Capítulo 2

1622 Words
La niña de mirada angelical estaba estupefacta por mi postura reacia frente a ella. Luego de cuestionarle quién era, ella preguntó casi en el acto: — ¿No me reconoces? Soy...— tan pronto como lo dijo se arrepintió automáticamente. — ¿Hm? ¿No me quieres decir? Bueno, no te preocupes, no necesito que me lo digas. Debes ser una princesa o algo por el estilo, no cualquiera tiene esa pinta — la niña puso una expresión como si hubiesen descubierto su secreto, y con cara de espanto quedó atónita unos segundos hasta que le dije: —. Tu secreto está a salvo, siempre y cuando me des un poco de ésa agua. — negocié, dejando perpleja a mi anfitriona. — Toma. — ofreció la niña, estudiando mis movimientos lentos y torpes. Bebí de la cantimplora que me había llenado con agua recién sacada del aljibe. Mis riñones volvían a trabajar, mis labios volvían a tomar un poco de color, pero ya estaban demasiados descamados y el ardor no se dejó ignorar. El cuerpo me temblaba, y como el hambre no era buen compañero, debía hacer algo pronto o caería desmayada de nuevo. Perdida en mis pensamientos, vi cómo llegaba a mi campo de visión un pan humeante, relleno de carne que se me ofrecían tímidamente. Miré a la niña y acepté la ofrenda de paz. Pero no podía quedarme sin saber por qué estaba una princesa en medio del desierto. — No puedo darte más, son para mi hermano, el ya debe estar por llegar. — se limitó a decir. — ¿Es por eso que estás acá? ¿Esperas a tu hermano? — cuestioné olfateando aquella valiosa pieza de comida. — Si. — contestó sin ánimos de seguir hablando sobre el asunto. — No deberías estar sola. Menos siendo tan pequeña. — comenté al aire, degustando mi comida.   — Lo sé. Pero prometí que lo esperaría aquí. Pase lo que pase. Quiero ser la primera a quien vea cuando él regrese. — confesó perdida entre sus pensamientos. —... De acuerdo. No es que me importe, pero deberías esconderte cuando lleguen forasteros a este lugar. — aconsejé, dando por terminada nuestra conversación. Había bebido y comido, mis fuerzas estarían bien por unos días más. — ¿Forasteros? Eres la primera que llega a este lugar desde hace muchos años. Además, ¿por qué no te llevas tu camello contigo? — preguntó intrigada al ver que estaba lista para partir sin aquel animal a cuestas. — No es mío. Una de sus sogas se debió haber amarrado a mi pie y me trajo arrastrando por todo el camino hasta aquí. Se ve que también tenía sed y estaba buscando este aljibe. Creo que debe ser de alguien del pueblo. Cuando acabé mis palabras, al levantar la vista me encontré con que estábamos rodeadas de un par de piedras de dimensiones considerables, y después del aljibe no había más que desierto. Volví la vista desconcertada hacia la niña. ¿Cómo había llegado ella hasta allí? Sin siquiera un camello o un caballo como mínimo. — Podrías quedarte hasta que él llegue. Dijo que no tardaría en llegar más de una o dos horas después del amanecer. — ¿Quieres que te acompañe a esperarlo? — no comprendí pero ella asintió. Entonces, no hice más que recostarme sobre el camello que se había echado a descansar, y usándolo de almohada, me dormí sobre él. — Por cierto, ¿cómo te llamas? — alcancé a escuchar que me preguntaba. — Ka... rina...— balbuceé ya en trance. De un momento a otro sentí un terrible dolor de cabeza. Cuando desperté, tenía a la niña gritando y al camello comiéndome el cabello. — ¡Irina! Al fin despertaste. — ¿Qué carajos les pasa a ustedes dos? ¡Suéltame el pelo, bestia! —al apartar el hocico del animal de mi cabeza, creí que había terminado mi problema, pero al tocar mi cabeza, me encontré con una muy repugnante sensación, entre la baba del camello y la arenilla que se colaba entre mis cabellos, prácticamente llevaba un perro muerto por pelo. —. ¿Y a ti qué te ocurre? — le pregunté sin disimular el asco que todavía tenía al tocarme la cabellera. — Te estaba llamando, vamos a volver a casa. Mi hermano tampoco volverá hoy. —dijo un tanto angustiada pero con aceptación. — ¿Tampoco? ¿Hace cuántos días lo estás esperando? — pregunté con sorna. — Vengo todas las mañanas, antes de que amanezca, desde hace dos años. — contestó seria. — Debería haber vuelto hace mucho, ¿no te parece? — le pregunté sin ánimos de regular mi tono de obviedad. — Si...— afirmó en un suave susurro. — Sabes que quizás el no...— pero antes que pudiera seguir hablándole, ella misma me interrumpió de inmediato. — Irina, lo sé. Créeme que lo sé...— al oír que comprendía perfectamente los hechos, entonamos la caminata por el trayecto de rocas que se levantaban como riscos sin intercambiar una palabra al respecto. — Así que... Irina...— me dije a mí misma. Me gustaba. Un nuevo nombre era como las puertas de un nuevo comienzo. Al ver la mirada desconcertada de la joven princesa, le advertí que aún no me había dicho su nombre —. ¿Cómo te llamas? —... Ellie. —... Esa pronunciación...