Te entregué mi vida, la destrozaste y ahora pretendes terminar con el escaso aliento que alimenta a mi alma fría y helada.
No puedo, ya no te amo
Camila estaba determinada a solucionar sus problemas por su propia cuenta, no quería involucrar a Lucas en un asunto que le traería problemas en su trabajo, era obvio que si Santiago decidía irse a juicio por la custodia de Sofía, ellos se convertirían en la noticia del día entonces Roberto se daría cuanta de la falsa que ella y Lucas habían montado.
El auto se detuvo delante del gran edificio, cuando Camila se bajó quedo sin aliento, nunca antes había visto el lugar en el que trabajaba su ex, claro que ella vivía en otra ciudad y por lo general él tenía que estar viajando por cuestiones de trabajo.
—Maldito mentiroso —masculló antes de entrar. Se cuadró y caminó directo al edificio, no estaba vestida apropiadamente para estar en un lugar como ese, pero poco le importaba.
—Bienvenida, ¿en qué puedo ayudarla? —La joven sonrió al verla y Camila le devolvió el gesto.
—Necesito hablar con el señor Santiago Álvarez. —La chica de la recepción enarcó una ceja al escuchar el nombre de su jefe y no pudo evitar mirarla de arriba abajo antes de marcar un número en el teléfono.
—El señor Álvarez se encuentra ocupado y solo puede atenderla con una cita —dijo luego de verificar con la secretaria de su jefe.
—Anúnciele que Camila Anderson se encuentra aquí —insistió segura de que Santiago no se negaría a recibirla.
—Ya le he dicho que el señor Álvarez se encuentra ocupado y no podrá atenderla, pero si me deja sus datos puedo programarle una cita. —Camila respiró profundamente antes de tomar la computadora de la chica a la fuerza y buscar la ubicación exacta de la oficina de su ex—. ¡Seguridad, seguridad!
Camila no hizo caso de los gritos, sino que camino rápidamente hacia el ascensor y marcó el piso que había visto. Todavía no podía creer que Santiago se encontrara en la cima del edificio, en la oficina de presidencia, el infeliz siempre le hizo creer que era un empleado con un excelente sueldo, ahora entendía las vacaciones a lugares tan recónditos y hermosos.
Mientras el ascensor subía, cerró los ojos y recordó uno de esos momentos en los que Santiago la hacía sentir la mujer más hermosa y especial del mundo: el olor de las rosas, la vainilla y el tenue calor que emanaba de las velas encendidas en cada espacio de la habitación, el camino que formaban hasta el balcón, el cielo salpicado de estrellas, la música suave, su mano sosteniendo la de ella, el hormigueo en su piel cuando sus labios se rozaban… el ascensor se detuvo trayéndola al presente.
—Todo fue mentira.
Siguiendo los latidos de su corazón caminó hasta cruzarse con una mujer que pretendía detenerla, dos guardias de seguridad se encontraban detrás de la mujer, pero eso no le importó a Camila.
—¡Santiago! ¡Sal de tu oficina! —gritó con fuerza, al tiempo que los guardias se le fueron encima para sacarla—, ¡Suéltenme, tengo que ver a Santiago! ¡Santiago sal de ahí! —gritó nuevamente.
—Guarde silencio y venga con nosotros —dijo uno de los hombres mientras la arrastraban hacia el ascensor, sin embargo, Camila continuó gritando con todas sus fuerzas.
—¡Quiten sus manos de ella! —El rugido provocó que todos se quedaran estáticos al ver delante de ellos a Santiago—. ¡Dije que la soltaran!
Los hombres soltaron a Camila y la secretaria se hizo a un lado.
—Señor, esta mujer subió sin autorización —dijo la secretaria.
—Cállate y que nadie me interrumpa mientras esté reunido con ella —advirtió antes de mirar a Camila y hacerle una señal para que lo siguiera.
En ese momento Camila se dio cuenta de que estaba entrando en la cueva del lobo, que posiblemente saliera de ahí sin vida, pero estaba dispuesta a arriesgarlo todo por su hija. Caminó con la frente en alto, pasó primero y se estremeció cuando la puerta se cerró con un sonido sordo.
—Estaba seguro de que recapacitarías y vendrías a pedirme perdón —afirmó Santiago con una sonrisa.
—Te equivocas, vengo a exigirte que me dejes en paz y que te olvides de Sofía, ella no quiere estar cerca de ti. —Pensar en el dolor de su hija le daba valor—. Ella te vio golpeándome aquella vez y a pesar del tiempo que ha pasado sigue afectándole y no estoy dispuesta a que ella sufra por tu culpa.
—Ella no decide, solo es una mocosa que debe obedecer y tú te vas a encargar de que deje de verme como a un monstruo, le vas a enseñar que soy su padre y que debe estar a mi lado. —Era evidente que Santiago no se preocupaba por el bienestar de la niña, a él lo único que le importaba era tenerla a ella.
—No lo haré, voy a ayudar a mi hija a superar su trauma, pero jamás la voy a obligar a estar cerca de un hombre como tú, antes muerta que volver a vivir bajo tú mismo techo.
—Entonces… —susurro y se acercó a ella—, ¿has pensado que ella tendría que venir a vivir conmigo si tú mueres? —Cerró su mano en el cuello de Camila y lo oprimió con fuerza—. Eres mía Camila, siempre vas a serlo, y te juro que voy a hacerte pagar por cada una de las veces que te hayas revolcado con ese desgraciado, vas a conocerme de verdad. —Apretó con más fuerza, provocando que las alarmas de Camila sonaran con más fuerza.
Santiago sonrió al ver los intentos que Camila hacía por soltarse y por respirar, cuando vio que estaba por quedar inconsciente la soltó arrojándola al piso. Camila se quejó por el golpe al tiempo que empezaba a toser en busca de oxígeno.
—Hagas lo que hagas, jamás nos tendrás a tu lado, entiende que ya no siento nada por ti y tu hija te desprecia por todo lo que me hiciste —dijo varios minutos después cuando recuperó algo de fuerza.
—¡Eres mía Camila, y el único modo de librarte de mí es muriendo! —sentenció al tiempo que la tomó del cabello para obligarla a mirarlo.
Pero lo que Santiago esperaba ver, el miedo o el temor, ya no estaba, en su lugar se encontraba la determinación de una mujer que no volvería a bajar la cabeza sin importar que eso le costase la vida.
—Ya no eres nadie, no te tengo miedo, puedo hacerte frente y pelear contigo hasta que uno de los dos quede sin alternativas o sin vida —dijo Camila con los ojos fijos en los de él.