Al abordar el avión, una de las aeromozas me entregó un pequeño folleto que le repartían a cada pasajero tras ingresar, era informativo. Mi asiento había quedado justo del lado de la ventana, me gustaba ver la altura en la que me encontraba cuando viajaba, y admirar el mar o lo que sea que hubiese debajo una vez que el avión despegara. Yo no era la típica chica acrofóbica y tampoco sufría de vértigo, por el contrario, me gustaba lo extremo, el peligro y ese vacío que crecía en mi estómago tras imaginar que de caernos tendríamos una muerte espantosa.
Sin embargo, esa tarde en lugar de mirar a través del cristal como lo hacía en cada viaje de avión preferí leer el papel que me habían obsequiado de cortesía, las imágenes de una gran montaña verde llamaron mi atención, debajo de la gráfica estaba la descripción geográfica y un extraño nombre que llamó mi atención enseguida.
Η βουνού του μητέρα.
Deslicé mi pulgar sobre el extraño nombre e intenté buscar en mis recuerdos algo con que asociarlo, pero no había nada más que un enorme signo de interrogación.
Parecía griego.
Y no entendía ni papa.
—Montaña madre. —Murmuró el hombre que se acomodaba en el puesto de al lado. Era el mismo sujeto que me había mirado mal en la sala de espera— Es lo que significa, si es eso lo que te preguntas.
Lo primero en llamar mi atención fue la cantidad de maletines de cuero n***o y aparentemente pesados que cargaba, guardó algunos en el compartimiento para equipaje de mano sobre nosotros y los otros dos los dejó con él. El sujeto parecía tener aproximadamente cuarenta años, sus gruesas cejas marrones resaltaban en un pálido rostro con rasgos canadienses.
Era atractivo con su barba incipiente.
Me pareció excesivo que llevara tanto equipaje en mano, y aunque no era mi problema la curiosidad me doblegaba, quería preguntarle sobre sus maletines y dejar salir a la Leia parlanchina. Por suerte no lo hice, y decidí ignorar al hombre a mi lado para seguir leyendo el folleto que admiraba segundos antes. El sonido de pinzas metálicas me hizo mirar de reojo y al hacerlo casi palidecí, tenía una laptop miniatura dentro del maletín junto a casi treinta fotografías de Trensville a nivel de urbanismo, muchas de las que ya había visto por internet mientras investigaba sobre el pueblo rural. Además había un mapa de gran tamaño con marcas de X rojas en diferentes áreas, y otras imágenes de casas antiguas, talismanes, e incluso collares.
Supuse que debía ser algún guía turístico.
—¿Sabe que es de mala educación husmear de esa manera?
Quise estamparme un bloque en la cara cuando me di cuenta de que estaba invadiendo la privacidad de mi compañero de vuelo descaradamente, retrocedí hasta dejar la cabeza por completo contra el espaldar de mi asiento. Había sido tanta mi curiosidad que no me fijé que miraba casi con la nariz enterrada al maletín.
—Lo siento mucho —Estaba pálida por la vergüenza— De verdad lo siento mucho, me llamó la atención que tuviese tantas... fotografías ¿Es algún guía turístico?
La risa que soltó fue amarga, sonó a burla, hasta me sentí estúpida. Giró su cabeza en mi dirección con una expresión fría y habló:
—¿Guía turístico has dicho? ¿Crees que hay turismo en Trensville? —La pausa que hizo me decía que era mi turno de responder, pero cuando intenté hacerlo el sujeto me interrumpió—: ¿Quién sería tan idiota como para vacacionar en Trensville?
Yo. —pensé. Aunque realmente no estaba vacacionando, me estaba mudando.
—Creo que Trensville es una gran ciudad. Es perfecta para vacaciones de verano.
No lo decía yo, lo decía Google.
El hombre negó con la cabeza y me ignoró, concentrándose en lo que había dentro de su maletín. Me pareció que sólo quería imponer un carácter intrigante, como los tipos aburridos que eran tan ignorados y que por ello se inventaban una vida falsa y misteriosa para llamar la atención. No le di importancia y continúe con mi folleto, —muy aburrido por cierto—. De lo único de lo que hablaban allí era sobre la impresionante flora de Trensville, ya que ni en los peores momentos del calentamiento global ésta había decaído.
