−La diferencia radica− dijo con amargura−, en que yo tengo que escatimar y ahorrar, y estar siempre abrumado de deudas, mientras que tú, Darrill, puedes permitirte el lujo de vivir en un lecho de rosas. El Conde se había echado a reír, pero comprendía el resentimiento del Príncipe. Sin embargo, sabía que de la situación del Príncipe él mismo , tenía buena parte de culpa. Sus amantes habían gastado tanto dinero en los muebles y en la decoración de la Casa Carlton, que el público empezaba ya a protestar. La gente pensaba que tales lujos eran un desperdicio de dinero. El Conde, sin embargo, tenía el presentimiento de que la magnífica colección que llenaba los grandes salones sería un día muy apreciada. Él había tenido la suerte de heredar una casa que era casi perfecta. Podía comprender,