CAPÍTULO IIICuando Teresa regresó al Cháteau, su mente se debatía en un torbellino y le era imposible pensar con claridad. ¿Cómo había podido hablarle al Duque, en una forma tan comprometedora?, pensó. Pero después se dijo que no existía ninguna razón para que él la relacionara con su padre. Después de todo, era posible que la doncella de una dama, como cualquier otro sirviente, tuviera algún talento artístico. Este pensamiento, sin embargo, no la tranquilizó y en el tiempo que transcurrió antes que Lady Rothley volviera de Montecarlo, no pudo hacer otra cosa que darle vueltas en su mente a la conversación sostenida con el Duque, y desear que no hubiera tenido lugar. Él era, sin discusión, el hombre más apuesto y atractivo que había visto en su vida y poseía, además, algo que lo haría d