Cuatro

2454 Words
Giré mi cabeza en todas las direcciones posibles, buscando a alguien que me diera apoyo moral ¿saben? Para sentirme menos loca por lo que acababa de ver. Hasta puedo decir que Linda Blair quedó en pañales a como yo moví el cuello. Lo peor es que no estaba asustada, aunque acababa de ver mi puerta destruida, o bueno, creer que había sucedido. Me sentí confundida, hasta dudé de mi misma. Volví a voltear, esta vez hacia la ventana de la casa de al lado, y allí estaba la vecina que había visto temprano observando todo con las manos en su pecho,  el cristal claro me permitió ver su cara de espanto, hasta parecía temblar. Se escondió detrás de las cortinas en cuanto nuestras miradas se encontraron. ¿Qué carajos? Demasiado sospechoso para mi gusto. Ella muy bien pudo haber tenido algo que ver con eso, después de todo, en las pocas horas que llevaba en Trensville la mujer nunca salía o siquiera era vista, a menos que se tratara de ponerle comida a sus gatos. Era como un fantasma, demasiada casualidad que justo en ese momento ella se encontrara mirando en mi dirección con cara de culpa. Me obligué a mantener la calma cuando comencé a plantearme la idea de ir hasta su casa y conversar con ella, quizá no había participado directamente pero sí que había visto algo, estaba segura de ello. Porque yo no estaba loca. Desistí. Quizá sólo estaba agotada por el viaje y estaba imaginando cosas. Cuando volví adentro retomé la llamada con mi madre, había estado minutos gritando al otro lado de la bocina. Ella siempre fue una mujer muy nerviosa y controladora, que dejara el celular a un lado para acudir a golpes que evidentemente ella también escuchó la hicieron entrar en pánico. Entonces entendí que no era cansancio, los golpes sí fueron reales. Y la puerta rota también. ¿Pero entonces qué pasó? —Llama, nena, sólo llama cuando me necesites. Te dejaré para que arregles las cosas. Te amo, tu padre llamará cuando llegue. —Ujum... Colgué y sólo al hacerlo me sentí más tranquila. Mi madre era la mujer más fastidiosa que conocía, era desesperante. Guardé el celular en mi bolsillo y me detuve en la sala para comenzar arreglar el desastre que se había formado por las cajas. Definitivamente eso era lo peor de vivir sola, que todo debía hacerlo yo. La sala aunque era muy espaciosa estaba abarrotada de cajas, ya no se podía ni caminar. Por ello inicié mi maratón de limpieza, descolgué los viejos cuadros religiosos para dejarlos en el sótano que aún no descubría, pensé en hacer alguna venta de garaje porque nada de lo que había en esa casa que no fuese mío me agradaba, por el contrario, era macabro y me incomodaba. Le eché un vistazo a las lámparas que guindaban del techo de la primera planta, el cristal en forma de flores lucía opaco, y me pregunté cuántos años tendría esa casa porque parecía realmente vieja. Estuve un rato pululando por los alrededores, pensando que podía continuar con los quehaceres si me concentraba lo suficiente. Pero no podía dejar de pensar en la puerta rasgada a la mitad, mi mente me pedía a gritos que visitara a la señora de al lado, mi extraña vecina. Ella había visto algo. Lo sentía. Dejé a un lado la caja donde estaba tirando los cuadros, cuando regresara también tiraría los adornos de cerámica llenos de polvo. Eran horribles, sobre todo porque se trataba de criaturas deformes de todos los tamaños ¿Cómo el tío Jacob podía tener ese extraño gusto por lo abstracto? No era cobarde pero esos cuadros y adornos me inquietaban, la casa necesitaba un cambio urgente, algo más cálido y menos sombrío. Necesitaba luz y brillo. Fui por un abrigo antes de salir. Afuera todo seguía desolado, hacía más frío que horas atrás y mi nariz ya estaba roja, siempre fui muy friolenta. El cabello a la altura de mi cuello se movía en todas las direcciones, en Trensville la brisa era muy fuerte. Caminé por la acera practicando como presentarme ante mi extraña vecina, yo no era buena socializando ni confiando en mi instinto, justo eso último me metió en el problema romántico con David, así que cuando se trataba de dejarme guiar por algún sexto sentido o premonición me negaba rotundamente. Esa vez fue diferente porque no era instinto, yo sabía que la mujer del desaliñado moño había visto algo, lo supe por la mirada asustada que me dio desde su ventana, como si ella pudiera comprender mi desconcierto ante la increíble escena, como si ella también hubiese visto lo que yo. ¿Y lo habría visto? La puerta de su casa estaba adornada por cruces de palmas, exhalé medio nerviosa y algo insegura, di tres toquecitos