Un siglo había transcurrido desde que Lorena llegó a aquella prisión. Sin duda muchas cosas habían cambiado, salvo por una. Joonam. Ese hombre seguía siendo tan serio y de pocas palabras como cuando lo conoció y ella seguía completamente enamorada de él. Incluso cuando habían ocurrido suficientes cosas como para darse por vencida y repetirse a sí misma que lo de ellos no era posible, su corazón seguía latiendo descontroladamente cada vez que estaba cerca de él.
– ¿Por qué tienes que ser tan bello? –se preguntaba tendida sobre la cama mientras recordaba su último encuentro.
Lorena se había quedado llorando cuando tuvo que despedir a su mejor amiga. Ella no podía dejar aquel sitio, su castigo era eterno, así que durante el tiempo que había permanecido ahí, le había tocado decir adiós a todos los que habían cumplido con su sentencia. Esta no era la primera vez y sabía que no sería la última tampoco, pero no podía evitar sentirse mal. Ella era prácticamente su hermana y por eso le dolía. Aquel pensamiento solo empeoró todo. Los recuerdos con Freya comenzaron a aparecer en su mente.
Pero las lágrimas que caían descontroladas por sus mejillas, se detuvieron de golpe cuando su oreja comenzó a vibrar. Escuchaba unos pasos acercarse. Lorena se encontraba sentada en el último escalón de la escalera de su edificio y observaba de forma ansiosa hacia abajo en espera de quien aparecería. En ese piso ya no quedaban inquilinos, así que no debería haber nadie más ahí.
Dejó escapar el aire que estaba aguantando cuando sus ojos vieron aparecer a Joonam. Le alegró verlo, siempre le alegraba verlo, solo que esta vez no sabía qué hacía él ahí. Lorena lo observó atentamente mientras él subía cada escalón de forma calmada, para luego sentarse junto a ella que aún permanecía en silencio.
– ¿Cómo te encuentras? –preguntó él de manera tranquila.
La pregunta le sorprendió. Joonam no solía estar al pendiente de los temas personales de los reclusos, ni de sus empleados. Acostumbraba a decir que el trabajo no podía mezclarse con las emociones y no le gustaba que sus subordinados crearan relaciones con los presos, aunque realmente le costaba evitarlo, sobre todo cuando se trataba de chicas como ella a quien todos simplemente amaban.
Lorena era de las pocas prisioneras que se había ganado un puesto dentro de aquel lugar, ella no solo estaba encerrada ahí, sino que debido a su buena conducta, tenía permitido ejercer un cargo como empleada directa de Joonam y hasta ese momento, él había estado muy complacido con su trabajo. La chica era muy inteligente, carismática y hábil. Cumplía con todo lo que se le pedía y además, se había ganado el corazón de todo el que la conocía. Así que Joonam no tenía quejas de ella, pero tampoco era muy dado a alabarla por ello, se tomaba muy en serio la regla que tenía de no relacionarse con los convictos, por lo que nunca cruzaba más palabras de las debidas con ella.
En ese momento, Lorena estaba completamente sorprendida por la situación. Por primera vez en los 100 años que tenían de conocerse, aquel hombre preguntaba cómo se encontraba y ella no sabía que decir.
– Imagino que te encuentras triste por la partida de tu amiga –continuó diciendo Joonam, esta vez mirándola a los ojos.
Ella solo asintió, aún se encontraba conmocionada por el hecho de que él estuviese ahí preguntando cómo se sentía. Por un momento llegó a preguntarse si estaba soñando todo eso, después de lo que había vivido en las últimas semanas, no sería nada extraño que estuviese incluso alucinando.
– No quería molestarte –dijo Joonam tras un largo silencio de ambos– solo quería saber que te encontrabas bien –aseguró poniéndose de pie para irse. Lorena pudo ver la frustración en su rostro así que se apresuró a hablar.
