CAPÍTULO 5

1460 Words
—¿Te la robaste? —preguntó Lucía viéndome entrar a casa con Mary en los brazos. —Sí, embosqué a Gabriel y se la arrebaté con todo y pañalera —solté burlona, terminando en insultarla por pasarse de ingenua. —¿Qué pasó? —Nos encontramos y llegamos a un acuerdo temporal. Estamos en negociaciones, pero voy perdiendo. —No vas perdiendo —refutó Lucy—, la trajiste a casa. —Sí, hasta las ocho que vengan por ella, y la cuidaré mañana de ocho a ocho de nuevo. Luego de eso, sino accedo a irme a casa de él, el trabajo no será mío. Los labios de Lucy se estiraron completamente y sus ojos se agrandaron mientras suspiraba. En serio que no era normal irse a vivir con alguien por trabajo, al menos no para nosotras dos. —¿Vas a pensarlo? —Supongo que un poco, aunque más bien debería concentrarme en calmar mi consciencia este par de días. Vamos a despedirnos adecuadamente —dije para la bebé en mis brazos, ella sonrió a mis palabras sin entender lo que le decía. ** —Lo sabía —soltó ufano Gabriel al recibir mi respuesta positiva a sí quería el empleo. Dos días me habían bastado para entender y aceptar que no quería hacer a esa pequeñita batallar, si alguien debía sufrir al adaptarse debía ser un adulto, no una bebé. —No lo sabía —aseguré—, tal vez lo imaginaba, pero no había manera de que estuviera seguro de que yo aceptaría. —No —dijo él—, yo sí estaba seguro. Adriana dijo que iba a ser así, que usted tenía corazón de pollo y una debilidad llamada bebé Mary. No dije nada más, no pude, esa certera respuesta acabó con todos mis posibles argumentos; solo reí negando con la cabeza. » ¿Quiere que venga mañana por sus cosas? —cuestionó acabando con mi sonrisa. A vivir compartiendo casa estaba acostumbrada, pero yo vivía en una casa que era mía con mi amiga, algo que no se podía comparar con vivir en casa ajena con mi empleador. Por eso tenía el estómago hecho un nudo. —¿Mañana? Creía que los domingos serían mi día libre, dado que descansa de la oficina. —Ah, sí, pero pensé que necesitaría tiempo para instalarse. —Para lo que necesito tiempo es para hacerme a la idea, así que mejor le veo el lunes. Llevaré mis cosas por mi cuenta. —Como guste —dijo y tomó la pañalera y el portabebés con su bebé. Lo despedí en la puerta de mi departamento y entré a la cocina arrepintiéndome de algo que aún no hacía, segura de que ese arrepentimiento podría ser considerablemente peor si no hubiera aceptado hacerlo. Me pregunté entonces si solo a mí me pasaba que mis únicas dos opciones ante algo fueran un arrepentimiento y un arrepentimiento peor. Y, entrando a la cocina, me pregunté también por qué rayos no le había dado al señor Estévez la hielerita con mamilas de leche materna que acumulé para el domingo que no cuidaría de Mary. La tomé y salí corriendo para alcanzar a mi ahora jefe en el estacionamiento del complejo de apartamentos de mi tía favorita, esa que me dejaba vivir sin pagar el arrendamiento porque éramos familia. —Para mañana —dije entre ligeros bufidos. Temiendo no alcanzarlo, había corrido por las escaleras de tres pisos para llegar al estacionamiento. —¿Qué es? —preguntó abriendo el zíper de la cajita y, al mirar el contenido, hizo un sonido que indicaba tenía la respuesta, así que no respondí. —Hasta el lunes —dije sonriendo, cruzando mi suéter al frente, cubriendo más de lo que debía cubrir para después mirar el asiento trasero donde la pequeña Mary dormía. —Le veo el lunes, Marina —dijo devolviéndome la sonrisa. Lo vi subir al auto y, tras despedirse ahora con un movimiento de cabeza, lo vi arrancar. Entonces suspiré odiando mi corazón de pollo. Me tomaba horas enamorarme de un cachorro, y meses enteros sufrir su partida, no podía ser diferente con una pequeña bebé cuya madre necesitaba y no estaba. Volví al departamento a disfrutar mis últimas horas de comodidad, porque estaba segura de que