Capítulo 3

1707 Words
— Es un castillo. — vacilé al contemplar aquella majestuosa estructura. — Así es — confirmó Ely, alzando la vista con orgullo a su hogar. Luego de unos segundos, volvió a tomar la palabra y dijo: —. Irina, es un gusto presentarte mi hogar. Bienvenida al Reino Escondido. — Pero, es un castillo. ¿Cómo puede haber un castillo debajo del desierto? ¿Cómo pueden vivir aquí? — no podía creerlo, había frente a mis ojos toda una ciudad que vivía bajo la custodia de un castillo monstruosamente gigante. El arquitecto de aquella osadía definitivamente había sido algún desquiciado siguiendo las instrucciones de un rey aún más perturbado que él. La fascinación fue difícil de disimular y al camello parecía divertirle, por lo que me cerró la boca con su cola mientras me pasaba por al lado tras seguir a Ely, quien se había tomado la molestia de guiarnos. Pensar en esa posibilidad, me resultó ridículo. Otra vez, la deshidratación jugaba con mi mente y me hacía pensar cosas incoherentes. Dejé el absurdo pensamiento de que aquel animal se divertía haciéndome bullying y seguí a aquella niña misteriosa que solía escaparse cada amanecer para esperar en secreto el regreso de su hermano. — Me pregunto a dónde se habrá ido...— me pregunté entre pensamientos por el destino de su hermano. De pronto, cuando llegábamos a una de las puertas del palacio, se abrieron repentinamente otras puertas de la misma antesala. Dos señoras llamaron sobresaltadas a su princesa, exigiendo saber dónde había estado y quiénes éramos para estar allí con ella. — Vinimos por comida y agua, Ely nos invitó y... — ¿Cómo te atreves a llamar así a nuestra princesa? — me interrumpió una de las señoras, interponiéndose bruscamente entre Ely y nosotros. — ¿Quién es esta forastera, princesa mía? — le preguntó la segunda dama que ahora la sujetaba de los hombros a modo sobreprotector. — Es Irina, una vieja amiga de mi hermano. Vino a visitarme. — mintió la pequeña princesa, seguramente porque con sólo esa excusa podría pasar por alto la autoridad de aquella mujer. — Eso quiere decir que has vuelto a desobedecerme. ¡Has ido al lugar que te prohibí mil veces! ¿Quieres matarme de la angustia? Te pedí cientos de veces que no fueras allí. Pero insistes e insistes. — le reprochó la primera dama que pasó su mirada fulminante de mi cara para volver a dirigirse a su princesa. — Lo sé, madrina. Pero sabes que lo haré de todas formas. Es mi deber. Debo hacerlo. — la voz de Ely ya no era el de una niña, era el de una dama distinguida asumiendo su rol de jefa. — ...— sus subordinadas oyeron con pesar aquella verdad sin emitir sonido alguno. — Ellos se quedarán con nosotros. Por favor, sean amables con Irina. Así lo hubiese querido mi hermano. — continuó hablando Ely de forma honorable. — Así lo haremos, mi señora. — confirmaron los presentes a la par. — Ahora iré a ver a mi madre. Encárguense de que mis amigos reciban un desayuno apropiado. — Así lo haremos, mi señora. — contestaron al unísono una vez más, agachando la cabeza a modo de reverencia y asintiendo a cada palabra que salía de la boca de aquella niña. — Nos veremos más tarde, Irina. Hasta luego. — se despidió Ely y salió de la sala. — Hasta luego. — repetí, aunque ciertamente estaba desconcertada. Contemplé a una niña que había perdido toda pizca de niñez tan pronto como pisó su tierra natal. En verdad pertenecía a la nobleza, pocas personas pueden aceptar su papel de modo tan formal y honorable como lo había hecho ésa niña de tan solo nueve años. Al principio no lo había notado, pero tanto encierro y el no ver la luz del sol cayendo directamente sobre mi cuerpo, me resultaba un tanto asfixiante. Había vivido toda mi vida bajo el manto protector del cielo, y ahora, me encontraba vaya uno a saber a cuántos metros de profundidad del suelo, divagando un nuevo rumbo. En el castillo, un aire desolador habitaba en cada esquina. No había guardias a la vista, pero algo me decía que estábamos siendo cuidadosamente observados. Era una invasora en aquellas cavernas cuya infraestructura era cientos de veces más pintoresca que la de cualquier edificación que hubiera visto en el exterior. El camello quedó en el establo, justo al lado del patio por donde habíamos llegado. Subí unos escalones como me pidieron y me guiaron atravesando un pasillo cuyas paredes y pisos estaban hechos del mismo material: piedras uniformemente distribuidas, cuidando un diseño formal y modesto, cuya blancura se paseaba de a ratos al gris perla. Cuando se abrieron las puertas frente a mí, me senté como me lo pidieron y poco a poco fueron sirviéndome un desayuno abundante. Ante el ofrecimiento, me vi acorralada con mi naturaleza hambrienta y la de mi orgullo como cazadora. Estaba en lo más profundo de un debate interno, tanto que no me percaté que estaba siendo analizada desde otro ángulo y sin que me diera cuenta, aquella señora que hacía unos minutos atrás había retado a Ely ahora se sentaba frente a mí con más ánimos de indagar que de apaciguar. — ¿Quién eres? Es