Capítulo 10.2

1619 Words
- Hace dos años atrás murió mi único hijo varón, pero eso no es lo único que causa mi pena. Meses antes de partir de este mundo, me confesó el gravísimo error que cometió cuando era un joven de apenas veintiséis años cumplidos. Estaba enamorado, había embarazado a la joven, y como yo le pedí que se casara con la hija de un amigo para formalizar la sociedad comercial entre nuestros negocios, él no me dijo lo que sucedía, aceptó lo que le solicité hacer y él decidió que ese niño no podía nacer. La joven huyó con mi nieto en su vientre y nunca más regresó a buscar a mi hijo. Al enterarme de esto, empecé a buscarla, pero cuando la encontré, ella llevaba trece años bajo tierra: había muerto por el cáncer de mamas que la enfermó y sumida en una extrema pobreza. Ahora estoy tras los pasos de mi nieto. De tres posibles candidatos, el segundo acaba de ser descartado. Solo me queda uno por encontrar y en verdad espero que sea él porque siento que no puedo soportar más esta pena que me consume al saber que aún no puedo resarcir el error de mi hijo porque no encuentro a mi nieto. Sé que no puedo hacer nada por la madre, más que darle su lugar dentro de los muertos de mi familia, pero aún puedo darle el mundo a ese joven, hacer de él alguien valioso e importante, hacerlo mi heredero y que nunca le falte nada por el resto de su vida, darle la felicidad que mi hijo le negó cuando calló y no me confesó que estaba enamorado y que sería padre –el anciano pescador aficionado pudo captar los sentimientos de Masaki, por lo que apoyó una de sus manos sobre el hombre de este y lo apretó ligeramente para decirle con ese gesto que lamentaba la desgracia por la que estaba pasando-. Por cierto, soy Masaki Fukuda –dijo el anciano millonario e hizo una reverencia de saludo. - Y yo soy Daiki Hashimura –y el nuevo eventual amigo de Masaki hizo otra reverencia-. Imagino que su búsqueda lo trajo a Fukuoka –Masaki asintió-. Yo nací en esta ciudad, pero la mayor parte de mi vida la viví en Tokio. Si me cuenta algo sobre quién está buscando, quizás le pueda ayudar. Por lo que me ha contado, la madre del niño murió pobre, y yo no he sido un hombre adinerado, así que fueron los barrios y calles marginales de la capital por donde más anduve, así que hay una posibilidad de que le pueda ayudar. - Busco a un joven que ahora debe tener veinticinco años. No lo puedo describir físicamente porque no tengo una fotografía de él, pero imagino que ha debido de heredar una característica genética de la familia de mi esposa que mi hijo también tenía: ojos color ámbar, dorados como la miel, el oro o el sol –Hashimura san de inmediato abrió los ojos y quiso gritar, pero las palabras no salían de su boca al estar tan sorprendido de que el muchacho a quien ayudó hace ocho años atrás sea el que ese hombre multimillonario estaba buscando. - Shiro, usted habla de Shiro, un joven muy apuesto de ojos dorados, yo lo conocí pocos meses antes de que por mi enfermedad tuviera que dejar Tokio. Mi hijo y yo le pedimos que viajara con nosotros, para que no se quede solo, pero no quiso –Masaki no podía creer lo que escuchaba. Él no le había dicho el nombre de su nieto, pero el anciano enfrente de él acababa de pronunciarlo. - Por favor, cualquier pista que me dé para llegar a él me será de mucha ayuda. - El muchacho se había quedado solo porque la viuda y la hija de esta con quienes vivía se habían ido al extranjero porque la joven ganó una beca de estudios. Pero no por eso terminó en la calle, sino porque la mujer a la que la viuda recomendó cuidar del joven hasta que terminara la escuela y encontrara un empleo a tiempo completo empezó a acosarlo, le pedía que le cumpliera ciertos favores sexuales para quedarse a vivir en un lugar cálido y con comida –la cara de Masaki mostró ira al escuchar que su nieto había pasado por esos inconvenientes-. Cuando me vine, lo último que supe fue que mi joven amigo estuvo buscando opciones de trabajo para él, pero sin que tuviera que dejar la escuela, de ahí ya no sé más. - ¿Recuerda si le indicó en dónde vivía dicha mujer que lo acosaba? –preguntó Masaki pensando que debía conocerla y si logró hacerle daño a su nieto, hacerla pagar por ello. - Claro. Vivía en una calle paralela a Omoide Yokocho, los callejones de pequeños restaurantes de comida de Kabukicho, del barrio rojo. Era una mama que atendía un