Tres

2761 Words
A las dos y media de la mañana desperté sobresaltada. La madera del techo crujía como si lo estuvieran despedazando por partes o rasgándolo con un cincel, era apenas mi primera noche en casa y la ciudad me había recibido con una tormenta eléctrica de terror, las ramas de los árboles golpeteaban con brusquedad el cristal del ventanal como si alguna fuerza ajena a mis ojos quisiera echarme. Llovía a cántaros y el clima había pasado de ser helado a insoportable, temblaba bajo las cobijas intentando resistir la baja temperatura, la habitación se iluminaba por el resplandor de los rayos que explotaban en el cielo y que atravesaban las cortinas claras, el mundo parecía querer acabarse con los truenos retumbando y el techo crujiendo. Amaba la lluvia y sin duda alguna mi clima favorito era aquel perfecto para enrollarse en las sabanas y dormir hasta tarde, o para beber chocolate caliente viendo series. Pero ese lado extremo no era nada agradable para mí. Salí de la cama temblando de frío, estaba agotada por el viaje y tanto ruido no me permitía descansar, busqué otra cobija dentro de mi equipaje para resistir la temperatura y volví a la comodidad de mi lecho. Me caracterizaba por ser una persona perezosa, por lo tanto ser interrumpida de mis sueños me malhumoraba demasiado, intenté cerrar los ojos justo cuando otro trueno resonó haciéndome abrirlos de más al sentir una nueva descargar eléctrica. Me dio mala espina todo eso, no era muy creyente de los cuentos de viejos, pero me parecía que esa tormenta no presagiaba nada bueno. Bajé a la cocina por un vaso con agua y regresé dispuesta a dormir ignorando los crujidos de la madera vieja del techo, los rugidos incesantes en el cielo y los golpes de las ramas contra mi ventana. Esa madrugada apenas pude dormir, y lo peor de todo fue que a las cinco en punto de la mañana tuve que recibir al camión de la mudanza. Habían sido puntuales y aunque eso era algo bueno también me parecía un poco injusto, pues yo siempre había tenido la perfecta suerte para ser plantada o esperar horas por cualquier cosa, pero casualmente, justo esa mañana cuando desee dormir un poco más el camión se estacionó frente a la casa y emitió un ruidoso cornetazo con el que casi caí de la cama. Refunfuñé mientras me colocaba el sobretodo de algodón rosado de mi pijama, fue lo primero que vi a mi alcance. También cogí un gorro gris. Maldito frío. Los ojos me pesaban, arrastré los pies por las baldosas frígidas fuera de la habitación. Odiaba cuando no dormía y debía madrugar. Apenas abrí la puerta el muchacho de ojos café junto al sujeto gordo me regalaron una sonrisa, y me sentí cálida con verlos. Como si una parte familiar de Washington se hubiese transportado con ellos. —¿Dejamos las cajas en algún lugar en específico? —Preguntó el joven de ojos café. Nunca supe su nombre. —No, sólo déjenlas en la sala, yo después me encargaré de ellas. El hombre gordo asintió y ambos desaparecieron de mi vista. Me recargué del marco de la puerta observando a los sujetos de la mudanza abrir el cajón del camión y comenzaban a bajar caja por caja. Parpadee varias veces hasta que se me aclaró la vista, seguía adormilada. Fue allí cuando vi por primera vez a uno de mis vecinos, era una mujer de aproximadamente cincuenta años, o al menos eso revelaban sus marcadas arrugas y ese moño desaliñado y lleno de canas en lo alto de su cabeza, la señora llevaba en sus manos un plato de loza blanco con lo que parecía ser carne cruda desde mi posición. Me di la vuelta y caminé hasta la cocina por una jarra con agua, de seguro los sujetos de la mudanza estaban sedientos, había sido un largo viaje. El área de la cocina era muy espaciosa, un mueble de madera con puertas de cristal alcanzaban casi toda la pared frente a la isla de granito pulido