La voz del capitán anunció que en minutos estaríamos despegando hacia nuestro destino, abroché mi cinturón y dejé caer la cabeza en la ventanilla mientras soltaba un gigante bostezo, no quería dormir, quería llegar y conocerlo todo. Estaba ansiosa de entrar a mi nuevo hogar, de socializar y comenzar la universidad aunque faltaran aún unos días para residenciarme en el campus, ya que por alguna extraña razón las instalaciones de la Universidad Central no quedaban en el pueblo sino en la ciudad contigua. Eso significaba que viviría en la residencia de estudiantes de lunes a jueves y volvería a Trensville los fines de semana.
El tipo a mi lado ordenó un café que no tardó en llegar, al mirar la mesa que arrastraba la mujer con uniforme también me antojé de uno pero con stevia, me lo saboree en la boca antes de que lo entregaran, lo acompañaría con galletas.
¿Ya dije que era una muerta de hambre?
Después de acabar con mi merienda el sueño retrasado por haber empacado de madrugada me venció y a los minutos me dormí como un bebé, sin importar que viajara sola y con la voz de la tía Carmen resonando en mi cabeza:
«Mantente despierta, Leia, no sabes quien viaja a tu lado»
Para cuando dieron las cinco y cuarenta de la tarde desperté mucho más aligerada. Dormir rejuvenece, dicen. Volteé a mirar al sujeto de las gruesas cejas que descansaba a mi lado y pude detallar con más cuidado esos rasgos atractivos que eran reemplazados con frialdad estando despierto, su presencia me inquietaba un poco. Fue entonces cuando reparé el café que reposaba entre sus piernas mientras éste gozaba de un sueño profundo. Quise despertarlo y así evitar algún accidente con su bebida pero la timidez me ganó esa vez y decidí callar.
Estaba ansiosa, faltaba poco para aterrizar. Las pocas personas del vuelo murmuraban oraciones inaudibles, pensé que estarían felices por llegar a sus hogares. Miré por la ventana mientras nos acercábamos a la ciudad, arboles verdes y hermosas montañas adornaban la vista, era hermoso. Como estar en la ciudad más limpia y perfecta del mundo.
Desde arriba Trensville era perfecta, con un extenso bosque de coníferas.
Me encantó lo que vi.
El sujeto a mi lado despertó sobresaltado cuando la voz del capitán anunció que en minutos estaríamos aterrizando, tras su torpeza al despertar derramó el café sobre sí mismo, salpicándome a la vez.
Maldición.
—¡Carajos, maldición! —Se lamentó evidentemente irritado y apenado— Esto de los Revolies me pone algo nervioso, discúlpame.
¿De los qué?
La palabra dio vueltas en mi cabeza pero duró muy poco tiempo al observar el charco de café que había bajo mis pies.
—Fue un accidente, no se preocupe. —sonreí por cortesía, tampoco era como si lo hubiese hecho a propósito. No tenía que ser grosera, mi madre decía que lo cortés no quita lo valiente.
El hombre avergonzado me entregó un montón de servilletas para que me limpiara yo también. Minutos más tarde una de las aeromozas apareció en el pasillo para repetir que debíamos abrochar nuestros cinturones mientras el avión descendía, pero un sacudón la interrumpió haciendo que cayera de bruces al suelo y estampara la cara contra él, rompiéndose la nariz.
Me estremecí al ver los chorros de sangre saliendo de sus fosas nasales, se manchó el uniforme intentando detener la hemorragia y para mí era imposible quitarle la mirada de encima aun cuando intentaba avanzar de regreso con el resto de la tripulación. Un segundo sacudón la tumbó de nuevo al suelo y empecé a preocuparme más por mis ganas de querer verla sangrar en mayor cantidad que por ella, y mucho menos por la turbulencia. El resto de las aeromozas fueron en su ayuda y se la llevaron al cubículo detrás de la cortina azul al inicio del pasillo.
