—Siéntate —ordenó Agnes—. Esta noche, seré la que domine. Agnes se quitó el saco de Hunter que la cubría del frío, atenuó las luces y colocó música. No era la mejor música que encontró, pero funcionó. Hunter se mantuvo expectante, con las manos en los brazos del sofá. Agnes bajó la cremallera de su vestido y lo pateó lejos. Agnes llevó las manos hasta su cabello y lo soltó, dejándolo caer sobre su espalda como una hermosa cascada. Agnes acarició su cabello y deslizó las manos por sus mejillas, recorriendo entre sus pechos hasta el borde de su ropa interior. Hunter miraba el recorrido de sus dedos, con la respiración lenta y constante. Sus dedos apretaron el sofá cuando Agnes movió las caderas seductoramente y tiró levemente de su tanga oscura. Agnes se acercó tan solo un poco a Hunter y