Quería oír decir a alguien todas las cosas que jamás había escuchado en su hogar. Quería ser halagada y sentir, una y otra vez, la extraña emoción que le estrujaba la garganta cuando un hombre le decía: “¡Eres preciosa!” ¡Y ahora se encontraba casada con un hombre que le había hecho comprender, con absoluta claridad, que la detestaba! Aquel pensamiento le resultaba insoportable. Por un momento, pensó en decir a gritos que ella nunca había querido que tal cosa sucediera y que no podía resistir la idea de lo que le esperaba en el futuro. El Duque no era, en ningún sentido, el hombre de sus sueños. Cuando recordaba su actitud estirada e intransigente, la forma en que criticaba el modo exagerado de hablar de ella y, por si fuera poco, su huida de casa, Jabina decidió que el destino le habí