No es momento para un helado...
Una nueva casa.
El día llegó radiante y lleno de brillo, tanto Lucas como Camila ninguno pudo dormir durante toda la noche, así que apenas el sol se asomó en el horizonte salieron de sus camas y cada uno en su casa realizó su rutina; la de Lucas vestirse y salir al trabajo, no tenía un ama de llaves o servicio que se encargará de prepararle el desayuno, no obstante una mujer madura iba a su casa cada miércoles para realizar todo el aseo al igual que el jardinero, quien visitaba la casa cada quince días, en fin, mientras Lucas se marchaba a su trabajo, Camila se dedicaba a preparar panqueques con queso crema y miel, zumo de naranja y café.
Cuando Sofía llegó a la cocina, saludo a su mamá con un beso y tomó asiento en la mesa donde ya estaba servido el desayuno. Camila debía contarle sobre la mudanza antes de que llegaran por ellas para evitar que su hija se sintiera incómoda con el cambio, aunque en parte ella tenía culpa de que ahora ambas tenga que ir a vivir a casa de un hombre que le ponía los pelos de punta a su madre.
—Sofía —dijo.
—Mmmmm —contestó la niña con la boca llena.
—¿Recuerdas que hicimos un trato con el hombre del Starbucks? —La niña asintió—. Anoche me llamó por teléfono para decirme que tenemos que ir a vivir a su casa por una temporada, en lo que terminamos con el trabajo. —Los grandes ojos de su hija se fijaron en ella sin demostrar ninguna emoción, solo terminó por encogerse de hombros para seguir comiendo.
Al terminar se alistaron y salieron, fueron al colegio en dónde Camila pidió todos los documentos de su hija para retirarla y poder ingresarla a la escuela de niños genios, saliendo le llegó un mensaje en dónde Lucas le decía que ya tenía una parte del dinero en su cuenta y el resto se lo daría en el transcurso de su acuerdo.
Camila rodó los ojos por la manera en como se refería a la estupidez que se había inventado. Consulto su cuenta y efectivamente tenía una cantidad de dinero que jamás hubiese podido reunir por sí misma, a menos que dejara de cubrir las necesidades básicas de su hija y de ella misma.
—¿Quieres ir a comprar tu uniforme nuevo? —le preguntó a su hija.
—Sí, ¿Y después podemos ir a ver una película? —Camila miro su reloj y vio que tenía tiempo de sobra.
—Está bien, pero antes debemos ir a tu nueva escuela a informar que si vamos a querer el cupo para ti —dijo y así hicieron.
Por otro lado, Lucas se ocupó de elegir unos cuantos vestidos de fiesta para Camila, no le fue muy difícil suponer la talla de ella, cuando la tuvo cerca de él le bastó para hacerse una idea de cómo se amoldaría su delgado cuerpo a las manos de él. Pidió que llevarán todo a su casa y llamo a la señora que le hace el servicio los miércoles para que fuera ese día a trabajar, le dio instrucciones claras de lo que debía de hacer, además de ofrecerle una mejoras en su acuerdo laboral, si aceptaba trabajar a tiempo completo.
También se encargó de comprar ropa para Sofía, aunque en este caso, si tuvo un poco más de inconvenientes, sin embargo, le pidió a la asesora de la tienda que le eligiera los vestidos más hermosos para una niña pequeña.
—¿Sabe la talla de la niña? —pregunto la mujer, pero Lucas negó—, ¿La edad?
—Unos seis años —contesto a esta última pregunta, ignorando por completo si esa era la edad exacta de la niña.
—De acuerdo, le traeré unos cuantos y le daré la factura en caso de que no le queden puedan venir a cambiarlos.
Luego de haber terminado, pidió un chofer para enviarlo en su auto en busca de Camila, ese día ya había perdido mucho tiempo en hacer de su mentira algo creíble, por lo que regreso a su oficina y dejo que el chofer se encargara de lo demás, no sin antes enviarle el número del chofer por mensajes a Camila quien respondió con un simple “Ok”.
Para ambos el día transcurrió de manera normal dentro de lo que la palabra normal quiere decir para cada uno. Sofía estaba si no feliz, al menos emocionada por conocer la casa de Lucas, de quien había tenido un buen presentimiento. Como dijimos, Sofía era una niña muy inteligente, pero además contaba con una intuición que aunque algo infantil e inmadura por su edad, pocas veces le fallaba, además de que pocas veces admitía con tanta facilidad a alguien dentro de su círculo.
El auto llegó por ellas luego de que Camila le indicara el lugar donde se encontraban, tuvieron que salir de la sala a mitad de la película. Fueron primero a casa de ellas para recoger el equipaje, solo llevaron ropa, productos personales, unos cuantos juguetes y un pequeño cofre hecho con madera de roble y tallado a mano, los bordes de este tenían un fino acabado en oro rosado, en el frente tenía una cerradura y la llave de esta permanecía constantemente con su dueña.
Al llegar la tarde Camila se encontraba en una de las habitaciones junto a su hija, ya había conocido a Teresa, fue ella quien las recibió. Lucas llegó como de costumbre a las siete de la noche, no tenía mucha vida social desde que había tomado la decisión de enfocarse en su carrera profesional, por lo que al salir del trabajo llegaba a casa y se encerraba en su despacho hasta la diez, no obstante, esa noche debía darle la bienvenida a Camila y a su hija.
Cuando paso del vestíbulo a la sala encontró la casa tan silenciosa como el día anterior, únicamente un delicioso olor a comida era lo que le aseguraba que realmente se había efectuado sus órdenes al pie de la letra. Fue a la cocina a comprobar que la señora de servicio se encontraba ahí, aunque también quería ver si de Casualidad su nueva esposa estaba con ella.
—Buenas noches —saludo abarcando todo el espacio de una sola mirada.
—Buenas noches, señor, la cena estará lista en veinte minutos —informo con una sonrisa y soltó el cucharón que sostenía—. Señor Cromwell, si quiere que trabaje a tiempo completo es necesario que hablemos sobre cómo quiere que lleve la casa —añadió la mujer.
—¿La señora se encuentra?
—Sí, está arriba en el cuarto de la niña.
—Bien, con ella verá el tema de la casa.
—Como diga y señor, necesito los domingos libres, tengo una familia a la que cuidar también.
—Pónganse de acuerdo con la señora, por mí no hay inconveniente en las decisiones que ella tome.
—Está bien y felicitaciones por su boda —dijo y regreso a sus labores.
Lucas se quedó pensativo, en la casa no había fotos de ellos en toda la casa que le sirviera de base para fundar su falso matrimonio.
Con ese pensamiento entre ceja y ceja subió las escaleras y se dirigió a la habitación designada para Sofía, ahí las encontró a las dos, la niña leía en voz alta:
«Ahora tengo la cabeza despejada —pensó—. Demasiado despejada. Estoy tan claro como las estrellas, que son mis hermanas. Con todo, debo dormir. Ellas duermen, y la luna y el sol también duermen, y hasta el océano duerme a veces, en ciertos días, cuando no hay corriente y se produce una calma chicha».
Ambas giraron la cabeza en su dirección, sin embargo, él puso los ojos en el libro que Sofía sostenía en sus manos, se llamaba: El viejo y el mar de Ernest Hemingway. No parecía un cuento para niños, sino una novela para una persona con mayor comprensión, no obstante, la pequeña leía con una fluidez envidiable.