Capítulo 3

2701 Words
Capítulo 3 Me despierto con un agudo dolor de cabeza y el estómago revuelto. Está oscuro y no alcanzo a ver nada. Durante unos segundos no recuerdo que ha pasado. ¿Bebí demasiado en la fiesta? Entonces mi mente se aclara y los acontecimientos de la noche anterior se cuelan en mí como si de un ciclón se tratase. Me acuerdo del beso y entonces… «Jake». Dios, ¿qué le ha pasado a Jake? Estoy tan aterrorizada que solo puedo quedarme ahí tumbada, temblando. Estoy acostada en una cama con un buen colchón, uno muy bueno, seguramente. Estoy tapada con una manta, pero no noto que lleve ropa encima, solo siento la suavidad del algodón de las sábanas que rozan mi piel. Me toco y se confirman mis sospechas: estoy desnuda. Mis temblores se intensifican. Con una mano compruebo entre mis piernas. Para mi gran alivio todo parece igual. No hay humedad, ni dolor ni ninguna señal de que me hayan violado. Al menos por ahora. Me escuecen los ojos por las lágrimas, pero no rompo a llorar. Llorar no arreglaría mi situación actual. Necesito averiguar qué está pasando. ¿Quieren matarme? ¿Violarme? ¿Violarme y luego matarme? Si me han secuestrado para cobrar un rescate, ya puedo considerarme muerta. Desde que despidieron a mi padre por la crisis, apenas pueden pagar la hipoteca. Con mucho esfuerzo logro contener mi histeria. No quiero empezar a gritar porque eso llamaría la atención. En lugar de eso sigo tumbada en la oscuridad, recordando todas esas historias espantosas que salen en las noticias. Pienso en Jake y en su cálida sonrisa. Pienso en mis padres y en lo abatidos que se quedarán cuando la policía les diga que he desaparecido. Pienso en todos mis planes y en que es posible que nunca vaya a ir a la universidad. Y entonces empiezo a enfadarme. ¿Por qué me hacen esto? ¿Quiénes son? He asumido que son ellos en lugar de él porque recuerdo haber visto una oscura figura cernirse sobre el cuerpo de Jake. Debía haber alguien más para atraparme por detrás. La furia me ayuda a controlar el pánico y entonces puedo pensar un poco. No puedo ver nada, pero sí puedo palpar. Me muevo con sigilo y, con sumo cuidado, empiezo a estudiar mi alrededor. Primero, confirmo que estoy en una cama. Una gran cama de esas king size. Hay almohadas y una manta, las sabanas son suaves y agradables al tacto. Parecen caras. Sea por lo que sea, eso me asusta aún más: son criminales con dinero. Gateo hasta el borde de la cama y me siento mientras agarro con fuerza la manta contra mi cuerpo. Toco el suelo con el pie descalzo. Está frío y es liso como si fuera madera. Me enrollo la manta al cuerpo y me levanto dispuesta a seguir con la exploración. En ese mismo instante escucho que la puerta se abre. Entra una luz cálida. Y aunque no es muy brillante me ciega durante un momento. Parpadeo una cuantas veces para acostumbrarme a la luz. Y entonces lo veo a él. Es Julian. Está parado junto a la puerta como un ángel oscuro. Tiene el pelo un poco rizado, le da un toque de suavidad a sus facciones perfectas. Tiene la mirada fija en mi rostro y los labios curvados en una leve sonrisa. Es impresionante. Y aterrador. Mi intuición era buena: este hombre es capaz de cualquier cosa. —Hola, Nora —dice con suavidad mientras entra en la habitación. Lanzo una mirada desesperada a mi alrededor, pero no veo nada que me sirva de arma. Tengo la boca más seca que la mojama. Ni si quiera puedo reunir la saliva necesaria para hablar. Me quedo ahí mirando cómo me acecha; es como si fuese un tigre hambriento y yo su presa. Pienso luchar como se atreva a tocarme. Da un paso hacia mí y yo doy otro hacia atrás. Luego da otro y otro hasta que me topo con la pared. Me encojo tras la manta. Levanta la mano y me tenso; estoy dispuesta a defenderme. Pero se limita a coger una botella de agua y me la tiende. —Toma —dice—. Imagino que