con taburetes de cuero n***o y estructura de madera, tenía varios compartimientos. La cocina propiamente tenía seis hornillas y un horno enorme de color plateado, al lado la nevera se realzaba por su gran tamaño. Cada detalle era en madera tallada, como los bordes del mesón donde se encontraba el lavaplatos, o los marcos de la campana. Las paredes eran de color blanco ostra, y aunque no me gustaba mucho tuve que resignarme a ellas porque cada lugar de la casona estaba diseñado para encajar entre sí, cambiar el color de todas las paredes y el estilo clásico suponía un gasto que no podía permitirme porque se salía de mi presupuesto. Lo único que podía hacer era darle mi estilo y convertir el lugar en un clásico-moderno, estaba segura de que con eso bastaría para hacerla fabulosa. Cuando volví al salón central con la jarra ya la mayoría de las cajas estaban ordenadas por pilones. Tardé demasiado divagando sobre los cambios que quería darle a la casa o los sujetos habían sido muy rápidos. —¿Es carne cruda lo que puso la señora? —Comentó el sujeto gordo con diversión, el otro chico se encogió de hombros antes de estallar en risas. Ambos  parecían divertidos con aquella situación tan bizarra— Está bien loca, con lo costoso que están los productos de carnicería deberíamos ir a buscar ese plato ya mismo. Rieron aún más fuerte. Y a mí también se me hizo chistoso. —Quizá tenga gatos. —dije yo mientras servía dos vasos con agua. Intentando justificarla. —O tal vez quiera alimentar a un león. El chico de los ojos marrones carcajeaba, su risa era contagiosa. ¿Qué extraño gato comía carne cruda a las cinco de la mañana? Digo, ¿No es pescado lo que comen? Aunque tampoco era mi problema. Por ello dejé de darle vueltas al asunto y me obligué a dejar de reír. Cada quien en lo suyo. —Algún raro perro entonces. °°° La mañana pasó más rápido de lo que me hubiese gustado, y no conocí a ningún vecino. No hubo nadie que gritara reclamos, ni alguien que colocara música a todo volumen, no hubo ruidos de autos pasando por la calle, ni gritos de una madre desesperada por las tremenduras de sus hijos. Nada, no había nada. Sólo hubo un coloso silencio ensordecedor, como si no hubiera nadie más en la calle excepto yo. Lo peor es que había muchas casas en la zona. Mi celular había sonado unas cuantas veces mientras supervisaba a los muchachos de la mudanza, creo que la paranoia de la tía Carmen se me había contagiado, por eso dejé que explotara en llamadas y mensajes ya que de la sala no me moví hasta que terminaron de bajar todo y se marcharon. —Maldita ciega, patearé tu culo hasta que nunca más puedas caminar, me cago en ti y en toda tu nueva vida. —releí en voz alta el mensaje que había encontrado en mi celular después de subir a mi habitación. Louisa era así: vulgar, grosera y sin pelitos en la lengua. Tuvo que haber estado bien cabreada al mandar semejante texto. No me molestó ni ofendió, al contrario, me sacó una risotada estruendosa porque Lou no cambiaba en absoluto. Eran casi la una de la tarde y ya había hecho el recorrido por todo el perímetro, descubrí que no había señales de sótano así que debía pensar en donde guardar las cajas con pertenencias que no quería botar por mero sentimentalismo. Porque sí, era del tipo de persona que acumulaba por pasión y amor a los recuerdos. Descubrí que el calentador estaba dañado, tendría que calentar el agua o acostumbrarme a las duchas con agua fría mientras lo reparaba. Y también que había una gaveta vacía y secreta detrás del único cuadro abstracto de la sala. Muy raro ¿No? La casa era de dos plantas, las paredes blanco ostra estaban adornadas por cuadros pequeños y adornos vinotintos con cortinas blancuzcas. Todo muy clásico, aburrido y medio descuidado. Las habitaciones eran enormes, con cintas beige a mitad