedad, así que me puse hacer cosas que, antes de haber pasado una semana y pico enclaustrada, no habría hecho por nada del mundo.  Tras investigar y aprender diversas formas de porteo, amarré a Mary a mi pecho y fui a tantos lugares como dieron mis días. Con una beba que no era mía visité museos, parques, restaurantes y lugares tranquilos que me hicieran olvidar ese sofoco que me hizo sentir mi casa. Yo cambié mis hábitos, y ella cambió los suyos. La bebé llorona que llegó a mi casa se tornó de lo más tranquila, sus periodos despierta se alargaron, y ella se mantenía atenta a todo, sobre todo a mí. Entendí bien eso de que un bebé lo cambiaba todo. Mi vida, aunque siempre fue monótona, nunca fue rutinaria, y la rutina se hizo parte de mi vida. Mis hábitos alimenticios y de ejercicio se ajustaron a la sana alimentación y a horarios fijos, además de que se establecieron a todos los días. Y, sobre todo, la pequeña se hizo parte de todo mi día. Era raro no tenerla cerca, incluso cuando hacía yoga, cocinaba, lavaba o limpiaba el departamento ella estaba en el portabebés tan cerca como fuera conveniente. El único momento en que ella no estaba a mi lado era cuando me bañaba, tiempo en que Adriana o Lucy, o Adriana y Lucy estaban en casa. Mi teléfono celular se llenó de fotos de una pequeña vistiendo cuantos vestidos hermosos nos encontrábamos Adriana o yo, en tantos lugares como visité, incluso la llevamos a una sesión fotográfica para bebés donde todas nos enamoramos de una pequeñita que a duras penas nos toleró el capricho; incluso obtuvimos una foto de ella llorando. Ella era tan parte de mi día que, de pronto, se sintió como parte de mi familia. Pero yo no era parte de su familia, la vida me lo recordó una noche en que alguien casi tirara la puerta de mi casa a golpes. Pasaba de las once de la noche, Lucía de nuevo cubría el turno nocturno y Mary y yo teníamos un par de horas dormidas cuando los insistentes y fuertes golpes en mi puerta me hicieron despertar asustada. Me encaminé a la puerta temerosa, con la escoba en la mano, por si acaso. —Deja de fastidiar, ella debe estar dormida —dijo una voz que hubiese reconocido fácil de no ser porque estaba medio dormida y medio aterrada. —Si no es que se fue con ella, tal vez por eso no abre la puerta, porque no está —dijo la gruesa voz de un hombre, una que jamás antes había escuchado. —No seas exagerado, es tarde, debe estar dormida, y la habitación está muy al… A este punto, luego de poner especial atención a las voces, reconocí a la mujer que hablaba, pero la exasperada voz del hombre no me permitió decidirme a abrir la puerta. —¿Adriana? —pregunté lo suficientemente alto como para que me escucharan afuera. —Sí, Marina, soy yo. Lamento el escándalo, mi hermano, em… ¿puedes abrir la puerta? Estamos molestando a los vecinos. Solté la escoba y respiré profundo, entonces pasé mis manos por el cabello, pretendiendo que estuviera presentable, y abrí la puerta tal como Adriana pedía. El hombre que apareció frente a mí era alto, mucho comparado conmigo que medía uno sesenta y uno, su piel era clara, contrastaba muy bien con su cabello oscuro, casi tan oscuro como sus ojos que me miraban con recelo y desconfianza. Adriana se abrió paso entre el hombre y yo, pues él estaba pegado a la puerta cuando la abrí, él entró tras de ella y, antes de cerrar, miré afuera para sonreír apenada a mis vecinos que asomaban por sus puertas y ventanas. —¿Dónde está mi hija? —preguntó el furioso hombre de pronto, dejándome sin respiración. Lo miré aterrada, su molestia parecía estar dirigida a mí, luego miré a Adriana que, recargada en el respaldo de uno de mis sofás, asintió diciendo que era su hermano. —En la habitación —respondí señalando con mi dedo hacia la puerta que daba a mi habitación y él entró a ella sin siquiera pedir permiso. —Lo lamento —se disculpó Adriana—, llegó hace nada a mi casa, entró buscando a su hija y cuando no la encontró, y le conté que se quedaba contigo, enloqueció. Me hizo traerlo aquí, te marqué un par de veces para avisar que veníamos, pero como no respondías pues enloqueció más. ¿Pasó algo con tu celular? —Cada noche lo pongo en silencio para que las notificaciones no me despierten —expliqué viendo al hombre salir del cuarto con Mary en brazos. —Está despedida —dijo uno cuyo nombre ni siquiera conocía, luego miró a su hermana negando con la cabeza y salió también de mi casa. —Tú dijiste que hiciera lo que quisiera —refunfuñó Adriana siguiendo los pasos de su hermano. —Jamás pensé que deshacerte de ella era lo que querías —gruñó él. Adriana suspiró, dijo de nuevo que lo lamentaba y siguió a uno que no miró de nuevo atrás. —Ella no tarda en despertar de nuevo con hambre —musité e, intentando ignorar el hueco que se formó en mi estómago cuando fui despedida, respiré profundo obligándome a pensar que estaba bien, que todo estaría bien. 
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