Cuando el Conde estuvo listo, fue a llamar a la puerta de comunicación. Lynetta le dijo que pasara. Vio que ya estaba lista. Se había puesto un vestido plateado que la hacía parecer un rayo de luna. Su pelo parecía tocado por esa misma luz y sus ojos, pensó él, brillaban como estrellas. −¿Estás lista?− preguntó de forma innecesaria. −Me alegro de que haya llegado− contestó ella−. Estaba preocupada por usted. −¡Te dije que no te preocuparas!− contestó el Conde−. A propósito, permíteme decirte lo hermosa que estás! Lynetta emitió una pequeña exclamación de deleite y él dijo: −Debo disculparme contigo. −¿Disculparse?− preguntó ella. −Tenía la intención de comprarte algunas joyas hoy, así como un nuevo anillo de bodas, pero Bonaparte no me ha dejado solo , ni un momento. −Yo le he ec