—Ni te pregunto dónde anduviste, tienes una cara de cansancio que te delata —Adere fue al aeropuerto a recibirme.
—Hola hermanita —La saludo y me pongo de puntilla de pie para alzarme y alcanzarla pidiéndole un beso y un abrazo—. Te extrañe.
—Yo también loquita —Me dan un fuerte abrazo.
—¿Mi papi por qué no vino? —Le pregunto extrañada de no verlo aquí.
—Se quedó con Isis, dice que no se ha sentido bien desde que despertó, le dije para acompañarlo a la clínica, pero sabes que es terco, no quiso —Me explica.
—Seguro es parte del desanimo que tiene por la ausencia de mamá —Asumo—. Si no ha sido fácil para nosotras, él debe estarla pasando mal, era su compañera. No por nada duraron cuarenta años juntos.
—Sí, pobre. Me da tristeza verlo en medio de tanta soledad —Expresa Adere con pesar.
—Con suerte está Isis, mi pequeña adorada lo debe tener corriendo por toda la casa —Comento entre risas de solo imaginarlo, con lo enérgica que es.
—Claro, te ríes porque la imaginas, si es igual a ti, incansable —Me acusa.
—No te creas, ya no soy la misma de antes —Le digo en tono dramático—. Estos últimos días me he sentido agotada, ya no me siento yo.
—¡Wow, Léa! Es que te pasas, uno no puede llevar la vida como la has venido viviendo —Apunta Adere en critica.
—Ni que llevara la vida de una prostituta, esas sí que las llevan duro, no tienen descanso y dan bastante de qué hablar —Le digo en un tono de voz firme, siendo cruda en mi respuesta.
Giro la cabeza hacia el exterior mientras avanza el automóvil por las calles principales sintiéndome fastidiada de que todo mundo juzgue mi forma de ser sin detenerse a analizar que tanto de todo lo que se dice realmente hago. Como no estoy para darle explicaciones a nadie, dejo que piensen lo que quieran. Ahora que mi familia haga lo mismo, me entristece.
—¡Que comparación tan fea Léa! —Aduce Adere escandalizada.
—Entonces deja de hacer lo mismo que hacen los demás—Exploto—, porque si no te has dado cuenta actúas de la misma forma que el resto, tu bien sabes que hago, y de todo eso procuro vivir mi vida de la mejor manera, tratando de sentirme bien conmigo misma —La ataco sintiéndome molesta—. Sabes más que nadie lo mal que me ha hecho sentir papá al subestimarme. Duele que no tenga confianza en mí cuando le he demostrado de miles de maneras que puedo salir adelante sola y en lo que quiera.
—Disculpa hermanita, es que me preocupa tu situación, cada día estas más distante, ya ni vienes a casa —Comenta.
—¿Has pensado que tal vez no me sienta bien de no encontrar a mamá al llegar? —Le inquiero en reproche.
—Sí, sí lo he considerado; de hecho, Saúl me dijo lo mismo, él piensa que el dolor de no encontrar a mamá en casa al llegar te ha mantenido alejada de casa —Afirma Adere.
—Eso sin contar la insistencia de papá de que regrese a vivir a Mykonos, como si tú y yo no supiéramos cuál es el trasfondo de su petición —Le recuerdo.
—Te comprendo, Léa. Solo que te extrañamos mucho —Me confiesa tomando mi mano izquierda que reposa sobre mi pierna.
Guardamos silencio el resto del trayecto hasta llegar a casa. No había bajado del automóvil de Adere cuando la nostalgia me invadió. En seguida vinieron a mi memoria recuerdos de las veces que llegaba a casa aquí en Atenas y encontraba a mi madre sentada en el porche esperándome ansiosa, ni dejaba que bajara del automóvil para abrazarme. Pega profundamente no poder volver a vivir esos momentos.
Cuando abrí la puerta del lado del copiloto escuché el grito de un niño cerca. Volteé para ver de donde provenía y me encontré con Isis que venía corriendo, huyendo de mi papá que en juego la amenazaba con atraparla. Al verme dejó de hablar, desvió toda la atención de Isis a mi persona.
—¡La niña de mis ojos, luz de mi existir! —Exclama con emoción mirándome a los ojos—. ¡Al fin llegaste!
—Papito de mis ojos —Le di la vuelta al automóvil para alcanzarlo en un abrazo.
Ya oscureció, pero aun así veo por el reflejo de los faros del porche y de la calle sus ojos aguarapados de la emoción.
«¡Como pasa el tiempo!», Pienso al verlo indefenso. Un hombre que siempre se mostró recio, de carácter fuerte ahora se nota débil, triste.
—Aquí estoy papi —Le digo al oído entregada a su abrazo.
—Abuelo —Lo llama Isis en un grito.
Ambos nos separamos. Yo sorprendida ante la claridad con la que lo llamó y él emocionado porque Isis no solo lo llamaba, sino que también mantiene estirados los brazos pidiendo la lleve a cuesta adentro de la casa al ver que Adere comenzó a caminar para entrar.
—Papi préstale atención —Le pido al escuchar que Isis comenzó a llorar reclamando su atención.
—Voy —Me dice sacudiendo la cabeza a los lados como si buscara despejarse de los pensamientos—. Me embebí en ti, y terminé distraído mi luz —Voltea para buscar a Isis—. Lucecita del abuelo, venga.
Camina delante de mí hasta darle alcance a Adere y tomar a Isis en brazos, y en el mismo acto dejó de llorar. Sorprendida, los veo fijamente y luego a Adere.
—¡Qué te puedo decir! —Exclama regalándome una sonrisa—. El efecto abuelo-consentida —Expresa Adere alzando los hombros.