a dónde fuere, la comodidad estaría fuera de mi alcance. No me veía andando descalza, despeinada y sin bra en ningún otro lugar que mi hogar. —¿Cuándo te vas? —preguntó Lucy cuando volvió del trabajo. —El lunes a las siete de la mañana —informé. —Voy a extrañarte. —No voy a dejarte. Planeo estar en esa casa el menor tiempo posible, así que invéntate ahora una clase de estimulación temprana y otra de otra cosa para tener excusa de salir, al menos, cinco veces por semana. —Voy a anotarlo en la parte alta de mi lista de cosas que no haré —dijo y simuló abrir un cajón invisible, sacando algo inexistente y escribiendo con nada en el aire. La insulté tirándole un almohadón. —Espero que Mary pronto empiece a dormir toda la noche, para poder volver aquí; la casa si la voy a extrañar —dije mirando a todos lados ese sitio que, más que mi casa, era mi refugio. —Un par de meses y todo será medio normal otra vez —aseguró Lucía—, entonces podrás venir a enclaustrarte como te gusta, y a morir sola cuando seas anciana. —No voy a morir sola —sentencié fingiéndome ofendida—, adoptaré un perro. —Las abuelitas no pueden sacar a un perro a pasear —soltó mi amiga obviando la voz y reímos ambas de nuevo. Sí la iba a extrañar. ** —¿Solo llevas ropa? —cuestionó Lucy el domingo por la noche, viéndome cerrar la pequeña maleta en que llevaba solo unas cuantas mudas de ropa. —Haré compras el mañana —informé en respuesta—, no quiero llevar y traer los fines de semana. Mejor que haya todo aquí y todo allá. —Si vas temprano puedo acompañarte, esta semana que sigue me toca el turno de la tarde. Hacemos tus compras y comemos juntas en algún lado. Asentí, la sugerencia me caía de maravilla. Hacer compras cargando una niña sonaba un poco complicado de hacer, con una niña y una amiga no sobaba tan mal. Y, con una interrogante similar a la de mi amiga, fui recibida por Adriana que pasó a mi casa el lunes por la mañana para llevarme a casa de su hermano; entonces obtuvimos una nueva compañera de compras. —¿Por qué tan poco equipaje? —preguntó Gabriel Estévez al verme entrar en su precioso departamento—. ¿Planeas salir huyendo a media semana? —Saldremos a hacer compras a medio día —respondió Adriana por mí. —¿Por qué? —cuestionó el único hombre en la conversación. —Porque Mary tiene que empezar a aprender la mejor forma de vivir la vida —dijo una que casi era mi amiga—, ¿verdad? Dado que la pregunta era para mí, asentí presionando mis manos en las asas del bolso deportivo en que cargaba mi ropa. —No estés nerviosa —dijo el hombre—, no como gente. Vamos arriba, te mostraré la habitación de Mary, y la tuya. —Yo nos haré un café —indicó Adriana y seguí al hombre escalera arriba sin perder detalle de los espacios que recorríamos. —Esta es la habitación de Mary —dijo abriendo una de las tres puertas que daban al estar de la segunda planta, ahí estaba la pequeña en la cuna más preciosa que había visto yo en mi vida—. La de enseguida es la tuya —informó cerrando la puerta. Dimos algunos pasos y me permitió ver la habitación en que estaría, una del tamaño de, al menos, un tercio de mi departamento, sin incluir el baño, que al parecer era la puerta que abría en uno de los laterales. » ¿Qué te parece? —preguntó y, luego de mirarle con los ojos muy abiertos, suspiré—, ¿demasiado? Asentí. Se sentía demasiado, pero sabía que me acostumbraría, porque a todo se acostumbra uno, sobre todo a la vida fácil. » Vamos, deja tus cosas y vayamos por el café que ofreció Adriana, luego podrás explorar y conocer el lugar, además, Mary me despertó a las seis, posiblemente no tarde en despertar de nuevo. Asentí sin decir nada, de nuevo. Me sentía tan fuera de lugar que creía que incluso hablar podría incomodar a las paredes del lugar. «¿En serio me podré acostumbrar? ¡Sorpréndeme, capacidad de adaptación!»
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