con mis nudillos. Esperé. —¡Váyase de aquí! —Gritaron desde adentro con voz ronca. —Soy Leia —dije, fue incómodo estar frente a una casa donde no era bienvenida—. Leia Cambell, y soy nueva... Disculpe la molestia, pero sé que usted vio lo mismo que yo, estaba mirando desde la ventana y… La puerta se abrió, al principio en pocos centímetros mostrándome unos ojos verdosos de mirada profunda que me callaron, me examinó algunos segundos antes de terminar de abrirla, lento, chequeando mis movimientos. La mujer llevaba el cabello recogido en una desaliñada cebolla con algunos mechones de color canela que se le salían y le daban un toque descuidado. —Pasa, pasa... —Su voz se escuchó nerviosa. Al entrar sentí un olor dulzón que solía haber en casa de mis abuelos en Washington ¿Acaso las casas de los viejos tenían los mismo olores? La mujer miró a su alrededor antes de cerrar la puerta, evidentemente nerviosa. Me dio una fugaz mirada y caminó hacia el pasillo, desapareciendo del espacio y dejándome completamente sola. Observé el ambiente clásico de la casa, de pie y en silencio, al parecer todas las casas de la zona tenían estilos parecidos. Había una hermosa pintura sobre el sofá más grande, era la montaña del folleto del avión. La pintura tenía un poder hipnótico increíble, demasiada perfección. —Montaña madre. —susurré para mí sin despegar la vista. —Así es. —Me sobresalté al escuchar una voz grave y ronca detrás de mí, giré para ver a la mujer caminar devuelta con dos tazas humeantes en sus manos, me entregó una de ellas y me señalo con el mentón que debía tomar asiento— Eres muy joven —Comentó después de algunos segundos en silencio—, creí que eras de ellos, después de todo han evolucionado a lo largo del tiempo, pronto podrían soportar la luz, y entonces cuando te vi… pensé que... —Usted vio quien rompió mi puerta. La corté con una afirmación. No daría vueltas con el asunto. —Sus capacidades son fantásticas ¿no es cierto? Pueden hacer que veas lo que ellos quieran que veas. —Olfateó su taza, sonriendo de lado— Ellos manipulan nuestras mentes. ¿Qué? ¿De qué hablaba? ¿Quiénes eran ellos? —¿Quiénes son… —Shu… Ave maría purísima. Fruncí el ceño, medio divertida por el poco equilibrio mental de la mujer. Era de suponer que no era normal si colocaba carne cruda cada hora frente a su casa, lo más extraño es que ésta siempre desaparecía en segundos, por lo que supuse que debía tener muchos gatos. Lo más tonto es que yo había ido a su casa pensando que ella sabía algo, ¿Pero cómo iba a ver ella lo que yo había imaginado? Estúpida. Me hizo mucha gracia el nerviosismo de la mujer al decir ellos. No era la primera vez que tenía algún conocido tocado del coco, en Washington había estudiado con una chica esquizofrénica. Y no es como si fuese cruel y mala, pero al menos podía divertirme escuchando las locuras de esa pobre mujer, después de todo mientras no empezara con mis estudios me vería muy aburrida. —Señora... ¿Pero quiénes son ellos? —Los descendientes de satán. —Susurró observando a su alrededor toda temerosa. Me pareció graciosa su forma de hablar, se parecía al cuchicheo tipo chisme que se hace al contar una historia de terror— Revolies. —¿Revo qué? —Shuuuu... —Sus manos se sacudieron, tumbando la taza al suelo.— No hables en voz alta, ellos nos escuchan. Vale, estaba bien puta loca. Asentí aburrida, dejando la taza con su contenido completo sobre la mesita de centro que se interponía entre nosotras. En un principio me pareció divertido escuchar a una desequilibrada mental, pero si realmente estaba loca podía hacerme daño. Por eso salí del mueble y caminé hasta la puerta, de salida. O estaba loca del todo o quería asustarme. —Debes hacer el juramento si quieres vivir. —Su voz tembló, como si estuviera a segundos de llorar, lucía muy nerviosa— Ellos no descansarán hasta tenerte. Eres un blanco fácil. Salí de su casa enseguida, no me pareció de buen gusto que la señora quisiera burlarse de mí, sobre todo porque sí me estaba causando algo de miedo todo su misterio al hablar de unos tales: ellos. A último momento decidí creer que lo que había imaginado temprano al ver la puerta rota había sido sólo una consecuencia de no haber dormido nada por la tormenta y el crujir del techo. Y era mucho mejor de esa manera, que quedara en mi imaginación, después de todo no quería lidiar con problemas de vandalismo y tampoco pagar por una puerta nueva. Así que pasé la página y no le di más importancia. Al entrar a mi casa me sentí de nuevo segura, no sé por qué el estar afuera con tanto frío y soledad me