de las paredes, gigantes camas con alto espaldar de caoba y dos mesitas de noche a juego con ellas. Lo único que diferenciaba a mi habitación del resto era que poseía un armario del tamaño de mi baño en Washington y un largo ventanal que cubría casi toda la pared que daba al frente de la estructura. Esa no era la habitación principal, la escogí porque me pareció la menos sombría y fría. La principal que era mucho más grande la había dejado para las visitas. Cuando mamá o papá viajaran al pueblo podían quedarse allí, o hasta la misma Louisa si me disculpaba algún día. Para entonces creía que podía tener visitantes. Sí que era estúpida. Aún no almorzaba y estaba aburrida de ver la televisión nacional, al parecer el servicio de cable estaba caído desde hacía bastante tiempo, eso según mi mala intuición y el haber encontrado la antena magullada. Tampoco quería comenzar a arreglar el lugar, pero el polvo y el desorden de las cajas ya estaban estresándome, dejé el celular sobre la cama y bajé las escaleras en forma de caracol. Toda la sala era un campo de guerra. Habían casi cincuenta cajas por todo el espacio, y debía ordenarlo yo sola, demasiado para una chica normal pero no para mí que tenía complejos de hombre. Pensé en cambiar de lugar los objetos viejos, después de todo la casa era mía. Pondría los muebles en el sótano que aún no descubría pero que encontraría tarde o temprano porque era imposible que una casa tan grande no tuviese uno. Colocaría el televisor pantalla plana en la pared donde estaba el tocadiscos y dejaría una alfombra que cubriera todo el suelo, o al menos la mayoría. Eso lo lograría ese mismo día si comenzaba a guardar el resto de las cajas antes de que se hiciera más tarde. Mi celular sonó, lo podía escuchar desde abajo, corrí de regreso a la habitación y aunque la señal no era muy buena contesté con esperanzas de que la llamada no se cayera o el eco nos interrumpiera. —Estoy bien, estoy bien... Sólo que no hay mucha cobertu... —¡Leia Cambell! si dejé que te fueras fue con la condición de mantenerte comunicada con tu padre o conmigo —Esa era mi madre siendo mi madre, una de las cosas que odiaba de ella era su obsesión por controlarlo todo—. Estaba muy asustada. Tú por allá tan lejos y nosotros aquí. No debiste irte, cariño, sólo debías mantener tu frente en alto, ese muchacho... —No quiero hablar de ese muchacho —interrumpí. Odiaba su discurso moralista en donde yo era la villana de la historia por no darme mi lugar como señorita; tenía que soportar miradas reprobatorias en la universidad, comentarios malintencionados y además lidiar con los delirios de costumbres antiguas de mi madre que quería verme llegar virgen al altar—. En fin, la cobertura es mala y casi no hay señal. Pero todo está bien, la casa es gigante, clásica, y con un poco de cuidado quedará reluciente, te encantará apenas la veas. —Te extraño, mi sol. Mamá y yo éramos muy unidas. Pero eso no la salvaba de que pensara que era intensa. —Sólo ha pasado un día, no seas dramática. Y todo va excelente, aún no salgo de aquí, me he pasado todo el rato investigando la casa. —¿Ya te fueron a dar la bienvenida? ¿Quién? —Las personas parecen aburridas aquí —Me asomé por la ventana justo en el momento que la vecina de al lado salía nuevamente de su casa con otro plato lleno de carne cruda—, cuando empiece la universidad tendré vida social. —Recuerda que tus calificaciones son lo más importante. —Sí. —No descuides los estudios, tu vida social no va a mantenerte cuando seas vieja. Estaba harta de ser presionada por mamá, era ese otro motivo por el que había decidido salir de Washington. —Ajá. —Puedo ir si quier... —¡Mamá! Por supuesto que no, no soy una niña. Quería que entendiera que estaba bien y que ya era una adulta. Claro que podía visitarme, pero no en ese