snack, pero algunos llegaron a afirmarme que en verdad era la jaladora de un prostíbulo, y, cuando quería, ella misma se ofrecía como mercancía –Masaki temblaba de la ira que sentía de saber que una persona así pudo haber herido a su nieto. Llamó a Murakami para que pudiera hablar con Hashimura san y anotara todo lo que el anciano aficionado a la pesca sabía sobre su nieto. Luego se ofreció a llevarlo a la casa de su hijo, en donde vivía su retiro cómodamente, pero antes de irse le entregó un sobre con una fuerte cantidad de dinero, el cual no quiso aceptar Hashimura san porque él en verdad quería ayudar a su joven amigo Shiro, pero Masaki insistió y no le quedó otra que tomar el dinero y agradecer por él. Un mes después de haber hecho algunas averiguaciones estaba Masaki con Murakami y una docena de hombres ingresando a esa zona urbana marginal cercana a Kabukicho. Los autos blindados llamaron la atención de los residentes, quienes no entendían qué hacía un hombre que lucía importante, poderoso y adinerado golpeando la puerta de la viuda Takahashi, ya que nadie creía que fuera uno de sus clientes porque esa mujer no era una prostituta V.I.P. La puerta la abrió un hombre que era uno de tantos amantes eventuales que tenía la viuda, el cual fue ahuyentado por el equipo de seguridad de Masaki. El anciano multimillonario, seguido de Murakami y sus hombres, ingresó a la vivienda sin ser invitado. Este miraba asqueado el lugar, no porque estuviera impregnado de la pobreza, sino porque le repugnaba el pensar que esa mujer pudo ser capaz de condicionar a su nieto a que sea su sumiso con tal de tener un techo donde protegerse del frío. - Pero ¿quiénes son ustedes? ¿Qué hacen en mi casa? ¿Dónde está Kubo san? –preguntaba la viuda al no saber en dónde se había metido su acompañante de turno y qué hacían esos hombres ahí. - ¿Yumei Takahashi? –preguntó Murakami. La viuda confirmó su identidad con un movimiento de cabeza-. Estamos aquí porque queremos saber dónde está Shiro Morita –la viuda abrió los ojos con sorpresa y un aire de obsesión, ya que seguía encaprichada con el muchacho. - No tengo ni idea de dónde pueda estar –soltó cubriendo su cuerpo con la bata que vestía, ya que notó que el anciano que lucía ser el jefe del resto de hombres la miraba con asco, algo que la intimidó. - ¿Shiro Morita vivió en esta propiedad? No te atrevas a mentirme porque tengo medios que me permitirán conocer la verdad –soltó Masaki con enfado, ya que notó al observar los gestos de la viuda un rastro de locura cuando escuchó el nombre de su nieto, comprobando así que ella tenía un apego enfermizo por el muchacho. - Si tiene los medios, úselos, yo no tengo por qué decirle nada a usted ni a sus hombres. ¿Acaso cree que le tengo miedo porque viene con guardaespaldas? No, señor. Esta es mi casa y la respeta. - ¡Este mugrero no es una casa, es un antro de perdición y pecado! –elevó la voz Masaki para callar a la viuda. Se acercó con una mirada llena de una mezcla de repulsión e ira que intimidó a Takahashi san-. Así como obtuve tu nombre y me enteré a lo que te dedicas, voy a averiguar si Shiro Morita vivió contigo y qué clase de vida tuvo durante ese tiempo. Si le hiciste daño, no dudes que acabaré contigo. No tienes ni idea de quién soy y que tan cerca estás de ganarte mi resentimiento -después de decir esas palabras, Masaki dio la orden de retirarse a Murakami y sus hombres. Todo aquel que trabaja o tiene algo que ver con el barrio rojo de Kabukicho calla todo aquello que suceda en ese espacio, por lo que obtener información se complicaba. Ni el dinero podía comprar la verdad, ya que temían que Aihara san, el yakuza que era prácticamente el dueño de ese lugar, se enterara que había un soplón revelando secretos, ya que era un hecho seguro que daría la orden de acabar con la vida de ese miserable soplón que solo intentó ganarse algunos billetes. Quizás si contaba que Shiro Morita podría ser su nieto y que él era un hombre multimillonario encontraría mayor ayuda, pensando en que podía el anciano recompensar por la información, pero Murakami le recomendó no cometer ese error porque empezarían a darle datos falsos con tal de sacarle dinero o podrían secuestrar al muchacho con tal de pedir un cuantioso rescate. Ante esta situación, tuvieron que ir lento en el proceso de obtener la verdad.
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