PRÓLOGO
La habitación parecía moverse. Lorena tenía la sensación que todo a su alrededor daba vueltas. La respiración se le entrecortaba y sentía que se asfixiaba. Las lágrimas se asomaron en sus ojos para luego caer descontroladamente por sus mejillas. Un grito desgarrador salió desde lo más profundo de su ser y se escuchó en cada rincón de aquel edificio abandonado. Lorena caía de rodillas en el piso junto al cuerpo de su hermana mayor que yacía inerte en el sitio.
Las manos comenzaban a temblarle mientras intentaba arropar a Freya en un abrazo consolador. Lorena se mecía sobre ella misma llorando a cantares, al tiempo que apretaba contra su pecho a su amada hermana. Nunca antes había sentido aquel dolor. Nunca imaginó que alguna vez podría haber llegado a vivir algo así. Estaba completamente deshecha y su mente parecía haber colapsado por completo. Con la mirada perdida, los labios temblorosos y aquel llanto descontrolado, miraba hacia todas direcciones intentando comprender qué ocurría.
– Señorita, debe salir de aquí –le ordenó un policía que llegaba a la escena.
Lorena lo observó con una mirada fría y oscura sin decir nada. Las lágrimas continuaban brotando de sus ojos, pero esta vez, en silencio. El tiempo parecía correr excesivamente lento o quizás la mente de ella había comenzado a trabajar increíblemente rápido. No sabía que ocurría, solo estaba segura que nada en aquella habitación pasaba desapercibida para sus ojos.
Había encontrado a Freya tendida en un charco de sangre y sin vida. La habían dejado tirada en el piso, en medio de una habitación destrozada como si simplemente, se hubiesen deshecho de un saco de basura. Quizás, así era, para la persona que lo hizo, ella ya no le servía más.
El cuerpo de Freya estaba cubierto de heridas y a Lorena se le rompió el corazón al darse cuenta que sus alas habían sido cortadas. Algún despreciable ser se había encargado de arrancarlas de su espalda. Las alas en seres como ellas no estaban solo unidas a su cuerpo, sino que formaban parte de él, así que al removerlas, le habían ocasionado un enorme daño. Lorena lloraba pensando en todo el dolor que su hermana debió haber sentido, un dolor tan grande como tal vez, el que ella estaba sintiendo en ese preciso momento.
– Señorita, lo lamento, pero va a contaminar la escena del crimen. Debe salir de aquí –insistió aquel policía que parecía no tener tacto alguno.
Lorena continuaba sin hablar, meciéndose sobre si misma mientras se aferraba con fuerza al cuerpo de su hermana, pero su oreja vibró de golpe cuando escuchó a alguien más hablar. Continuó en sus movimientos, pero esta vez lo hacía apropósito, pues su mente y atención ahora se enfocaban en lo que escuchaba. Cuando sus orejas vibraban, era importante. Ella lo sabía, así que intentó con todas sus fuerzas concentrarse en los sonidos que captaba, por lo que pudo oír como un policía del otro lado del salón comentaba a su compañero “esto fue lo último que le inyectaron”. Lorena tragó duro al girar suavemente su cabeza y ver con el rabillo del ojo aquel frasco de vidrio que los hombres sostenían, contenía un líquido amarillo en su interior. No pudo ver la etiqueta, pero no le hacía falta, sabía muy bien de qué se trataba. Existían muy pocas cosas en el universo que pudiesen matar a un ángel y más uno tan fuerte como lo era su hermana Freya.
– Señorita, no estoy jugando. Debe salir de aquí –insistió aquel policía, esta vez tomándola del brazo para hacer que se levantara.
La reacción inmediata de Lorena fue gritar y oponerse a aquella acción. El hombre era bastante fuerte, pero ella lo era más, así que tuvieron que acercarse varios de los policías que comenzaban a llegar a la habitación para intentar someterla. Lorena gritaba y se agitaba con furia. No tardó mucho en liberarse de sus perseguidores, pero la rabia ya estaba dentro de ella. El dolor que sentía por la muerte de su hermana se unía a la frustración de no poder llorarla como era debido y eso daba paso a la ira más descomunal que alguna vez sintió. Una rabia cargada de culpa y decepción por ella misma al no haber sido capaz de hacer nada por ayudar a su hermana.
Los ojos de Lorena se volvieron rojos reflejando la furia que invadía su interior. Ya no intentaba solo alejarse de los policías, ahora sentía sed de venganza. Pensaba en que ellos, así como el resto de los seres que habitaban ese mundo, eran los culpables de todo lo que había ocurrido. Nadie hizo nada para ayudar a su hermana y ella se iba a cobrar eso.
– Señorita, contrólese –le gritó el policía.
Pero ya era tarde. Lorena había perdido todo el control de ella misma y había comenzado a soltar toda su fuerza y poder sobre los que la rodeaban. Aquella habitación que lucía como un quirófano, fue el único testigo de la ira de la joven ángel. Una bola de fuego cargada con toda la rabia que provenía de su interior, creció a pasos agigantados para cubrir el lugar en segundos y acabar con la vida de todos los presentes. Las llamas consumían rápidamente el lugar dejando solo de pie a Lorena quien regresó a arrodillarse junto al cuerpo de su hermana.
Las lágrimas brotaron nuevamente de sus ojos. Apoyó su cabeza sobre el pecho inmóvil de Freya. Permaneció llorando y con la mirada perdida mientras las llamas acababan con aquel edificio. Sabía que el fuego no podía hacerle nada y odiaba eso. Por primera vez en su vida deseaba que todo terminara, quería irse con su hermana. En medio de aquel turbio pensamiento, su mirada captó una jeringa tirada junto a ellas. Entendió en un instante que esa era la que habían usado para apagar la luz dentro de Freya. Parecía que aun contenía un poco de esa sustancia letal. No era mucho y posiblemente no podría brindarle el fin como ella deseaba, pero quizás sería suficiente para hacerla olvidar y borrar ese terrible dolor que estaba acabando con su alma.
Elevó su cabeza y estiró el brazo para alcanzar la jeringa. La observó con cuidado entre sus manos mientras permanecía arrodillada junto a su hermana. Por su mente pasaron miles de pensamientos. Sus miedos luchaban contra el dolor que sentía. Estaba llena de dudas, pero al voltear su miraba hacia el rostro estático de Freya, la seguridad de que eso era lo que debía hacer, la invadió.
– Te amo –le susurró a su hermana al tiempo que le regalaba un tierno beso en la frente.
Sin miedos o arrepentimientos, Lorena insertó la aguja en su brazo y vació lo que quedaba del tóxico líquido en su interior. Comenzó a gritar por el ardor que sintió recorrer sus venas. No tomó más de un par de segundos para que la sustancia hiciera efecto y ella cayera rendida junto a su amada hermana. Desde aquel momento el universo nunca más volvería a brillar.