Mi madre se quedó a mi lado en la habitación para que pudiera intentar conciliar el sueño. Me acosté en su regazo y, aunque para mí parecieron horas, finalmente logré descansar. No había sentido esa tranquilidad y seguridad de estar protegida desde hacía mucho tiempo.
Al amanecer, fuimos juntas a preparar el desayuno. Me sugirió que saliéramos a hacer algunas compras, diciéndome que me ayudaría a respirar aire puro y despejarme un poco. Acepté la idea.
Salimos a caminar juntas, fuimos al cine, algo que nunca habíamos hecho antes. Fue un día muy especial, y no quería que terminara. No deseaba irme de casa, pero al día siguiente tenía un vuelo de vuelta a Elora; debía continuar con mis clases, ya había faltado demasiados días. Durante mi tiempo en casa, Lucas y Tahis me llamaban todos los días, preocupados por saber cómo me sentía y cuándo volvería a la universidad.
Alejarme de nuevo de casa no era fácil. Esta vez sentía que me iría por muchos meses, y añoraba la protección de mis padres. Sin embargo, era algo que debía hacer. En el aeropuerto, cuando llegué, estaba mi amiga Tahis esperándome con un hermoso ramo de flores. Me abrazó fuerte y me dijo: "No estás sola, ahora todo estará bien". Eso creía ella, porque aún no le había contado lo que sucedió en el entierro de Caleb, ni lo que pasó la noche siguiente en casa.
De camino a Elora, le conté todo. Ella no podía creerlo. Me decía que confiaba en mí, pero le parecía algo imposible, pues ya había visto que Caleb había fallecido. Era todo un trauma demasiado fuerte. Me sugirió que hablara con la psicóloga de la universidad para que me ayudara a procesar lo que estaba viviendo y así poder atravesar mi duelo. Asentí y le prometí que lo haría al día siguiente, después de clases.
Llegué a mi habitación y dejé mis cosas sobre la cama. Sentía que volvía a la realidad. Mis amigos saldrían esa noche a tomar algo en un lugar cercano a la universidad y jugar algunos juegos de mesa. Lucas y Tahis me convencieron de unirme a ellos y no quedarme sola. Cantamos, bailamos y jugamos a los dardos. Reí como hacía tiempo no lo hacía. Al salir del bar, íbamos caminando con Tahis de regreso al campus cuando, al doblar una esquina, vi a una persona de aspecto sospechoso, parada a lo lejos. Su silueta se distinguía en la oscuridad.
No podía asegurarlo, pero sentí que era Caleb. El miedo me invadió. Tomé la mano de Tahis con fuerza y le susurré: "Camina rápido". Aceleré el paso sin mirar hacia donde estaba esa figura, mientras Tahis, que estaba un poco ebria, se reía y decía: "Camina despacio, me vas a hacer caer, ¿viste un fantasma o qué?". Le respondí con urgencia: "Por favor, camina, camina". Miré hacia atrás una vez más, pero ya no había nadie.
Me pregunté si me estaba volviendo loca, si estaba viendo sombras donde no había nada. ¿Todo era mi imaginación?
Al llegar a la habitación, le confesé a Tahis que sentía mucho miedo, que me sentía perseguida, y que necesitaba buscar una forma de manejar esa situación. Le dije que al día siguiente, apenas despertara, iría al área de atención estudiantil para pedir ayuda, porque todo estaba fuera de control.
Esa noche, gracias a unas gotas que me dio Tahis, logré dormir profundamente. Descansé por completo y me desperté con ánimo de recuperar el tiempo perdido. Salí a trotar temprano por el campus, luego volví a mi habitación, me duché y fuimos con Tahis a desayunar. Después asistí a clase, adelanté trabajos pendientes y, tras el almuerzo, pasé por la biblioteca para investigar un poco para una tarea de historia.
Por la tarde, fui al área de atención estudiantil y hablé con la psicóloga. Me agendó una cita y tuve que hacer un resumen breve de lo que había sucedido y por qué solicitaba su ayuda. Después de escucharme, me hizo una serie de preguntas: si había pensado en suicidarme, si había considerado hacerle daño a alguien, y qué tipo de pensamientos tenía. Al terminar, me programó una sesión para el día siguiente, antes de clase. Agradecí y salí de su oficina.
De camino a mi habitación, las preguntas de la psicóloga resonaban en mi cabeza, pero había una que no podía dejar de pensar,
"¿Has pensado en suicidarte?". Nunca había hablado del tema, ni lo había considerado directamente, y respondí que no. Sin embargo, la verdadera respuesta era que sí.
La noche en que subí a la azotea y me encontré con Lucas, me sentía tan destruida que quería terminar con todo de una vez. Quería que Caleb dejara de atormentarme, quería sentir paz sin la constante amenaza de encontrarlo en cualquier lugar y que me hiciera daño.