Sólo un clavo resistió la presión de sus dedos, de modo que se vio obligada a usar un abrecartas de oro que vio junto al secante del Duque. Fue fácil, entonces, levantar la pintura falsa y sustituirla por la original. Presionó de nuevo los clavos en su lugar y comprendió que habrían quedado más firmes si hubiera podido golpearlos, pero ello habría producido ruido. Así que se concretó a usar la fuerza de sus dedos, con la esperanza de que sostuvieran el lienzo, cuando menos hasta que Lord Eustace se hubiera marchado del Castillo. Después de hacer lo mejor que pudo, tomó el cuadro del escritorio y lo colgó en la pared. Por un momento, se quedó mirándolo a la luz de la luna, sintiendo que le hablaba de nuevo, como lo había hecho antes. La luz del sol que penetraba a través de las ventan