Entramos a la casa, y pese a que intenté no emocionarme, el vacío que produjo la ausencia de mi madre es abismal. Por más que los gritos y la ternura de Isis llenen los rincones de la casa, ni siquiera eso logra hacernos sentir diferente.
A petición de nuestro padre, nos sentamos en el salón a tomarnos una copa de vino, mientras conversamos sobre un tema y otro para pasar el rato hasta que sirvieran la cena. Mi padre celebró el que yo haya logrado pasar todos los exámenes del último año, y confía que con la tesis sea igual, tiene una fe ciega en mí en ese sentido.
—Papito de mis ojos —Llamo su atención cuando el ama de llaves se retiró después de dejarnos la segunda copa—. Si tanta fe me tienes con mis estudios, ¿por qué no es igual con mi vida personal? —Le pregunto mirándolo fijamente—. Hasta ahora no he hecho algo de lo que realmente puedas avergonzarte —Agrego buscando hacerle recordar quien he sido y deseo ser.
—No desconfió en que llegaras lejos hija, pero estoy seguro de que solo teniéndome a tu lado estarás exenta de ser herida, rechazada, te amo tanto que no soportaría que ningún aprovechado se burle de ti o te menosprecie —Admite en voz pausada mientras trata de controlar a Isis que se mantiene sobre sus piernas toda revoltosa.
—Ven amor —La llamo para tomarla en brazos y que mi padre descanse un rato de su energía—. Ven —Tomo a Isis—. ¿No crees que más daño me haces en tu afán de ver mal en otros cuando eres tú quien principalmente dudas de mis capacidades? Que importa que el mundo me crea menos, yo sé quién soy y qué tanto puedo dar.
—Lo sé Léa, pero el mundo es cruel —Me dice hablándome como si lo hiciera a una niña.
—Esto agota —Le digo en voz desgastada—. ¿Qué esperas que sea mi vida en unos años? He demostrado que soy fuerte. No es necesario que aboques tu vida al cuidado de tu hija menor, que te recuerdo, esta algo subidita en edad —Le hablo enfática—. Papito de mis ojos, ya tengo 24 años —Le digo en actitud de agotamiento ante lo insistente que ha sido con este tema.
Esa noche, como las otras veces que hemos conversado sobre el tema, no tuve el final feliz que quisiera para mi vida de mujer independiente. Obviamente, en Atenas llevo una vida sin limitaciones, no tengo quien me controle, y así me siento bien, puedo desenvolverme de la mejor manera, y hasta a veces me reprimo porque la verdad algunas personas al verme tan desinhibida piensan que soy dada a ciertos usos y practicas que no entran en mis intereses. Un ejemplo de ello, son algunos hombres que piensan que por ser alegre, me gusten las fiestas y tomarme un trago de vez en cuando soy dada para las relaciones abiertas o llevadas a los extremos.
Al día siguiente desperté temprano, como siempre. Aprovechamos para ir a desayunar en la casa de Adere, ante la invitación que nos extendió Saúl, su esposo, buscando distraer un poco a mi padre y solo regresamos a casa para la hora del almuerzo que es la que él fijó para la lectura del testamento.
Esta clase de actos son demasiado aburridos y largos para mi ritmo de vida. El simple hecho de permanecer sentada por un rato escuchando algo que no me causa la mayor emoción me causa ansiedad y hoy es uno de esos días donde no solo la ansiedad de salir un rato de casa juega con mis emociones sino también la tristeza que produce escuchar los últimos deseos de mi madre.
Si estaba esperando algo que me sacara de este estado de estrés nostálgico, sentí una sacudida cuando el notario leyó en nuestra presencia la distribución de los bienes.
—Para mi esposo Aquiles Galanis, dejo el veinticinco por ciento de mis bienes distribuidos entre acciones de las empresas, propiedades, cuentas bancarias, títulos valores, entre otros claramente identificados en el anexo de este testamento. Mientras que para mi hija Adere Galanis dejo veinticinco por ciento de los bienes antes descritos y para mi hija Léa Galanis dejo el cincuenta por ciento de todos los otros bienes restantes, también descritos en el anexo.
Sorprendida por esta decisión aguardé a que el notario culminara con la lectura de las últimas estipulaciones, y apenas este comenzó a guardar en su portafolio una copia del testamento pregunté:
—¿Por qué esa distribución tan desigual? —Les inquiero observándolos a todos.
—Léa, hermanita, deja que te explique —Interviene Adere—. Cuando mamá hizo ese testamento yo estuve presente, ella consultó con nuestro padre y conmigo si nos oponíamos a que te dejara ese porcentaje. Obviamente ambos estuvimos de acuerdo con su decisión. Igual yo iba a renunciar a la herencia, pero ella insistió en dejarme ese porcentaje porque como hija tengo derechos. Yo tengo mis bienes, afortunadamente mi profesión me ha dado riquezas que me permiten vivir cómodamente, y Saúl con su trabajo y sus bienes heredados nos ha acomodado como bien siempre dice, como nos merecemos. No me hace falta nada más. —Hace una pausa—. En cambio, tu hermanita, apenas vas a comenzar a ejercer tu profesión, te falta mucho camino por recorrer y si debes hacerte de un piso, eso es ahora, con la herencia que con mucho cariño mi madre o, mejor dicho, nuestros padres tienen pensado para ti. Mereces eso y mucho más porque pese a nuestra preocupación has sabido defender tus ideales y dejarlos bien en alto. Siempre querré lo mejor para ti y esta es la muestra de ello.
—¡Wow! Adere, pero no era necesario que te sacrificaras por tanto —Le digo con pena.
—Ya deja de renegar y agradece —Me dice Adere con los ojos aguados—. Es lo que nuestra madre quiso, y así debe cumplirse.