Capítulo 10.1

1636 Words
Después de los funerales de Aki, Masaki se alejó de los negocios y la búsqueda del nieto perdido para pasar unas semanas al lado de su querida Umiko, a quien, como a él, la muerte de su hijo la había golpeado duramente, volviéndose la tristeza en depresión y necesitando la ayuda de un profesional en Psicología para superar la pérdida. Lo que en realidad pudo mejorar el ánimo de la madre Fukuda fue que su esposo le revelara el secreto de Aki. Para Umiko, saber que había un joven entre las calles de Tokio que era vástago de su difunto hijo, la hizo renacer. Al perder Masaki energías tras la muerte de su único hijo varón, por todo el degaste emocional que tuvo al acompañarlo durante el tratamiento en los Estado Unidos, fue su esposa quien tomó el mando de la búsqueda y quien empezó a dirigir al investigador Murakami sobre lo que tenía que hacer para encontrar a ese nieto perdido. Lo último que se hizo sobre el caso fue buscar el registro médico de Shiro Morita, no encontrando resultados, pero al analizar la búsqueda, Umiko se fijó que el rango estaba solo definido sobre la ciudad de Tokio, así que ella pidió que hicieran una a nivel nacional, encontrando seis Shiro Morita nacidos en el año en que su nieto llegó a este mundo. Umiko pidió a Murakami que se solicite el registro educativo de esos seis Shiro Morita. Tres de ellos habían terminado la escuela en Tokio, así que decidieron buscar primero a esos tres muchachos, ya que eran en quienes las probabilidades de éxito estaban más presentes. Por una cuestión de proteger las identidades de los menores en esos tiempos, los registros educativos no presentaban fotografías, por lo que no tenían ese recurso para ayudar a la búsqueda. Umiko solicitó mirar entre los registros universitarios porque nada impedía que su nieto pudiera haber estudiado en la universidad si se ganaba una beca. De los tres jóvenes que estaban analizando sus vidas, solo uno había estudiado una carrera universitaria. Al ver la foto, la madre Fukuda le encontró un parecido a Aki, pero no tenía los ojos dorados, algo que no era probable. Murakami pensó que quizás el joven pudiera estar ocultando el color de sus ojos con algún accesorio estético, como lentillas de contacto, ya que al inicio de su vida la madre fue duramente tratada al creer que el niño era producto de una relación casual con un extranjero, así que no dudaron en ir a buscarlo para saber si él era el hijo perdido de Aki. Tras iniciar el seguimiento de sus pasos, demoraron ocho meses en encontrar a este primer candidato, ya que por trabajo había salido del país y en ese momento se encontraba radicando en la ciudad de Busán, Corea del Sur. A simple vista a Murakami le pareció que habían perdido el tiempo viajando para ver a ese sujeto, pero Umiko estaba tan emocionada al encontrar a este primer joven que sus deseos de hallar a su nieto la engañaron y le hicieron creer que había dado con él al insistir en que se parecía a su hijo Aki. Por la experiencia que el investigador privado tenía, le recomendó a la madre Fukuda no ser sincera sobre el motivo de su búsqueda, que lo más seguro era hacer una prueba de parentesco. Umiko reconoció que su criterio podría verse algo alterado por sus ganas de tener consigo a su nieto lo más pronto posible, ya que sentía que cuando encontrara a ese joven sería como volver a tener al Aki de esa edad, y así recuperaría en esta vida la esencia de su difunto hijo, por lo que aceptó que Murakami se encargara de conversar con el candidato y de gestionar las pruebas de laboratorio. Un mes estuvieron detrás de este Shiro Morita, quien no estuvo dispuesto a ayudar de manera rápida a la causa que Murakami le explicó, ya que le había dicho que necesitaban saber si podía ser donante de células madres para el hijo de una familia adinerada que estaba enfermo de leucemia. Tras ofrecerle una cuantiosa suma de dinero, el joven aceptó y se hizo las pruebas de sangre. Una semana después Umiko tenía los resultados en sus manos y fue para ella muy duro enterarse que ese Shiro Morita no era su nieto perdido. «Estaba tan cegada por mi ilusión de encontrar al hijo de Aki lo más pronto posible que llegué a ver en los rasgos de ese joven a mi hijo cuando tenía su edad. Creo que tendré que dejar este trabajo a usted, Murakami san, sino mi corazón decidirá erradamente y quien no es mi nieto será llevado a heredar la fortuna de mi esposo», dijo Umiko al investigador tras dejar Busán desilusionada por no haber hallado a su nieto tras casi un año