momento, tal vez en uno o dos meses. —Eres mi niña. —Dijo con propiedad. —Ya deja de ser sobre protectora, tengo veinte años y he demostrado madurez siempre —Me agotaba la constante recalcadura de que tenía veinte años, tal vez eso no me hacía la más adulta de todas pero quería ser libre e independiente, y eso no lo lograría si vivía bajo las faldas de mis padres. Cuando me mudé al campus el primer semestre con mi compañera Izzie mi madre estaba ahí, cuando me mude a mi casa anterior nunca salía de allí. Y ya era momento de tener mi propia vida, y quería que respetara eso—, Déjame ser libre, puedo ser una adulta. —Dijiste lo mismo con David y ya sabemos cómo acabó todo. Eso me dolió, y me molestó. —Es diferente. David y yo habíamos planeado casarnos para final de ese año, aun cuando mi madre no estuvo de acuerdo argumentando que éramos muy jóvenes para tal compromiso. Hasta estuvimos visitando casas para mudarnos. Pero su actitud cambió de la noche a la mañana y todo terminó mal. —No, no lo es. —Respondió. —Sólo... —No quería salirle con alguna patada, por más intensa que fuese era mi madre y merecía respeto— Estaré bien. Yo te llamaré cuando necesite que vengas. —No lo harás. Por supuesto que no lo haría. O al menos no tan pronto. —Claro que... —exhalé vencida, no tenía caso querer convencerla de algo que ya ella misma sabía— Sólo confía en mí. Escuché un suspiro del otro lado de la línea. Entonces un continuo golpeteo en la puerta de entrada llamó mi atención ¿Eran vecinos? ¿Venían a darme la bienvenida por fin? Sonreí esperanzada y corrí por las escaleras fantaseando con la idea, pero un golpe contundente resonó y me detuve nerviosa. ¿Quién podía tocar así? Otro porrazo, dejé caer el celular al suelo sobresaltada. Pensé lo peor: Se estaban metiendo a robar. Avancé lento y predispuesta, pensando en los posibles desenlaces y en las opciones que tenía por si acaso me encontraba en alguna situación peligrosa. Cuanto estuve frente a la puerta de la entrada palidecí, mis piernas temblaron y un humo mental se instaló en mi cabeza, estaba asustada, aterrada y con ganas de gritar por el pánico que me ocasionó encontrar la puerta de madera destrozada. Me quedé de pie frente a ella, observando las astillas y puntas filosas que quedaban porque faltaba un pedazo. Atravesé el marco mirando todo, era como si la hubiesen arrancado, la madera estaba rota de la mitad para arriba y no entendía como alguien había sido capaz de causar un daño así. Afuera todo estaba solo y silencioso, no había ni un alma. Ya ni la vecina se veía en su jardín. Salí hasta la caminaría de lajas buscando al culpable de tal obra vandálica, observé todo a mi alrededor y un escalofrío recorrió mi espalda entera al confirmar que en la calle sólo estaba yo. ¿Quién había dañado mi puerta entonces? Pensé que tal vez podían ser animales salvajes, como un tigre, un león o qué sé yo, después de todo el pueblo estaba rodeado de zonas boscosas. Y si en Florida los cocodrilos se metían en las casas mi idea no era tan alejada. No, eso era definitivamente imposible. Intenté mantener la calma, pero estaba desconcertada y además de eso enojada. No era justo que con sólo un día en casa, mi casa, ya me hubiesen aplicado el típico bullying de la chica nueva. Miré más tiempo los alrededores, a ver si de pronto cachaba al vándalo que había destruido mi puerta, después de esperar un buen rato decidí volver adentro para vestirme y salir a solucionar eso, tenía que ir a la policía para denunciar la situación. Pero al girar me sentí desfallecer, palidecí aún más, incluso solté un gritito de espanto. Eso no podía ser cierto, era imposible, o me estaba volviendo loca. Pues la puerta estaba intacta, no había ni un sólo rasguño. Ya no había nada.
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