Desperté de nuevo con la espalda desnuda de Andrea a mi lado. Mi preciosa pelirroja seguía acostada boca abajo, con la sábana cubriendo gran parte de su cuerpo, excepto el inicio de la espalda. Giré a un lado y apoyé mi rostro en la mano. La observé por enésima vez ese día. Por más que quería extraer esa antigua maldad que brotaba de mí cuando dormía con cualquier otra mujer, era imposible con ella. No la amaba, porque no lo hacía, sin embargo, era imposible negar que me gustara amanecer entre sus piernas. Era una vista maravillosa, como la luz sobre un témpano reluciente.
Durante la madrugada le pregunté cosas simples como su primer apellido, y así cercioré que conocía el correcto. Le pregunté por qué decidió estudiar periodismo, si era hija única o vivía aun con sus padres. Ella me enc