hacía temer, supongo que por lo silencioso y vacío de las calles. Fui a la cocina en busca de algún trapo para limpiar los muebles del polvo, y fue entonces cuando algo hizo clic en mi mente, y todo encajó. Era Revolies la misma palabra que había utilizado mi compañero de vuelo. Estaba comenzando a inventarme una película en mi mente donde ese extraño nombre tenía que ver con mi puerta rota. No podía ser tan idiota como para empezar a imaginar estupideces fantásticas al estilo de cuento barato de terror. Sólo había sido mi imaginación y me convencí de ello aunque  mi terca cabezota no quisiera entenderlo. A las cuatro de la tarde sólo quedaban tres cajas por ordenar, dos de ellas guardaban utensilios de cocina como ollas y sartenes, la otra caja guardaba sábanas, cortinas y toallas. Cargué esta última que no pesaba tanto y subí las escaleras con ella. Mi estómago crujió, no tenía nada más que una taza de café que había ingerido temprano. Apunté prepararme una ensalada con los enlatados que había llevado desde Washington apenas terminara con las tareas domésticas.  Caminé por el largo y sombrío pasillo hasta la habitación del final que era la más espaciosa y la que había guardado para las visitas. Al entrar encendí las luces, la brisa me golpeó la cara y maldije, la ventana estaba abierta de par en par y lloviznaba.  El suelo estaba salpicado por el agua que caía afuera. Me irritó pensar que debía secar el charco que se había formado por mí descuido, ni siquiera recordaba haberla dejado abierta. Dejé la caja a un lado del armario y enseguida fui a cerrarla, afuera comenzaba a realzarse la neblina. Eso iba a ponerse peor. El clima de ese pueblo era un total caos. Me abrace a mí misma cuando un escalofrío me sacudió, abrí el armario para guardar el contenido de la caja en él. Fue entonces cuando una punzada en la pelvis me hizo chillar de dolor, caí de rodillas cuando sentí que no podía soportarlo.  Nunca antes había experimentado algo similar, como si me clavaran un puñal y lo sacaran lentamente, me hice un ovillo en el suelo hasta que la molestia fue disminuyendo. El corazón me golpetó acelerado, bajé mis pantalones para mirar la marca circular y sobresaliente roja que tenía en medio de mi pelvis. Me la había hecho a los cinco años cuando nadaba en el estanque de la casa de mis abuelos paternos, o al menos eso decía mi madre. Yo sinceramente no lo recordaba, de hecho eran muy pocas las cosas que recordaba de mi infancia. La punzada volvió con más fuerza y gemí angustiada, con los ojos cerrados y presionando la cicatriz con mis dedos, aguardando con calma que la desagradable sensación pasara. Estuve a punto de gritar por la intensidad, pero algunos minutos después dejó de molestar, así que me levanté y miré una vez más la marca, lucía como si me hubiese quemado con un cigarrillo gigante. Me permití respirar, fue algo sumamente extraño. Tal vez la culpa era de la caja, quizá no debí alzarla, aunque no pesaba tanto. La rodé con mi pie hasta pegarla a la pared de la habitación, ni de chiste la cargaría otra vez. Di por terminados los deberes de ese día, ya después acabaría de ordenar todo, también quería comer un poco. Justo a mitad del recorrido hacia la puerta, cuando iba de salida, mientras silbaba la canción de Girls on fire que resonaba en mi mente, un golpe en la frente hizo que me detuviera, miré hacia arriba. Un cordón caía desde la madera del techo, al extremo de éste se encontraba un grueso metal con forma de agarradero clásico por los relieves que presentaba, no era tan pesado pero me había impactado con fuerza. Me toqué la frente, un chichón ya comenzaba a formarse, cogí el agarradero de metal y lo halé haciendo que el papel tapiz pegado al techo se rompiera, y mostrara un cuadrado de aproximadamente un metro y medio de ancho, me sentí confundida por ver que el techo llevara papel tapiz, era algo de lo que no me había fijado. Le di un último jalón al cordón antes de que el cuadrado cayera delante de mí, mostrando una deteriorada escalera de madera que se sostenía del extremo de ésta. Entonces lo descubrí. No había algún sótano, pero sí un ático. Y lo que sea que hubiera en su interior no querían que fuera descubierto si lo habían escondido ¿cierto? ¿Pero qué querían ocultar allí? Hola, mis queridos Revosatanes. Espero que estén disfrutando de la lectura, los invito a seguirme en mi página de i********: como: @ginamorrisescribe allí podrán tener acceso a informaciones sobre la obra, memes, vídeos y demás sorpresas. Nos leemos.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD