—¡Mierda! —gruñí dentro de la cabina del taxi—. Dejé mi teléfono. Hurgué entre mis bolsillos con desesperación. Encontré un ticket de compra y un par de billetes. Golpeé mi frente con el talón de la mano y recosté mi espalda al asiento trasero del auto. Fui una estúpida al acostarme con ese desconocido, para satisfacer la mundana necesidad s****l. No sabía quién era, si tenía alguna enfermedad o una mujer lo esperaba en casa, con cinco niños y un café caliente. Me sentía asqueada. Tendría que practicarme pruebas venéreas al regresar a Nueva York, después de estar con un hombre apuesto y que besaba mejor que mi ex. Lo sucedido era una locura, desde conocerlo en ese lugar poco convencional para alguien como yo, hasta terminar durmiendo con él en un granero. Y sí, me arrepentiría el resto d