CAPÍTULO II «¿Como pude dejar que lo hiciera? ¿Cómo pude?”, se preguntó Azalea no una, sino mil veces, en los días que siguieron. Casi no tuvo un momento para pensar, porque había muchas cosas que preparar antes de partir a Hong Kong. Sin embargo, en el fondo de su mente, la pregunta se repetía una y otra vez, mientras se decía: «¡Lo odio! ¡Lo odio!» Lord Sheldon representaba todo lo que ella y su padre detestaban más, el autócrata inglés que, con aires de superioridad, menospreciaba a cuantos se encontraban por debajo de él y aún a aquéllos que no pertenecían a su propia r**a. Sabía que, aunque fuera de un modo involuntario, no debía haber permanecido detrás de las cortinas, escuchando, pero las palabras que oyó la llenaron de incontenible furia y cuando él la acusó de ser una espía,