tendrás sed. Me quedo mirándolo. Me estoy muriendo de sed, pero no quiero que vuelva a drogarme. Parece que entiende mi indecisión. —No te preocupes, mi gatita, solo es agua, te quiero despierta y consciente. No sé cómo reaccionar a eso. El corazón me martillea en el pecho, estoy muerta de miedo. Permanece quieto, observándome con paciencia. Me rindo ante mi propia sed y sujetando la manta con fuerza, cojo el agua con la mano libre. Me tiemblan las manos y le rozo los dedos sin querer. Siento que me recorre una ola de calor y me olvido de ella rápidamente. Tengo que desenroscar el tapón… Eso significa que tengo que dejar caer la manta. Julian observa mi dilema con interés y diversión. Por suerte no me toca. Se limita a mirarme desde su posición, a menos de medio metro de mí. Con fuerza aprieto los brazos contra el cuerpo para agarrar la manta y a la vez poder abrir el tapón. Después vuelvo a sujetar la manta con una mano y con la otra me llevo la botella a los labios. El agua fría es un alivio absoluto para los labios y la lengua que siento totalmente secos. Me bebo la botella entera. No recuerdo la última vez que disfruté tanto bebiendo agua. La boca seca debe ser el efecto secundario de la droga que utilizó para traerme aquí. Ahora que puedo hablar le pregunto. —¿Por qué? Para mi gran sorpresa, mi voz suena casi normal. Levanta la mano y me vuelve a acariciar la cara. Igual que hizo en el club. Y tal como ocurrió esa vez, le dejo hacer sin ni siquiera moverme. Siento sus dedos suaves contra la piel, es una caricia casi delicada. Es un contraste tan brutal con la situación actual que me siento confusa durante un momento. —Porque no me gustó verte con él —dice Julian, con furia mal contenida en la voz—. Porque te tocó, te puso las manos encima. Apenas puedo pensar. —¿Quién? —susurro, intentado averiguar de quién está hablando. Entonces lo entiendo—. ¿Jake? —Sí, Nora —dice desafiante—, Jake. —Está… —Ni siquiera estoy segura de poder decirlo en alto— ¿Está…vivo? —De momento —responde él con una mirada penetrante—, está en el hospital con una conmoción cerebral leve. Siento tanto alivio que me dejo caer contra la pared. De repente caigo en la cuenta de sus palabras. —¿De momento? ¿Qué quiere decir eso? Julian se encoge de hombros. —Su salud y bienestar dependen completamente de ti. Trago para humedecerme la garganta. —¿De mí? Vuelve a acariciarme la cara y me pone un mechón de pelo tras la oreja. Tengo tanto frío que siento como si su tacto me quemara la piel. —Sí, mi gatita, de ti. Si te portas bien, él estará bien. Si no… Casi no puedo respirar. —¿Si no…? Julian sonríe. —Estará muerto dentro de una semana. Tiene la sonrisa más hermosa y aterradora que he visto jamás. —¿Quién eres? —susurro—. ¿Qué quieres de mí? No responde. En lugar de eso me toca el pelo, coge un mechón castaño y se lo lleva a la cara para olerlo. Lo miro, inmóvil. No sé qué hacer. ¿Debería enfrentarme a él? Y si lo hiciera ¿qué ganaría? Todavía no me ha hecho daño, y no quiero provocarlo. Es mucho más grande que yo, mucho más fuerte. Le veo los músculos definidos bajo la camiseta de manga corta negra que lleva. Sin los zapatos de tacón, apenas le llego a los hombros. Mientras sopeso las posibilidades de enfrentarme a alguien que me supera en peso considerablemente, Julian toma la decisión por mí. Me suelta el pelo y me agarran la manta que sujeto con fuerza. No lo dejo hacer, si acaso la agarro con más fuerza. Y entonces hago algo vergonzoso. Suplico. —Por favor —le digo con desesperación—, por favor, no lo hagas. Vuelve a sonreír. —¿Por qué no? —Todavía con las manos tirando de la manta de forma lenta e implacable. Sé que lo está haciendo para alargar la tortura. Podría arrancarme la manta de un solo tirón. —No quiero hacer esto. —Apenas puedo coger el aire suficiente para respirar y de repente mi