Capítulo 3.3

1999 Words
- Esta será tu habitación. Deja tus cosas en ella y luego ven hacia la cocina –el jovencito solo asintió con una reverencia, ya que en ningún momento pudo pronunciar palabra ni mirar a quien le hablaba. Después de hacer lo que le pidieron, caminó hacia la cocina. Él ya conocía la distribución de la pequeña casa porque el día en que fue con Maeko san para hablar sobre si sería posible acogerlo mientras cursaba el último año de secundaria superior pudo observar el espacio de esa propiedad, por lo que no se le hizo difícil encontrar a la viuda. - Ya dejé mis pertenencias en donde me indicó, Takahashi san –dijo Shiro aún sin notar las intenciones de esa mujer. Tenía las palmas de las manos pegadas a los muslos, como si estuviera en posición de atención y seguía fijando la mirada en el suelo. - Shiro, ¿ya has podido conocer a una mujer en la intimidad? –preguntó la viuda mientras cortaba una rebanada de manzana. - ¿A qué se refiere, Takahashi san? –preguntó levantando la mirada, la cual mostraba duda e inocencia. - ¿A que, si has visto, tocado, una mujer desnuda? –la viuda se acercó a él con el trozo de manzana que había cortado en una de sus manos, mientras que con la otra desataba el nudo que mantenía su bata cerrada. - ¡No! Yo respeto a Kazumi –soltó sin pensar en lo que decía. La viuda se detuvo y su expresión facial lucía enojada. - ¿Quién es Kazumi? –preguntó malhumorada. - La niña que me gusta. ¿A eso se refería? ¿A si la he tocado? Es que ella es a la única que se me antoja querer tocar –casi en un murmullo, sonrojado y sin saber claramente el por qué confesó tremendo secreto a aquella mujer que recién estaba conociendo, Shiro respondió sinceramente. - ¿Qué edad tiene? –quiso saber la viuda. - Acaba de cumplir trece años –la experimentada mujer empezó a reír a carcajadas, mientras que Shiro no entendía por qué reía su nueva casera. - Shiro, yo hablo de mujer. ¿Acaso crees que ella tenga esto? –y le mostró uno de sus pechos al abrir la bata que portaba. El jovencito retrocedió asustado, ya que no se esperaba que la viuda hiciera eso-. ¿Has tocado alguna vez el cuerpo de una mujer de verdad, querido Shiro? - N-no –soltó mirando hacia un lado, ya que no se sentía bien prestándole atención a la viuda. - ¿Y alguna mujer te ha tocado íntimamente? –el jovencito no notó que la viuda se acercaba a él. Ella llevó una de sus manos hacia la entrepierna de Shiro y apretó suavemente. Al no gustarle lo que la viuda estaba haciendo, se alejó de ella corriendo hacia la habitación en donde había dejado los tres bultos con los que llegó-. ¿Qué crees que haces? –le preguntó la viuda al verlo salir de la habitación junto a sus pertenencias. - Me voy. Creo que es una muy mala idea que me quede con usted –dijo Shiro sin mirar a la mujer, caminando hacia donde estaba la puerta de salida. - ¿Y a dónde piensas ir? No tienes a nadie que pueda ver por ti. Si te quedas conmigo tendrás donde dormir y comida caliente, hasta tendrás con quien pasar la noche divertidamente –y nuevamente la viuda quiso tocarlo en su zona íntima, pero él la alejó al apartarla con el brazo, haciendo que la mujer trastabillara al enredarse con su propia bata. - Lo siento. Lo que me ofrece es muy poco para lo que me pide hacer –dijo Shiro seguro de lo que hacía y continuó caminando hacia la puerta. - Ahora que llegó la primavera y vendrá el verano podrás dormir en las calles, pero cuando el otoño comience regresarás a mí rogándome porque te abra mi puerta. Y ten la seguridad que así lo haré, siempre y cuando tú te quieras meter entre mis piernas y pagarme con placer el hospedaje y la comida que te daré –soltó la viuda con una voz que parecía que le estaba echando una maldición. Shiro solo siguió caminando y no paró hasta que se supo seguro. Al necesitar un espacio en el que pudiera dejar lo poco que tenía, usar el baño y dormir, aunque sea, en el suelo de un pequeño espacio techado, Shiro caminó hacia la escuela pública donde estudiaba esperando que alguien pudiera brindarle una mano. Como faltaba una semana para el inicio de las clases, el colegio estaba vacío. Sin saber qué hacer se sentó sobre la acera y empezó a llorar. Más que preocuparle en dónde viviría, lloraba por el bochornoso momento que esa mujer le hizo pasar. Si Shiro hubiera sido un muchacho sin pudor ni moral no lo hubiera pensado dos veces y hubiera aceptado la propuesta de la viuda, pero él ya había entregado su corazón a Kazumi, aunque esta misma no lo supiera, y no quería traicionar a su corazón ni a la niña que ya amaba al enredarse por necesidad con una mujer que podría ser su madre. El encargado de la seguridad de un edificio de estacionamientos que quedaba a dos cuadras de su escuela lo vio llorando cuando pasó por donde él estaba sentado y desesperanzado. El hombre mayor se acercó a él para preguntarle si de alguna manera lo podía ayudar, y él le contó entre sollozos lo que le acababa de ocurrir. - La vida es dura, muchacho, y en ella te toparás con personas como esa mujer, y aún peores que ella. Sin embargo, por más que golpee la vida, aún hay personas que no olvidamos que lo que damos será lo que recibimos. Así que ven conmigo, no tengo mucho que darte, pero al menos no estarás durmiendo bajo las estrellas y podrás dejar tus pertenencias mientras vas a la escuela –secándose las lágrimas con su camiseta, Shiro