Finalmente, llegó el momento de volver a Elora. Las despedidas siempre son difíciles. Me despedí de mis padres, de Lucy, y emprendimos el regreso con Lucas. El viaje fue silencioso; apenas hablábamos, excepto para decidir cuándo detenernos a comer o cuándo continuar. Fue lo mejor para mí, pues tenía mucho que asimilar.
Al llegar a Elora, le agradecí a Lucas y fui directamente a mi habitación. Tahis estaba esperándome, emocionada por mi semana de descanso con Lucas. Por un momento, olvidé que no le había contado nada, pues no quería involucrarla. Como ya no había un Caleb que pusiera su vida en peligro, decidí contarle todo. Para ella, todo fue increíble, y entendió que lo que parecía un viaje romántico con Lucas era en realidad una búsqueda de la verdad, una verdad que seguía siendo un enigma.
Retomé mis clases e intenté regresar a la normalidad. Lucas continuaba pendiente de mí, pero yo sentía un temor extraño, probablemente por todo lo que había pasado. Seguía sintiendo que alguien me observaba.
Las clases de astronomía eran terribles para mí, ya que temía caminar sola por el campus en la noche. A veces le pedía a Lucas que me recogiera al terminar la clase y me acompañara a mi edificio, aunque no quería ser una molestia. Él insistía en que no lo era, pero sentía que debía recuperar la confianza para estar sola.
Unos días después de regresar a Elora, recibí una llamada de mi madre. Me confirmó que Caleb había fallecido. Lo había leído en una noticia en uno de los principales diarios del país: "Caleb Hawthorne, de 18 años, falleció tras un accidente automovilístico". Aunque sabía que eso sucedería, leerlo me dejó sin palabras. Pedí un permiso especial para ausentarme de Elora unos días y asistir a su entierro. Mis padres me compraron un vuelo, y en pocas horas estaba de regreso en casa.
El entierro fue algo exagerado para mi gusto, con la presencia de personas distinguidas de la sociedad. Me acerqué a su madre para darle el pésame, y sus palabras me dejaron helada:
—Te dije que te arrepentirías si ibas a Elora - dijo con una sonrisa que me llenó de temor.
Solté su mano de inmediato y corrí hacia mis padres, diciéndoles que debíamos irnos.
¿Cómo sabía ella de esa frase que su hijo usaba para atemorizarme? ¿Por qué quería desestabilizarme en un momento en que pensaba que podría encontrar paz?
Esa tarde, al llegar a casa, solo quería estar en mi cuarto. Mi madre me preparó un té para calmar mis nervios, pero no lograba tranquilizarme. Intenté dormir, pero fue imposible. Cerca de las dos de la madrugada, justo cuando estaba a punto de conciliar el sueño, escuché algo golpeando la ventana. Al principio creí que era un pájaro, pero cuando volví a escucharlo, me di cuenta de que eran pequeñas piedras.
Me levanté y me acerqué a la ventana. No podía creer lo que veía. Allí, desde el umbral del patio, estaba él, con su máscara oscura y su ropa oscura, levantando la mano para saludarme. Grité con todas mis fuerzas, y mis padres llegaron rápidamente. Encendieron la luz de mi cuarto, pero yo ya estaba arrodillada en el suelo, llorando.
—¡Caleb está afuera! —grité—. ¡Está aquí!
Mi madre miró por la ventana, pero no vio a nadie.
—Estás asustada, hija. Sabes que Caleb falleció.
Yo seguía llorando, segura de que no era una ilusión.