– ¡No te vayas! –le pidió. Él volteó a verla– No… no me molestas –expresó con una sonrisa. Él también sonrió– quédate –le solicitó casi en un susurro al tiempo que sus mejillas se llenaban de rubor. Él asintió aun sonriendo para sentarse nuevamente junto a ella.
Ninguno dijo nada durante los siguientes minutos, pero no hacía falta. Ambos sonreían mientras miraban hacia otro lado. Solo con estar cerca, la magia del Hanyagur hacía su efecto. Joonam podía sentir una tranquilidad en su interior que nada más en el mundo podía darle.
– Te traje algo –le dijo Joonam. Ella lo miró sorprendida.
Lorena tomó la pequeña caja que su jefe sacó de su bolsillo para luego entregársela. Ella la abrió despacio, un poco ansiosa por no saber de qué se trataba. Era una gema de color morado.
– Es hermosa –exclamó tomándola entre sus manos.
La joya comenzó a brillar en cuanto Lorena la sujetó y eso la asustó, haciendo que la soltara de golpe, pero antes de que cayera al piso, ambos reaccionaron para tomarla haciendo que sus manos chocaran en el camino. Lorena se ruborizó al darse cuenta que ahora la mano de Joonam sujetaba la suya con la que sostenía la piedra. Joonam carraspeó nervioso y soltó rápidamente la mano de la chica para regresar a su posición inicial, intentando recobrar la compostura que había perdido. Lorena no pudo evitar sonreír mientras ocultaba su rostro ruborizado.
– ¿Qué es esto? –preguntó la chica mostrando la joya en su mano.
– Se llama Sunri. Es la piedra de la serenidad –explicó Joonam– era de mi madre, pero creo que te puede ayudar –dijo en voz baja un tanto avergonzado. Lorena abrió los ojos por la sorpresa– sé… sé que te debes sentir mal y bueno… pensé que podría ayudarte –confesó sin mirarla a la cara. Por primera vez en el tiempo que Lorena tenía de conocerlo, lucía algo tímido y un poco sonrojado.
– Gracias –exclamó en un susurro sonriendo– pero… ¿qué debo hacer con ella?
– Cuando te sientas mal, solo debes tomarla en tu mano y cerrar el puño así –indicó mientras tomaba nuevamente la mano de Lorena y hacía la demostración. Ella sonrió aún más ante la sensación. Su corazón latía velozmente– y solo debes pensar por un momento en todas esas cosas que te han hecho daño. La piedra se encargará de absorber todas esas malas emociones. Cuando comience a brillar –dijo abriendo lentamente el puño de Lorena– será porque eres nuevamente feliz. Mientras más alegría haya en tu corazón, más fuerte brillará –sonrió al ver la piedra y como ésta resplandecía con fuerza. Volteó a verla a los ojos y se perdió en ellos.
Aquellos ojos color miel que había amado por todo un siglo, lo miraban de vuelta con un brillo especial. Él sabía que ella lo amaba tanto como él a ella, pero sus destinos estaban marcados por caminos distintos. Aun así, deseaba tanto poder besarla. Su cuerpo, de manera inconsciente, comenzó a acercarse a ella mientras su mente se debatía en qué era correcto y qué no. Si ella era su pareja de vida eterna ¿por qué debía estar lejos de él?
– Debo irme –exclamó de golpe saliendo de su trance, al darse cuenta de lo que estaba a punto de hacer.
Joonam se levantó y se acomodó el traje de manera nerviosa. Hizo una reverencia ante la chica y se despidió amablemente. Bajó las escaleras lo más rápido que pudo dejando a Lorena sin palabras. Había sido el momento más extraño que había vivido sin lugar a dudas, pero al mismo tiempo, se había sentido completamente especial.
Aquel recuerdo que invadía su mente hacía sonreír a Lorena y la llenaba de alegría. Estaba acostada sobre su cama, con los pies apoyados en la pared, observando la piedra que tenía entre sus manos.
– Sunri, hoy estás más bonita que nunca –comunicó a la joya que brillaba con una hermosa luz.