agradeció al hombre mayor lo que estaba haciendo por él y le preguntó su nombre-. Soy Daiki Hashimura. Puedes llamarme como quieras, pero siempre con respeto –y tras recibir la sonrisa del noble hombre entrado en años, Shiro suspiró algo aliviado y marchó al lado de su nuevo amigo. Hashimura san vivía en un pequeño cuarto con baño que estaba destinado para el guardia de seguridad de ese edificio de parqueo. Para fortuna de Shiro, el anciano tenía un camarote de dos niveles en su habitación, por lo que no dormiría sobre el duro suelo. El jovencito le agradeció nuevamente por la ayuda que le brindaba, pero ahora lo hacía con una reverencia de 90° grados. - Se nota que eres un muchacho de nobles sentimientos y bien educado. ¿Acaso eres un niño rico que ha caído en desgracia? –bromeó el guardia con el muchacho. - No, siempre he sido pobre, y desde los diez años huérfano –el hombre mayor lamentó cómo la vida había maltratado a su nuevo joven amigo-. ¿Por qué esa pregunta, Hashimura san? - Por tus ojos. No son comunes. - Mi madre me comentó que heredé los ojos de mi padre, a quien no conocí. Él murió antes de que yo naciera –sin madre y sin padre, Shiro era una presa fácil para personas con muy malas intenciones, pensó el hombre mayor. - ¿Y él era extranjero? - No. Él era japonés, se apellidaba Morita, pero heredó de su madre, mi abuela, esta característica que es una mutación muy particular. Mamá me contaba que no solo mi padre tenía los ojos del color del ámbar, sino sus hermanas, mis tías, también tenían ese particular matiz de ojos. - ¿Y en dónde están tus tías? ¿Las conoces? - No. Mamá no se llevaba bien con la familia de mi padre, y, cuando este murió, perdió todo contacto con ellos. Antes de morir trató de encontrarlos para que yo no me quedara solo, pero no pudo dar con ellos. Si no los he buscado es porque creo que ellos no quieren saber de mí. Mamá estaba sola en el mundo hasta que conoció a papá, así que ellos debieron saber que cuando papá murió, mamá y yo nos quedábamos solos, por lo que pudieron buscarnos y aceptarnos en su familia, pero no lo hicieron. Supongo que al ser hijo de la mujer que despreciaron, también lo hicieron conmigo. Al vivir con su nuevo amigo Shiro cambió su rutina para poder ayudarle en lo que pudiera, tener tiempo para estudiar y para seguir trabajando los fines de semana. Aunque sus clases empezaban a las 8 am, el muchacho se despertaba a las 5 am para limpiar el baño y la caseta en donde debía pasar todo el día cuidando el ingreso y salida de vehículos Hashimura san, preparaba el desayuno con los insumos que su nuevo amigo compraba y ayudaba al repartidor de periódicos a surtir la máquina expendedora. Luego iba a la escuela y regresaba a las 5 pm. Llegaba a ayudar en lo que el noble hombre mayor necesitara y a preparar la cena. A partir de las 9 pm empezaba a hacer sus deberes escolares hasta la medianoche. Los fines de semana en vez de ir a la escuela iba a trabajar haciendo trabajos de limpieza y reparación en los diferentes negocios en Kabukicho, siempre evitando ir por la zona en que quedaba el snack que atendía la viuda Takahashi, aunque ese negocio abría a partir de las 6 pm. Así estuvo viviendo Shiro hasta mediados de agosto, mes en el que su nuevo amigo ya no pudo ayudarlo más al enfermar. Daiki Hashimura tenía setenta años cuando se topó con Shiro y quiso ayudarlo, pero su salud no estaba del todo bien. El hombre mayor había desarrollado una afección cardiaca que debía ser atendida con una cirugía y de ahí dejar de trabajar arduamente como lo hacía. Al encontrarse a un desvalido jovencito pospuso sus planes de dejar el trabajo para que le realicen la cirugía y retirarse a vivir con su hijo en la ciudad de Fukuoka, de donde era oriundo, por lo que tendría una seria recaída a principios del mes de agosto. El hijo de Hashimura san llegó a coordinar la cirugía de su padre y a disponer su traslado. Al saber la situación del muchacho quiso ayudarlo y le propuso que vaya con ellos a Fukuoka, pero Shiro no quería dejar Tokio. El principal motivo para no dejar la capital era que no perdía las esperanzas de encontrarse nuevamente con Kazumi. Confiando que todo estaría bien, Shiro junto a Reiko, antes de que esta marchara hacia Italia, le mostraron a la niña la nueva casa en donde viviría el muchacho, pero él no le pidió la dirección de su casa a su querida niña, ni siquiera un número telefónico al cual pudiera contactarse con ella. Por ayudar a su amigo Hashimura san y trabajar en los negocios de Kabukicho, Shiro no había podido ir hasta la Universidad de Tokio e intentar encontrársela en los alrededores del campus, ya que con la facha que tenía por sus malaspectosas ropas no lo dejarían ingresar a la institución educativa. El hijo de Hashimura san habló con el dueño del edificio de parqueo para pedirle que el muchacho pudiera refugiarse en el cuarto en el que había sido acogido por su padre, pero el hombre de negocios no quiso, ya que solo podía hacerlo si se quedaba con el empleo que estaba dejando el hombre mayor al jubilarse, pero Shiro tampoco quería dejar la escuela, así que no le quedó de otra que cargar con sus pocas cosas e irse a buscar en dónde podría vivir por los meses más duros del año, los que acogen a las húmedas y frías estaciones de otoño e invierno.
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