voz suena más jadeante. Julian tiene aspecto de estar divirtiéndose, pero tiene un brillo oscuro en la mirada. —¿No? ¿Crees que no noté cómo reaccionabas ante mí en el club? Niego con la cabeza. —No reaccioné de ninguna forma, te equivocas… —digo con la voz espesa por las lágrimas que contengo—. Yo solo quiero a Jake… En ese momento noto cómo levanta la mano y me agarra por el cuello. No hace nada más, no aprieta, pero sigo teniendo miedo. Siento la violencia que emana y me aterra. Se inclina sobre mí. —No quieres a ese chico —dice con dureza—, él nunca te podrá dar lo mismo que yo. ¿Lo entiendes? Me limito a asentir porque estoy demasiado asustada para decir algo. Me suelta el cuello. —Bien —dice más suave—, ahora, quítate la manta. Quiero verte desnuda otra vez. ¿Otra vez? Tuvo que ser él quien me desnudó. Intento pegarme aún más a la pared sin quitarme la manta. Julian suspira. Dos segundos más tarde, la manta está en el suelo. Como había supuesto, no tengo ninguna posibilidad si él decide usar la fuerza. Me resisto de la única forma que puedo. En lugar de quedarme quieta y dejarlo contemplar mi cuerpo desnudo, me muevo por la pared hasta quedarme sentada en el suelo con las rodillas contra el pecho. Las envuelvo con los brazos y me quedo quieta con todo el cuerpo temblando. El pelo, grueso y largo, me cubre la mitad del cuerpo y me cae por la espalda y los brazos. Escondo la cara en las rodillas. Estoy tan asustada de lo que me vaya a hacer ahora que se me saltan las lágrimas y empiezan a resbalar deprisa por las mejillas. —Nora —dice con dureza en la voz—, levántate. Levántate ahora mismo. Sacudo la cabeza sin mirarlo. —Nora, esto puede ser agradable para ti o puede ser doloroso. Tú decides. ¿Agradable? ¿Pero este está loco? Me tiembla todo el cuerpo por los sollozos. —Nora —vuelve a decir con impaciencia—, tienes exactamente cinco segundos para hacer lo que te digo. Él espera y casi lo oigo contar mentalmente. Yo también estoy contando y cuando llego a cuatro me levanto con las lágrimas todavía recorriéndome la cara. Me avergüenzo de mi propia cobardía, pero me da mucho miedo el dolor. No quiero que me haga daño. No quiero que me toque, aunque seguro que lo hará. —Buena chica —dice con suavidad a la vez que me toca de nuevo la cara y me coloca el pelo tras los hombros. Me estremezco con su tacto. No me atrevo a mirarlo, así que mantengo la mirada baja. Y al parecer no le gusta porque me levanta la barbilla hasta que no tengo más remedio que mirarlo a los ojos. Bajo esta luz sus ojos se han vuelto de un tono azul oscuro. Está tan cerca que puedo sentir cómo le emana el calor del cuerpo. Me gusta porque tengo frío. Estoy desnuda y helada. De repente llega hasta mí y se inclina. Sin tiempo para asustarme, me pasa un brazo alrededor de la espalda y el otro bajo las rodillas. Y sin esfuerzo me levanta y me lleva hasta la cama. Me tumba casi con delicadeza y me enrosco haciendo un ovillo, temblando. Julian empieza a desnudarse y no puedo evitar mirarlo. Lleva puestos unos vaqueros y una camiseta de manga corta, que es lo primero que se quita. Su torso es una obra de arte, tiene los hombros anchos, los músculos definidos y la piel bronceada y suave. Tiene el pecho cubierto por una capa fina de bello oscuro. En cualquier otra circunstancia habría estado encantada de estar con un chico tan guapo. En estas circunstancias, solo quiero gritar. Lo siguiente son los vaqueros. Puedo escuchar cómo se baja la cremallera: con eso mi cuerpo ya entra en acción. En un segundo, paso de estar tumbada en la cama a cruzar el umbral de la puerta que se había dejado abierta. Puede que sea pequeña, pero soy rápida. Hice atletismo durante diez años y era bastante buena. Por desgracia me lesioné la rodilla en una de las carreras y ahora me limito a correr sin prisa y a hacer otros ejercicios. Me