Capítulo 3.4

1943 Words
Una semana Shiro soportó dormir en la intemperie. Trataba de refugiarse dentro de algún juego de un parque o en algún callejón, pero el frío de la lluvia le calaba hasta los huesos, y eso que recién empezaba setiembre. Entre los dueños de los negocios de Kabukicho intentó encontrar algún lugar en donde pudiera quedarse, pero fue inútil, ya que los negocios funcionaban de noche, haciendo imposible que pudiera refugiarse en ellos. Al no saber qué hacer, el recuerdo de las últimas palabras que le dijera la viuda Takahashi llegaron, y él pensó que eso había sido una maldición que esa mala mujer le había lanzado. «Tendré que volver donde ella y acceder a todo lo que me pida. Si muero no volveré a ver a Kazumi, así que, si tengo que pasar por la denigrante experiencia de tener que vivir con esa mujer para algún día volver a ver a mi niña, lo haré. Es solo cosa de unos meses para terminar la escuela y dejar ese lugar que, ya imagino, será un infierno». Teniendo bien en claro el por qué regresaba a la casa de Takahashi san, Shiro golpeó la puerta. Un hombre la abrió, solo vestía los pantalones y aparentaba unos treinta y algo de años. El desconocido preguntó a Shiro, de muy mala manera, sobre qué quería. Este le dijo su nombre y preguntó por la viuda. Como la vivienda no era muy grande, la dueña de casa pudo escuchar la voz del muchacho preguntando por ella. Takahashi san había amanecido con un cliente de su snack con el que usualmente tenía encuentros íntimos clandestinos, ya que el hombre era casado. La viuda, aunque podía tener a cualquier espécimen del sexo opuesto en su cama porque no era de mal ver, estaba obsesionada con Shiro, así que vistió su bata, calzó sus sandalias, tomó el resto de la ropa y zapatos de su acompañante de turno y salió hacia la puerta principal. - Ya es hora que te marches, Isao –soltó la viuda entregándole sus pertenencias al hombre. Este, quien la conocía bien, pudo notar el interés de la mujer por el muchacho, por lo que protestó. - ¿Me echas para revolcarte con uno que es casi un niño? –dijo el amante de turno de Takahashi san mientras se calzaba y terminaba de vestirse. - Él es mi sobrino, y tú estás de más aquí –se excusó la viuda. - Sobrino… sí, claro –soltó con burla el hombre llamado Isao y luego miró a Shiro-. No tienes cara de ser como nosotros, debes estar aquí por necesidad –dedujo lo último al barrer con la mirada a Shiro y notar que sus ropas y calzado no era de los mejores-. Cuando puedas, huye; ella no es una buena mujer –dijo el hombre y se retiró de la propiedad. - ¡Imbécil! Como si fueras alguien de honor para dar tu opinión sobre mí –dijo la viuda jalando a Shiro para hacerlo entrar y cerrar la puerta-. Te dije que regresarías cuando el clima no te permitiera vivir como un mendigo –soltó Takahashi san acercándose a Shiro. El muchacho lamentaba su fortuna al tener que sucumbir ante esa mala mujer solo por haberse quedado solo en la vida a temprana edad. En eso llegó a su mente desde su memoria el rostro sonriente de Kazumi cuando le dijo que era cálido como el sol y dulce como la miel, y le bastó para tragarse su lamento y encarar la situación para sobrevivir. - Tenía razón, nunca iba a lograrlo solo –dijo Shiro mirando a la mujer sin expresión en su mirada. - Dejemos algo bien claro, muchacho –empezó a hablar la viuda al notar que en la mirada de Shiro no había ninguna emoción para ella-. Tú tienes algo que quiero y yo te puedo brindar un lugar donde vivir y comida. No es necesario que me des el poco dinero que te pagan por los trabajos que realizas los fines de semana, ese úsalo para mejorar tu vestimenta y calzado. Tampoco te pido que te enamores de mí, solo que tu cuerpo responda como yo quiero. Si estás pensando en otra mientras estoy encima de ti, no me interesa mientras me des lo que quiero –la viuda comenzó a caminar hacia la habitación que sería del jovencito cargando una de las bolsas que este llevaba consigo. Él la siguió manteniendo la misma inexpresiva mirada-. Ah, y tampoco es que a cada rato voy a querer estar sobre ti, yo también tengo que trabajar para ganarme el sustento. Cumplirás sin contratiempos con tus deberes de la escuela y los compromisos laborales que tengas. Ten, esta es la llave de la puerta de entrada –tomó la mano de Shiro y puso sobre su palma una pequeña llave plateada-. Ahora esta será tu casa, y yo, cuando quiera, seré tu mujer –la viuda se acercó a Shiro y posó sus manos sobre el abdomen del muchacho, sintiendo de inmediato los músculos marcados que tenía en esa zona, despertando en ella el deseo de tenerlo entre sus piernas. - Ahora debo irme a uno de los moteles de Aihara san, ya que debo arreglar unas puertas y ventanas, además de ayudar con la pintura –soltó Shiro dando a entender que en ese momento no podía acceder a los caprichos de la viuda. Aihara san era prácticamente el dueño de todo en Kabukicho, un yakuza con mucho poder en el barrio rojo, el proxeneta mayor, ya que nadie se prostituía en esa zona sin que él lo supiera, debiendo pagar un tributo para obtener el permiso, y si Shiro estaba trabajando para él, debía ser puntual y cumplir con sus horas laborales, sino se metería en problemas. - No te preocupes, ve y cumple con tu trabajo. Cuando regreses, antes que yo me vaya al mío, me darás lo que quiero de ti. El muchacho estuvo