Ese recuerdo de Joonam la hacía tremendamente feliz. Quizás podría parecer una simple tontería para cualquiera, pero ese había sido el mayor avance que Lorena había tenido en los 100 años que llevaba conociéndolo, lo que hacía que su corazón latiera con fuerza.
Tras varios minutos jugando con la hermosa piedra morada, decidió guardarla, así que se giró para alcanzar la pequeña cajita en donde venía, pero sin querer, la hizo caer al piso cuando intentó tomarla. Suspiró con fastidio y se apresuró a recogerla. Su ceño se frunció con confusión cuando una pequeña tarjeta cayó del interior del objeto.
– ¿Qué es esto? –se preguntó recogiéndola. Posiblemente estuviese debajo del fondo de la caja.
Lorena acercó la tarjeta a su rostro para leerla y sus ojos se abrieron de la impresión al darse cuenta de lo que era. Con una caligrafía impecable estaba escrita la frase ‘Siempre que quieras hablar, yo estaré para escucharte’ y era acompañada por un número de teléfono. La tarjeta había sido firmada simplemente como J.L.
– Joonam Leng –susurró Lorena con una gran sonrisa– ¿Me está dando su número personal? –se preguntó a si misma con emoción mientras comenzaba a gritar.
Se sentía eufórica. No podía creerlo. Su corazón latía a 1000 por hora y no podía evitar sonreír como tonta. Comenzó a saltar de la emoción por toda su habitación, hasta que una idea cruzó por su mente.
– ¿Será que lo llamo?
Quería hacerlo. Las ganas de hablar con él en ese momento la estaban matando, pero no sabía si debía. Técnicamente, él le había dado su número, pero no le había dicho nada, así que quizás luego de colocar la tarjeta ahí, se había arrepentido de hacerlo. Sentía muchas dudas, por lo que estuvo debatiendo consigo misma un largo rato. Hablaba en voz alta mientras caminaba de un lado para otro en su cuarto, discutiendo todos los pros y contras de la situación.
– No seas estúpida. Llámalo y ya –se regañó en cuanto se cansó de darle tantas vueltas al asunto.
Corrió a tomar su teléfono y sentándose sobre la cama, marcó rápidamente el número escrito en la tarjeta. Escuchó como repicaba del otro lado de la línea 1, 2, 3 veces. Su corazón latía más aprisa con cada timbre.
– Buenas tardes, ¿En qué puedo ayudarle? –se escuchó decir a una voz femenina.
El ceño de Lorena se frunció, no conocía esa voz. No era la voz de Lily y ella sabía que Joonam no tenía otra asistente. Además, se suponía que estaba llamando al teléfono personal de él, debería ser él quien contestara. La confusión se apoderó de su mente mientras continuaba sin emitir palabra alguna.
– ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? –preguntó la voz un tanto confundida. Lorena reaccionó de golpe.
– Sí… Sí. Lo lamento.
– ¿En qué puedo ayudarle?
– Quería hablar con Joonam, pero no sé si marqué el número correcto… pensé que…
– Sí, es el número correcto –respondió la voz– él en este momento se encuentra ocupado. Le habla su novia ¿Desea dejarle algún mensaje?
Aquellas palabras agarraron por sorpresa a Lorena haciendo que su sonrisa se borrara por completo. La palabra “Novia” daba vueltas en su mente sin control. Escuchaba una y otra vez a esa voz repetir la frase en su cabeza.
– ¿Hola? –repitió la chica del otro lado de la línea. Lorena no respondió– Señorita, ¿aún está ahí?
Lorena no fue capaz de emitir palabra. Estaba completamente paralizada por aquella noticia. Casi como por inercia, su mano apretó el botón para colgar la llamada mientras su mirada permanecía perdida en la nada. Se dejó caer sobre la cama como una masa inerte. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Había sido tan estúpida. Por supuesto que tenía novia y no había forma de que ella tuviese una oportunidad con él. Una vez más, su corazón se sentía destrozado y esta vez, ni siquiera Sunri era lo suficientemente poderosa como para ayudarla.