las arreglo para salir de la habitación y bajar las escaleras, pero cuando casi he alcanzado la puerta de la entrada, me atrapa. Sus brazos me rodean por la espalda y me aprieta tan fuerte que no puedo respirar durante unos minutos. Tengo los brazos totalmente atrapados y no puedo enfrentarme a él. Me levanta y yo empiezo a dar patadas hacia atrás. Logro lanzar unos cuantos puntapiés antes de que Julian me gire en sus brazos y nos quedemos cara a cara. Estoy segura de que ahora me va a hacer daño, conque me preparo para el golpe. Sin embargo, vuelve a abrazarme y me sujeta con fuerza. Tengo la cara enterrada en su pecho y el cuerpo desnudo contra el suyo. Su piel huele a limpio y a almizcle. Siento algo duro y caliente contra mi estómago. Su erección. Está completamente desnudo y excitado. Por la forma en que me tiene sujeta estoy casi totalmente indefensa. No puedo ni golpearlo ni arañarlo. Pero sí puedo morder. Hundo los dientes en sus pectorales y lo escucho maldecir antes de agarrarme del pelo y obligarme a soltarle la piel. Me sostiene con un brazo rodeándome la cintura, apretando la parte baja de mi cuerpo contra el suyo. Mientras, me agarra el pelo con la otra mano, por lo que tengo que arquear el cuello hacia atrás. Llevo las manos contra su pecho en un inútil intento de poner un poco de distancia entre nosotros. Me encuentro con su mirada y lo miro con insolencia; paso por alto las lágrimas que me corren por la cara. Ahora solo me queda ser valiente. Si muero, quiero hacerlo con algo de dignidad. Su expresión se ha vuelto oscura y enfadada, y me mira con los ojos azules entrecerrados. Me cuesta respirar y el corazón me late con tanta fuerza que parece querer salirse del pecho. Nos miramos el uno al otro, depredador y presa, conquistador y conquistada, y en ese mismo momento siento una extraña conexión con él. Como si una parte de mi hubiera cambiado para siempre debido a lo que está pasando entre nosotros. De repente su gesto se suaviza y aparece una sonrisa en sus labios sensuales. Se inclina hacia mí, baja la cabeza y presiona la boca contra la mía. Estoy aturdida. Sin embargo, aunque me tiene sujeta bajo su control férreo, noto sus labios dulces y cariñosos sobre los míos. Este hombre tiene muchas tablas. He besado a unos cuantos chicos y nunca he sentido nada parecido. Su aliento es cálido y dulce y su lengua juega con mis labios hasta que estos se abren involuntariamente para abrirle el camino hacia mi boca. No sé si son los efectos secundarios de la droga que me dio o es el alivio de saber que no va a herirme, lo que hace que me rinda ante el beso. Una extraña languidez se apodera de mi cuerpo y me quita las ganas de pelear. Me besa despacio, sin prisa, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Con su lengua acaricia la mía y me muerde el labio inferior con suavidad, lo que me origina una explosión de calor por todo el cuerpo. Desliza las manos que tiene entre mi pelo y en su lugar, las posa sobre mi nuca. Es casi como si me estuviera haciendo el amor. Encuentro mis manos apoyadas en sus hombros. No tengo ni idea de cómo han llegado allí, pero ahora lo atraigo en lugar de alejarlo. No entiendo mi propia reacción. ¿Por qué no rehúyo su beso, asqueada? Sin embargo, su increíble boca me hace sentir muy bien. Tiene los labios húmedos, brillantes y un poco hinchados por el beso. Probablemente igual que los míos. Ya no parece estar enfadado, más bien parece hambriento y satisfecho a la vez. En su cara perfecta veo una lujuria y ternura que me impiden apartar la mirada. Me paso la lengua por los labios y sus ojos se centran en ellos durante un segundo. Después vuelve a besarme; es un simple roce de sus labios con los míos. Luego me levanta de nuevo y me lleva escaleras arriba hacia la cama.
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