de seguir la pista de este primer candidato. De regreso a Tokio, Umiko le contó con detalles lo ocurrido durante ese mes en Corea del Sur a su esposo y el anciano multimillonario solo supo consolar a su esposa, quien lloraba porque perdió la objetividad y empezaba a ver a su nieto en cualquier joven que tuviera la misma edad que él. Recuperado de la pérdida de Aki, Masaki le dijo a su esposa que él continuaría la búsqueda, que ella se encargara de que el hogar esté en excelentes condiciones para que cuando lleve a su nieto ante ella, este pueda sentirse cómodo y feliz en un lugar lleno de amor. Con ese nuevo acuerdo entre los esposos, uno que ponía al anciano multimillonario de nuevo en las andanzas por encontrar a su nieto y a su amada a gestionar el hogar, Masaki llamó a Murakami para elegir entre los otros dos candidatos al siguiente, de quien iban a seguir sus pasos para hallar con él. En cuatro meses dieron con este segundo Shiro Morita en la ciudad de Fukuoka. Masaki al verlo simplemente rechazó la posibilidad de que sea su nieto, ya que no encontró en él los ojos dorados que caracterizaban a Umiko, sus hijos y todo descendiente de un Omura, pero Murakami no podía dejarse llevar solo por lo que se veía, debía tener pruebas que aseguren efectivamente que ese sujeto no era el hijo perdido de Aki Fukuda, así que le entregó al segundo candidato una fuerte suma de dinero con la excusa de que estaban buscando un donante de células madres, la misma que usó para el primer posible nieto. Los resultados de la prueba de parentesco arrojaron que ese no era el nieto de Masaki y Umiko, así que dejarían esa ciudad al no encontrar lo que querían. Antes de ir al aeropuerto, Masaki quiso caminar un rato por la tranquila playa, aprovechado que el hotel donde se quedaban estaba a unas cuantas calles de ella. Al encontrar un pequeño muelle en donde varios pescadores aficionados estaban con sus cañas y anzuelos esperando si algún pez picaba, se acercó a ellos, ya que el anciano multimillonario gustaba practicar el deporte de la pesca. Como la mayoría de los hombres ahí estaban formando grupos, decidió acercarse a uno que realizaba la faena en solitario. Él solo se paró a su costado, no muy cerca del pescador, pero cuando el anciano aficionado a ese deporte se percató de su presencia, le sonrió y lo invitó a pescar. Masaki agradeció el gesto y tomó la caña que le ofreció y se sentó en silencio a su costado. El hombre reparó en la mirada de su callado acompañante y supo que estaba triste. El anciano pescador sabía que mientras más años se tiene, más recuerdos se almacenan y la tristeza golpea con mayor frecuencia la memoria, por ello decidió iniciar la conversación buscando aliviar el corazón de su eventual compañero de pesca. - Su pena debe ser muy grande para que cargue en su mirada una tristeza tan honda –mencionó el anciano aficionado a la pesca. - Siempre creí que en mis últimos años de vida tendría paz y descanso, pero esto no se ha dado así –dijo Masaki mirando el horizonte, deseando poder retroceder el tiempo y evitar que Aki cometiera tan terrible error. - No siempre se obtiene lo que se desea; la vida nos da lo que necesitamos, ella sabe más que nosotros –soltó el anciano pescador junto con una sonrisa-. Míreme a mí, pensé que trabajaría hasta morir porque no me hice de una profesión que me diera una pensión de retiro satisfactoria, pero al ayudar a mis hijos a ser mejores que yo, ahora son ellos los que cuidan de mí y hacen posible que tenga estos momentos de ocio a mis más de setenta y ocho años. - Nunca se es demasiado viejo para disfrutar –dijo Masaki sonriéndole a su eventual amigo- o para sufrir –agregó volviendo a sentirse miserable. - No se ve que haya sido una mala persona como para tener que sufrir en la senectud de la vida. - No lo fui y no lo soy, pero algo debí hacer mal. Quizás debí prestar más atención a mis hijos y trabajar menos. No lo sé, me moriré sin saberlo. - Si es por sus hijos que está así, le diré que uno nunca deja de ser padre. Aunque los míos me amparan económicamente, siempre debo intervenir cuando pelean por algo, es como si siguieran siendo niños –y soltó una fuerte carcajada, haciendo que Masaki se contagiara de la risa y siguiera su ejemplo-. Si gusta, puede contarle a este extraño lo que le aqueja y así soltar algo de la tristeza que guarda –Masaki sabía que esos temas no se hablan con cualquiera, pero necesitaba ser escuchado por alguien lejano a él y su familia.
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