Esa mañana jugaba con mis muñecas, mi madre me las había obsequiado como regalo por mi cumpleaños número seis, tenía diversidad de ellas: rubias, morenas, blancas, negras, carros, casas, y todos los accesorios que conllevaban el ser amante de las Barbies. Mis padres me habían llevado a casa de Louisa para que su madre me cuidara mientras que ellos regresaban de sus viajes típicos de negocios. No me sentía muy cómoda con ello porque mamá era quien controlaba mis extrañas crisis y pensamientos con amor y paciencia, en cambio estando sola corría peligro de actuar sin pensar y no quería meter a mi familia en problemas, como aquella vez que mordí a una niña de la residencia mientras jugábamos en el parque porque simplemente se me antojó abrirle el brazo a mordiscos. Debbie, una vecina de Lo