pensativo durante las horas en que estuvo haciendo el trabajo de carpintería y pintura en ese motel en Kabukicho. Como nunca antes lo había hecho, empezó a observar a todos los que tenía a su alrededor, llegando a la conclusión de que todos tenían vicios que dominaban sus vidas, y que por ello trabajaban en ese barrio donde se podía encontrar todas las formas posibles en las que se puede pecar. Para esas personas era algo normal ser así: beber hasta perder la consciencia; acercarse a una mujer y consultar por su precio como si estuviera preguntándole su nombre o edad; golpear hasta matar a quien no quería o podía pagar las deudas de apuestas; perder la mente fumando, aspirando o inyectándose cualquier droga que les ayude a alejarse de la horrible realidad en la que estaban sumergidos. Vivían sin preguntarse qué pasará mañana, sin tener objetivos que alcanzar, sin sueños que cumplir. Aunque reían, no eran felices; se les notaba el miedo, la tristeza, el enojo, el asco, la desesperación, pero parecía que no sabían identificar esas emociones y solo las cubrían aparentando alegría, que viviendo en ese libertinaje era como querían terminar sus días. Shiro entendió que él era diferente a ellos; que él sí tenía sueños, aspiraciones; que sí pensaba en un mañana, y que sabía que la vida que llevaba no era la máxima expresión de la felicidad porque estaba solo. La imagen de Kazumi, su niña, como él la llamaba, llegó a su mente y pudo sonreír, aunque sabía que después de sucumbir a los deseos de la viuda Takahashi iba a llorar y detestarse a sí mismo por no haber encontrado otra forma de sobrevivir. Eran las 4 pm cuando regresó a la vivienda en donde se cobijaría de la lluvia y el frío por los meses otoñales e invernales. Abrió la puerta con la llave que le entregara la viuda y fue hacia su habitación. Shiro esperaba descansar, aunque sea unos minutos, sobre la cama que no tenía idea si era cómoda o no, pero Takahashi san no lo dejó, ya que lo esperaba desnuda sobre la cama. Él solo desvió la mirada hacia una de las paredes de la habitación. Para darse ánimo y pasar ese incómodo momento se repetía a sí mismo que todo era por sobrevivir para volver a ver a Kazumi. La viuda dejó la cama del muchacho, caminó hacia él y comenzó a despojarlo de la vieja y sucia ropa que vestía después de una ardua jornada de trabajo manual. Al estar desnudo, lo llevó hacia el baño para que tomara una ducha, la cual hubiera sido gratificante, si no fuera por el constante manoseo que sufrió por la depravada viuda. Al estar completamente limpio, la experimentada mujer lo llevó a su habitación. Ya sobre la cama de la viuda, esta comenzó a besar y lamer cada rincón del cuerpo de Shiro, excepto su cara, ya que ella no era de besar cuando solo se trataba de sexo. Con sus manos la viuda masturbó al muchacho, el cual solo atinó a cerrar los ojos e imaginarse a Kazumi de unos veinticinco años besándolo, tocándolo, lamiéndolo, chupándolo, todo lo que Takahashi san le hacía. Al recrear esa imagen en su mente, el cuerpo de Shiro respondió al estímulo táctil de la viuda, quien, tras colocar un preservativo en el falo erecto del muchacho, lo introdujo en su v****a al sentarse sobre él. El movimiento constante vertical que rítmicamente le ofrecía esa mujer empezó a gustarle, pero por haberse enfocado agudamente en lo que recreaba su mente, no era consciente que quien le ofrecía ese placer era alguien más y no una adulta Kazumi. Al llegar al clímax y lograr el orgasmo al eyacular, Shiro soltó entre gruñidos el nombre de su niña. La hora avanzaba y al tener que ir para abrir el snack donde trabajaba, la viuda se alejó de Shiro para asearse, vestir sus ropas y salir de la vivienda, dejándolo solo con sus pensamientos, emociones y sentimientos al muchacho. Cuando escuchó que la puerta se cerró, las lágrimas empezaron a caer de los ojos del jovencito. En ese momento no sabía con certeza la razón de su llanto: si era porque prácticamente había sido violado o porque extrañaba de sobremanera los días en que vivía con Maeko san y Reiko, esperando deseoso el momento en que llegara Kazumi para compartir un bonito tiempo con ellos, a quienes consideraba sus amigos. Shiro sentía que algo se había quebrado en él, pero se obligó a restaurarlo y a continuar, ya que no podía dejarse vencer por esa situación, no cuando tenía tantos sueños que quería hacer realidad, en especial uno que era el que lo mantenía cuerdo y con la esperanza al 100 %: volver a ver a Kazumi para decirle todo lo que sentía por ella. Después de llorar por casi una hora, con los ojos hinchados y sintiéndose sucio, Shiro aseó su cuerpo, vistió el único pijama que tenía y sin cenar se fue a dormir a su habitación. En un solo día le habían pasado tantas cosas: había tenido que doblegar su orgullo y dignidad para regresar a tocar la puerta de Takahashi san; había descubierto que estaba rodeado de gente viciosa y corrompida que sufría porque ese estado pecaminoso solo les producía una falsa felicidad; había conocido el tacto de una mujer sobre su piel y el calor interior del cuerpo femenino sin desearlo; había llorado como hace mucho no lo hacía, que fue cuando murió su madre, y había reafirmado que su propósito de querer salir del hoyo donde se encontraba tenía nombre y apellido: Kazumi Shimizu.
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