Sin embargo, era difícil estar segura de nada, salvo de que se sentía muy nerviosa, tenía los dedos muy fríos y estaba temblando. Desde el dormitorio de su madrastra llegaban a sus oídos las voces y las risas de los invitados del Duque, que se encontraban en el salón de abajo. Debían estar tomando una copa de champaña antes de irse, pensó Teresa. Podía imaginarse a su madrastra, exquisitamente bella en su traje blanco. Los ojos verdes de Lady Holcombe, llenos de envidia, la estarían observando. ¿Y qué estaría haciendo el Duque? La pregunta pareció surgir en la mente de Teresa con letras de fuego. ¿Estaría, también, admirando a su madrastra? ¿Estaría compitiendo con el Conde por una sonrisa de sus labios y una mirada cálida de sus ojos azules? Teresa sintió una pena tan profunda, que