Sacudí la cabeza para intentar olvidar aquella escena tan asquerosa y extrañamente excitante.
Miré de reojo al hombre de mi lado que abría una vez más su preciado maletín, esa vez fue inevitable no escucharlo repetir en voz baja «Cuídame señor, amén». Se colocó un extraño collar y sólo cuando terminó de murmurar para él mismo oraciones inaudibles me habló como si hubiera sabido desde un principio que le miraba e intentaba escuchar.
—Te recomiendo que si no eres de aquí te vayas cuanto antes.
Me dio una forzada sonrisa que me hizo incomodar. Nada de lo que dijera un desconocido me haría cambiar de idea, además ¿Por qué motivo debía regresar exactamente? ¿Es que era loco o qué? era muy terca cuando se trataba de órdenes, más aún cuando no había una explicación lógica. Eché la cabeza hacia atrás contando los segundos para estar en mi nuevo hogar y solté todo el aire de los pulmones.
Trensville era un lugar perfecto para el ajeno a sus atrocidades reales.
Las calles y autopistas que llevaban al centro del pueblo estaban rodeadas de montañas y de ese pasto verde y húmedo que te abraza invitándote a beber algo caliente, el clima helado y me encantaba. El taxista que me llevó esa tarde a casa era un señor mayor robusto muy conversador, decía que cuando llegara al pueblo yo misma decidiría si quedarme o marcharme. La mayor parte del camino se la pasó hablando sobre la situación política del estado, al parecer sus gobernantes abandonaban el poder meses después de tomarlo porque desaparecían.
Quizá se daban cuenta de que no tenían la autosuficiencia para llevar el estado, se metían en problemas o qué se yo, no era sociopolítica, mucho menos alguien interesada por la vida de otros o algo parecido, sólo era una estudiante de contaduría con demasiada curiosidad por lo desconocido.
No le presté atención al señor salvo cuando asentía para que de una vez por todas cerrara la boca y me dejara observar los alrededores en silencio. Casi todo el viaje me la pasé divagando, pensé en mi nueva vida y que podía actuar como quisiera porque nadie me conocía, pensé en David, en Louisa y en esa extraña palabra que no abandonaba mi cabeza: Revolies.
Después de observar ese aire fantástico que rondaba el ambiente de Trensville me olvidé por completo de todo y me concentré en admirar su belleza natural, las montañas eran las más verdes que había visto en toda mi vida, también era extraño que no hubiese pillado a algún pájaro, sólo veía a uno que otro mapache cruzar la calle y esconderse entre el abundante pasto que acobijaba las desoladas orillas viales que me llevarían a mi destino.
Eran pasadas las seis de la tarde cuando llegué por fin, el frío que hacía me estremeció algunos segundos, las nubes grises habían encapotado al hermoso cielo que me vendieron en la imagen del folleto, y me sentí estafada.
Hacían cinco minutos que el señor del taxi se había marchado. Estaba estática, observando lo monumental y hermosa que era la casa.
Mi casa. —me dije mentalmente.
Era mía, y estaba tan feliz.
Parecía sacada de alguna película clásica con las tejas marrones que mamá adoraba. Los gigantes ventanales se alzaban en contraste con la pared blanca, estaban adornados de telaraña y polvo, era antigua, de eso no había duda, y aunque mi estilo era más moderno me encantó en cuanto la vi, el aura que la acompañaba me atrapó.
Mi pequeña maleta descansaba a mi lado, el resto del equipaje iba en el camión, y sólo cuando estuve lista para entrar a casa saqué del bolso las llaves que me abrirían paso a mi nuevo hogar. Estaba ansiosa y más que preparada para comenzar de nuevo, para dejar atrás todo el sabor amargo de David, para ser quien yo quisiera.
Para ser mi yo real.
Te esperan grandes cosas, Leia Cambell. —pensé llena de alegría.
Y vaya que no me equivoqué.
¡Hola, queridos lectores! ¡BIENVENIDOS A TRENSVILLE! QUÉ EMPIECE EL SALSEO, SE PRENDEEEEE.
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