Capítulo 3CUANDO Jacques Ségar volvió al Castillo, después de haber comido, encontró al Conde sentado en la dormitorio de la Condesa. Estaba mirando el espejo dorado adornado con cupidos y sus guirnaldas. Había dicho a Hunt que llevara una de las alfombras más pequeñas que había en la habitación al fondo del pasillo. Se había instalado en una silla, en el centro de la habitación, para poder admirar el espejo con toda comodidad. Hunt estaba todavía con él y, cuando Ségar entró, el Conde dijo: −¡Me gusta ese espejo! Pero será difícil transportarlo a Inglaterra. −Puede ser envuelto− contestó Ségar. −¿Podrán hacerlo aquí de la forma adecuada?− preguntó el Conde. No esperó a que el hombre contestara, sino que añadió con cierto tono de menosprecio: −Supongo que tendré que pagar más por