Aquí la luz aparecía de forma intermitente, a través de pequeños agujeros que lo hicieron sospechar que estaba debajo del jardín. Tal vez cerca de una de las balaustradas de piedra que había visto a ambos lados de los descuidados lechos de flores. La francesa continuó andando sin hablar. Subieron otra escalera tan estrecha como la que habían bajado. En lo alto de ellas se detuvo, después palpó la pared que había frente a ella y abrió lo que el Conde vio que era la entrada a una habitación. La anciana entró en ella. Cuando el Conde se reunió con ella vio que la habitación en la que se encontraba era muy pequeña y tenía pocos muebles. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que no había nada valioso en ella. −Por favor, espere usted aquí, señor− dijo la francesa en voz baja. Abrió la pu