Ralph y Atlas deciden quedarse a beber hasta tarde, como solían hacer cuando eran adolescentes. Hablan, ríen y planean para el futuro. Se besan y se acurrucan el uno con el otro en el sofá. Ralph rodea con sus brazos a Atlas y le besa el cuello. Ella busca sus labios y ambos comparten un beso lento mientras se desnudan mutuamente como un regalo. Se besan y se acarician. Ralph intenta hacerle el amor de la manera romántica y suave que Atlas ha fantaseado toda su vida.
Ella disfruta de cada segundo de esos momentos imperfectos y descoordinados que el alcohol les ha llevado, como el pantalón aferrándose al pie de Ralph o la manera en que él la besa con delicadeza. La pareja comparte minutos que parecen largos, llenos de caricias y amor. Se entregan por completo el uno al otro y saborean cada sensación que experimentan mientras exploran el cuerpo del otro en busca del máximo placer. El mensaje está claro: hay amor, se conocen y es lo mejor que han hecho sus cuerpos en mucho tiempo.
Ralph se acuesta sobre Atlas, le besa el cuello y toma su mano. Ella acaricia su espalda y le da un beso en la frente. El teléfono de casa suena, pero deciden ignorarlo y siguen acostados en el suelo. Ralph acaricia el pelo de Atlas hasta que la ve quedarse dormida. Luego la lleva a su habitación y la acomoda en la cama. Después va por algo para comer y, al regresar, encuentra a Atlas vestida con un pijama, desmaquillándose. Ralph la llena de besos y ella le da un abrazo.
—¿Estás bien? —pregunta Ralph.
—Sí —responde Atlas—. Gracias... gracias por acompañarme, por tomarme la mano y por cuidar siempre de mí.
—Espero hacerlo mejor esta vez.
—Creo que ya lo estás haciendo.
Atlas y Ralph caminan juntos dentro de su burbuja de amor, compañerismo y amistad por toda la ciudad. Hay noticias sobre Atlas en todos los noticieros, lo cual resulta agotador. La salida del condominio está llena de gente todo el tiempo, y en la entrada a su trabajo, Ralph la hace vivir con dos guardaespaldas. Han cambiado las rutas y disminuido las salidas, pero esto comienza a generarle ansiedad.
Atlas ha ido a visitar a su hermana porque se lo había prometido y, entre una cosa y otra, ha prolongado su estancia. Cuando llega, se encuentra a Maximiliano, su esposo, cargando a Hank. Ella se acerca al pequeño con un peluche de tigre que tiene un chupete adherido.
—Hola, yo soy la tía Tily —se presenta la joven y el bebé continúa prestándole atención.
Max le pregunta si está bien que se lo dé. Ella acepta y le da el oso de peluche.
Atlas intenta ganarse a sus sobrino haciendo caritas, Love tiene corriendo a saludarla y le pregunta cómo se ve su pelo, su tía sonríe y le promete que va espectacular.
—Papá-Max, me peinó hoy.
—Bien, por ti papá-Max —comenta Atlas y sonríe hacia su sobrino pequeño, le limpia las lágrimas y pregunta:—¿Mi amor, por qué lloras?
—Su mamá no lo quiere.
—¡Love! —regañan Max y Atlas.
—Lovey, Gina ama muchísimo a Hank. —Le explica Maximiliano poniéndose en cuclillas para quedar al nivel de la pequeña. —No digas eso ni en broma.
—¿Dónde está la tía G? —pregunta Atlas.
—Gina acaba de tener "un momento" —comenta Maximiliano.
Los niños dejan sus espadas de juguete para saludar a la tía Atlas. Ella los llena de besos y ambos se sorprenden al ver a su hermana en silencio. Prince le cuenta a Atlas que su tía acaba de gritar porque no aguanta el ruido, pero el más bullicioso de todos es Hank, así que los tres sospechaban que la tía Gina no quería un bebé más en esa casa.
—¿Qué tal si van con los abuelos de papá? —propone Atlas.
—No podemos dejarla sola.
—Gina y yo haremos un viaje.
—¿Cómo hiciste para que se callara? —pregunta su hermana en un tono bajo de voz.
Ella viene saliendo de la ducha y parece horriblemente cansada, se ve desgastada. Su marido la ve con un poco de tristeza. El nacimiento de sus gemelos fue difícil porque Mil, su ex pareja, casi muere. Los niños salieron un poco prematuros, pero estaban todos bien con Gina, el embarazo había sido complicado y el posparto horrible. Estaba acompañado de llanto, agotamiento excesivo e irritabilidad, tanto que sus hijos no querían visitarla los días que les correspondía en su casa. La verdad es que tanto Max como Drake comenzaban a preocuparse. Esa no era la misma Gina de siempre y comenzaba a asustarles dejarla sola o sola con el niño.
—Le compré un chupete. Escuché que llora mucho y que come demasiado el otro día que hablamos, y leí que es bueno para evitar ambas cosas.
—Gracias, pero es malo para la dentadura.
—Le pagaremos la ortodoncia.
—Max me contaba que tienes la cita del posparto, Gina.
—¿Qué cita? —pregunta Gina y ve a su esposo sorprendida.
—Es... una cita para revisarte y saber cómo estás controlándote —intenta resolver Max.
—Iremos a tu cita, luego iremos a tomar uno o dos días de relajación. Ralph no se dará cuenta y a Max... a él le sentará bien.
Atlas escribe a Elise para solicitar una lista de niñeras que puedan ayudar a Max con los cuatro niños y comparte los datos con su cuñado. Mientras tanto, su hermana se prepara y en secreto, programan una cita médica para discutir la posibilidad de recibir un tratamiento delicado que pueda regular su estado de ánimo y asegurarse de que no empeore cualquier situación que esté experimentando.
Unos diez minutos más tarde, Gina baja y se despide de sus sobrinos, esposo e hijo. Ambas mujeres se suben al auto y viajan en silencio.
—¿Crees que me he vuelto loca? —pregunta Gina.
—Tener un bebé es abrumador. Estás en casa con cuatro niños y solo un adulto que estoy segura no hace mucho con esos infantes. ¿Cuántas horas duermes? ¿Puedes comer a tus tiempos? ¿Cómo lidiar con la falta de intimidad? Ser madre es complejo, Gina, especialmente cuando te dejas influenciar por tonterías.
Gina permanece en silencio y su hermana espera un momento para tomarle la mano. Gina le agradece y reconoce que todo se ha salido de control. Además, menciona el estrés de su madre enferma y la presión de su trabajo, donde todos quieren que regrese como si no tuviera la leche chorreando de sus pechos, y un bebé que, por alguna razón, la necesita, pero ella no sabe qué es lo que quiere.
—Atlas.
—Sí, G.
—Ser mamá no es fácil.
—Yo también quiero ser mamá —reconoce Atlas.
—¿En serio?
—Eso me haría ridículamente feliz. Deseo ser mamá de alguien fantástico, con Ralph, quien probablemente será un papá consentidor y terrible —ambas ríen.
—¿Quieres hacer una cita juntas?—pregunta Gina, como si se tratara de las uñas.— Será divertido.
—No...
—¿Por qué no?
—No, me da miedo ir al ginecólogo.
—Atlas, ¿cuándo fue tu última revisión?—insiste su hermana.
—Cuando tenía quince años.
—¿Y tu último examen de Papanicolaou?
—Nunca me he hecho uno.
—Atlas, por supuesto que iremos a una cita doble. ¿Crees que soy tonta? Sé que inventaron ese control.