la primera vez que te veo por este lugar. — inquirió de entrada. — Irina. — dije sin que me temblara la voz, estaba formalizando mi nuevo nombre. — ¿Irina? ¿De dónde eres? — quiso saber la mujer cuyos ojos me hubieran atravesado como dagas de no ser porque los tenía pegados a su cara. — De ningún lado. Estuve viviendo en el bosque, cuando me alejé aparecí en el desierto y así encontré éste lugar. — contesté resuelta, mientras me debatía ahora por cuál bocadillo probar primero. Todos tenían un aspecto bastante extraño para mi ojo carente de conocimientos respecto a la comida servida de forma extremadamente detallista. — Los forasteros no suelen encontrar éste sitio así porque sí. Debes llevar algún mapa contigo. — continuó el cuestionario mi interlocutora. — No. — negué, sacando de quicio su paciencia, hecho que disimuló excelentemente. — ¿Quién te envió? — preguntó. — Nadie. — respondí, evaluando el panecillo que sostenía en la mano. — ¡No quieras tomarme el pelo bajo mi propio techo! — me replicó, había agotado su paciencia. — No sé qué espera que le diga. — dije finalmente. — Podrías empezar por decirme cómo llegaste hasta donde estaba la princesa. — volvió al ataque, pero calmando las aguas de su humor. — El camello me arrastró por el desierto, y me llevó hasta donde estaba el aljibe donde se escondía esa niña. Deberían tener más cuidado con ella. Si hubiera sido otro quien la encontrara, la hubieran matado. — le contesté y al instante devoré el panecillo que no tardó en deshacerse en mi boca. La señora pareció comprender algo que yo pasé por alto. El hablarle tan crudamente, no hacía más que demostrarle que conocía muy bien mi posición sobre el mundo que nos rodeaba. — Viven en una burbuja. Si ella viera la c********a que se disputa allá fuera, seguramente no se escaparía más. Tendrás que admitir que eres terrible cuidando niños. — le dije con cizaña. Mi naturaleza mal hablada volvía al ataque. — Lo sé. Y lo digo por lo de la burbuja — aclaró, clavándome su vista de halcón —. Aunque, no lo parezca, siempre he cuidado perfectamente de la doncella. Pero últimamente, con la ausencia de su hermano, me ha resultado verdaderamente difícil ayudarla como se debe. — aceptó con pesadez. — Quizás sólo debas decirle que ya no volverá. — comenté resuelta. — Lo sabe. — anunció consternada. — ¿Y entonces por qué lo espera? — pregunté irritada. — Nuestro querido Príncipe, que en paz descanse, falleció hace un par de años al ser tomado prisionero de guerra. El día que nuestro difunto rey llegó aquí con esa noticia, sabíamos que todo por allá arriba había caído de mal en peor. Por eso nos aislamos aún más, a tal punto que ni los forasteros con la mayor suerte del mundo pudiesen encontrar rastro alguno de nuestro paradero. — ahora entendía mejor la posición preocupada de aquella dama, pero no le veía caso que me contara todo eso. Yo no era más que una intrusa en sus dominios. — No sé qué tiene que ver esa historia con el hecho de que Ely siga yendo a esperar a su hermano en el aljibe. — puntualicé al notar que no me estaba respondiendo la cuestión principal. — ¡No la llames así! Deberás aprender a llamarla Princesa, como corresponde. ¡Qué modales tienes! — me reprochó levantándose de la silla para alcanzarme una jarra con agua fresca al ver que me estaba atragantando con la comida —. (Suspiró) Creo que es su forma de despedirse de él... sufrió mucho con la partida de su padre, pero con su hermano aún no ha sido capaz de asimilar adecuadamente la perdida. Y ahora su madre...— silenció ante la pena. — Ella también está muriendo... — sopesé las circunstancias. — Así es. Está padeciendo la misma suerte que sufrió el Rey el año pasado, una enfermedad de la que no hay marcha atrás. Han sido días muy tristes para nuestra Princesa, es por eso que aunque sé que suele escabullirse, dejo que encuentre un lugar donde sentirse resguardada. Donde encuentre un poco de paz y serenidad, que es lo que tanto precisa en momentos tan oscuros como estos. — explicó afligida. — Eso no le servirá de nada. Y no creo que seas ajena a esa verdad. — le dije molesta. Me irritaba saber que dejaran, e incluso incentivaran, que Ely creyese que la burbuja de su mundo no podría desplomarse cuando menos lo esperase. — Quiero darle tiempo... sólo necesita eso. Después vendrá el resto. — al oír sus palabras, sentí una especie de déja vu. Su forma de hablar me trajo recuerdos de un viejo lugar, un monasterio donde conocí a alguien que se preocupó de mi seguridad tal como lo hacía aquella mujer por su princesa. Cohibida por el descubrimiento, clavé la vista al vaso con agua y me entregué al silencio. Juré no volver a desenterrar aquella herida del pasado. Pero aquel hombre amable volvía hacer acto de presencia cada vez que veía a alguien más haciendo una obra de bien por su par. Extrañé esos días bajo el techo de aquel monasterio, pero más extrañaba aquel monje; ése que como ningún otro ser humano sobre el planeta, tenía un corazón de oro.
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