— dije pensativa. — Lo sé, es un nombre muy antiguo. Pocos pueden decirlo adecuadamente así que entenderé que sólo me llames como el resto. — Te diré Ely. — la interrumpí resueltamente. Sin embargo, mi acción la había tomado por sorpresa. Se quedó expectante sobre aquel intercambio de palabras como si fuera totalmente nuevo para ella —. ¿Qué sucede? — le pregunté al no comprender qué había llamado su atención de ése modo. — Nada de lo que debas arrepentirte. — asintió esbozando lo que parecía una ligera sonrisa. — ¿Qué sucederá con el camello? — pregunté al notar que el animal nos seguía. — Es tuyo. — concluyó la niña sin muchos preámbulos respecto al tema. — No es mío, sólo nos encontramos en el desierto. — me atajé al instante. — Exacto. Te eligió como su dueña, así que es tu deber cuidar de él a partir de ahora en más. — su resolución era demasiado simplista, pero la verdad era que me molestaba más el hecho de tener que hacerme cargo de alguien más que no fuera yo misma. — Espero que no me des problemas, bestia. — y como si me hubiese entendido, volvió al intento de comerse mis cabellos, tirándome del pelo a modo de regaño serio. — Deberías dejar de llamarlo así. Parece que no le agrada. — me sugirió la niña. — Deberá acostumbrarse. Ése será su nombre. — proclamé al aire. — ¿Qué tal Melli? — opinó Ely animada por la nueva actividad de buscarle nombre al animal. — ¿Melli? — repetí dudosa. — Si, sería como un juego de letras. Ca-me-llo, me-llo, me-lli. — No sé, Bestia le queda mejor. — dije pensativa, recibiendo otro tirón de pelo. — ¿Te gusta más Melly, verdad? — le preguntó al camello y entonces pasó algo curioso, el animal soltó mis cabellos y se quedó contemplando apaciguadamente a Ely. — Así que Melly... Bueno, creo que sé muy bien qué haré contigo. Después de todo, salvaste mi vida. Lo mejor que puedo hacer es venderte. — dije seriamente, poniendo los pelos de punta tanto a Ely como al camello. — ¡No puedes hacerle eso! Acabas de admitir que salvó tu vida, cómo podrías hacerle algo así. — me reprochó la niña en defensa de su nuevo amigo. — No sé nada sobre estos animales, probablemente muera si lo tengo a mi cuidado. Me parece lo más sensato, además piensa que alguien más debe estar necesitando un camello para cruzar el desierto, podré venderlo fácilmen... — pero al pensar en eso, me di cuenta de que tarde o temprano necesitaría nuevamente del animal. Después de todo, no planeaba quedarme en un sitio como ese por mucho tiempo. Entonces, miré al animal y éste hizo lo mismo. Intercambiamos miradas unos instantes y entonces admití en voz alta que cuidaría de él. — Siempre y cuando dejes de masticar mi cabello. — le advertí. El festejo de Ely y el camello me resultaron exagerados, prácticamente se abrazaron y saltaron de alegría. Los miré de reojo y los ignoré, no sería parte de aquel infantilismo. — No puedo creer cuán infantil es tu comportamiento, Melly, me lo esperaba de ella, pero de ti jamás. JAMAS. — reté al animal, como si él pudiera entenderme. Al darme cuenta de que estaba hablándole, que literalmente le había dirigido la palabra a un animal, me percaté de cuán grave era mi cuadro de deshidratación. Estaba delirando. Debía remediar mi situación cuanto antes, o de lo contrario podría llegar a provocarme daños irreversibles. Después de ingresar por un escondite secreto entre las rocas, nos escabullimos hacia una escalera abandonada, la cual nos guió hasta un pasadizo que se extendió entre la penumbra dejándonos a ciegas. Sólo a través de algunas ranuras, desde donde caía arena pero que cumplían perfectamente la función de respiraderos, llegaba una pizca de luz, suficiente para seguir el camino por el inmenso salón de piedras. Era una especie de sala contigua, donde alguna vez se organizaron eventos importantes, como fiestas y quién sabe qué más. Ahora sólo eran la antesala de algo más grande e imponente que nunca me hubiera imaginado encontrar bajo el mismísimo desierto. Mientras seguíamos a la niña sin protestar, veía cómo caían los hilos de arenilla desde el techo, un techo que tendría más de 15 metros de altura, y donde la arena caía lentamente pero casi constantemente, a un lado del salón, donde lo rodeaba un precipicio cuya profundidad era incalculable, no podía alcanzar a ver el fondo sobre el cual estaba construida semejante estructura y sobre la cual caminábamos muy tranquilamente. Al cerrar la puerta que dejábamos atrás, ocultamos su pequeña entrada detrás de unos arbustos secos, que de no ser porque estaban realmente añejos, Melly se los hubiera devorado sin vacilar. Cuando miramos adelante, teníamos frente a nosotras un nuevo escenario. Completamente diferente.  
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