Una vez que Bonnie les dio las toallas para ducharse, Hunter conoció la habitación de Agnes. Esperaba algo rosa, quizá rojo. Sus paredes eran violeta, tenía luces colgadas en la cabecera de la cama y muchos posters de bandas que llevaban diez años en el retiro. Ya a Agnes no le importaba lo que Hunter conociera o no. Le conoció hasta el alma en Las Vegas, así que no había demasiado secretos. Hunter soltó su maleta sobre una alfombra mullida bajo su cama y se sorprendió de lo ordenada que era, así como de la colección de fotografías que tenía pegadas en el espejo de su cómoda. Agnes fue una persona popular en su momento, solo que sus amigas desaparecieron cuando se mudó a Seattle.
—Esto es interesante —dijo Hunter asomándose por la ventana—. Imaginaba escobas y ollas de pociones.
Agnes
